Comedia con moralina y poco brillo
Un niño arranca una jornada desoladora mientras sus padres viven una rutina sin padecimientos y sin enterarse del malestar del pequeño. En su cumpleaños número 12 Alexander pedirá un deseo que modificará la vida familiar.
Un famoso cuento infantil es la inspiración para Alexander y un día terrible, horrible, malo... ¡Muy malo! Ya se había adaptado en 1988, una versión más larga en 1990 –animada y musical– y hasta el argentino Alejandro Chomski hizo un cortometraje con actores en 1997 basado en el texto de Judith Viorst. Ahora ha llegado el turno de la producción de Hollywood mainstream, con elenco importante y presupuesto importante. No está Disney lejos de las ideas del film y no es la primera vez que una de sus comedias familiares toca esta clase de situaciones absurdas.
Como en el cuento, Alexander arranca su día con el chicle pegado en el pelo y de ahí en más continúa hasta convertirse en el peor día de su vida. En paralelo, su familia parece vivir una vida perfecta, sin problemas, llena de triunfos. Entonces Alexander, en su cumpleaños 12, desea que su familia, algo indiferente a su sufrimiento, pase por la misma experiencia terrible, horrible y mala que él ha experimentado. El elemento mágico, tan caro al cine familiar de Disney, dispara el nudo de comedia y diversión, como ocurría, por ejemplo, en las dos versiones de Un viernes de locos (Freaky Friday), uno de los grandes clásicos producidos por el estudio. Así es que el padre (Steve Carell), la madre (Jennifer Garner) y el resto de la familia sufrirán todo tipo de calamidades. Steve Carell, extraordinario comediante, sólo consigue desplegar una parte de su talento para la comedia absurda. Si pensamos en su fantástico papel en las películas de Anchorman, acá queda algo opacado, obligado a cumplir con la comedia familiar, como le ocurrió en su momento a Steve Martin, Jim Carrey o Adam Sandler. Aun así, no son pocos los momentos graciosos y aun dentro de la rutina la película consigue, en algún momento, tomar un buen ritmo, sobre todo cuando todo parece entrar en un caso sin remedio. En algún momento, claro, sólo en algún momento. Pero Alexander y un día terrible, horrible, malo... ¡Muy malo! tiene otro objetivo y ese otro objetivo finalmente aflora. Es inevitable que la película busque y encuentre su camino hacia el orden y la bajada de línea. La lección final que en los libros infantiles puede funcionar, en el cine detiene todas las acciones y afecta el ritmo general de la película. No se pretende que una comedia infantil no tenga un final tranquilizador, pero la verdad es que en este caso eso termina de arrebatarle a la película eso que parecía elevarla aunque fuera un poco de las limitaciones de esta clase de cine.