Cuando el mundo se pone patas para arriba
En Alexander..., una familia atraviesa un mal día cuando uno de sus hijos pide su deseo de cumpleaños.
Alexander es un niño de 11 años que atraviesa el día más terrible de su joven vida. Es más, en el último año, todos los días han resultado similares. Pero este parece el peor porque se trata de la víspera de su cumpleaños número 12 y nada bueno asoma en el horizonte.
Para colmo, su padre, aunque desempleado, es un hombre naturalmente positivo, y su madre, sus dos hermanos mayores y hasta el bebé son continuos generadores de buenas noticias. Por eso, cuando Alexander habla de sí mismo, todo le empeora.
Harto de su soledad existencial, el niño sólo desea que los demás experimenten por un día su sensación, y así lo expresa ante una vela encendida sobre una tortita improvisada en la madrugada de su cumpleaños.
A partir de entonces, la situación gira en 180 grados, el mundo se pone patas para arriba y cada uno a su alrededor es puesto a prueba de supervivencia y padece la más terrible, horrible, mala y muy mala de sus pesadillas.
Situaciones disparatadas, corridas, apuros, actos fallidos y toda una serie de infortunios se cruzan en el camino hacia los logros alcanzados hasta el día anterior. Pero siempre es cuestión de ver el valor del vaso vacío.
Obediente al estilo Disney la película irradia mensajes positivos aún en circunstancias extremas y ejemplifica para estos típicos habitantes de los suburbios norteamericanos, cuando todo tira para abajo, es mejor estar atado a los afectos que, en la disyuntiva, siempre serán la primera elección.
La historia y su narración juegan con recursos seguros, y allí donde se pudo haber introducido un poco de misterio, una escena inicial revela más de lo preciso.
No obstante se disfruta de la actuación de un Steve Carrell infalible y de Ed Oxenbould, un niño que no teme al ridículo en el rol del infortunado Alexander.