El mal día del Alexander de Viorst se disfruta en cine
El cuento original de Judith Viorst es muy sencillo. El pequeño Alexander despierta con el pelo pegoteado de chicle (culpa suya, por dormirse mascando) y sigue de mal en peor. Mufado, piensa irse hasta Australia, pero la mamá le explica que también allí la gente tiene días malos, así que al mal tiempo buena cara. Siguiendo esa anécdota se han hecho varios cortos, incluso hay uno del argentino Alejandro Chomski, de cuando estudiaba en el American Film Institute. Pero estirar eso a un largo sonaba peligroso. Podía ocurrir que las pequeñas molestias infantiles se convirtieran en hiperbólicos accidentes con preponderancia de efectos especiales, desnaturalizando el valor del cuento.
Por suerte entre los productores está la Jim Henson Company, que todavía es bastante garantía en asunto de historias para niños, incluso más que la Disney, de modo que la conversión a largometraje termina obrando en beneficio de todos. Surgen unas cuantas libertades, por supuesto. Ahora el día horrible, etc. se duplica y afecta a cada uno de los miembros de la familia de Alexander: su fiesta de cumpleaños al borde del fracaso, el padre en busca de empleo, la madre jugándose un ascenso, el hermano a punto de sacar su licencia y llevar al baile a una novia pretenciosa, la hermana a punto de protagonizar una obra escolar, el bebé sin su chupete preferido. Y al final de una serie de peripecias que ponen a prueba hasta el concepto de familia, es el propio niño quien brinda la debida moraleja a su familia, como una expresión de madurez propia de un niño que cumple años. Y, como esto es una película, todo conduce a un final feliz y pum para arriba.
Unico fastidio, para nosotros, el inútil doblaje. ¿Será que los niños de ahora leen los subtítulos más despacio de lo que leían sus abuelos? ¿Quién dijo, entonces, que ahora vienen más inteligentes? A propósito de abuelos: hay un cameo de Dick Van Dyke, hecho una arruga colorada. También, una alusión a "El señor de las moscas" (que no es precisamente un libro infantil), y una ironía sobre las madres americanas que vigilan extremadamente los modales y el lenguaje. En sus obras para niños Viorst supo eludir esa vigilancia. Más aún cuando escribió para grandes sus best sellers "Pérdidas necesarias" y "El precio de la vida", y cuando en 1968 firmó un famoso manifiesto contra la Guerra de Vietnam. Para muchos, ésos fueron días todavía más terribles.