Peronista, católica y criminal
Esta la historia de Rosa, una joven costurera casada con un marido que no le presta demasiada atención, vecina de un barrio en apariencia tranquilo y aburrido. Decimos en apariencia porque en realidad el barrio metaforiza a nuestro país: estamos en 1955, a meses del golpe contra el presidente Perón. En las calles hay asesinatos, robos y traiciones. Hay violencia. Y el barrio de Rosa, su casa, su mismo cuarto, serán sus representantes.
Algo con una mujer es un film de género. Pero no solo por el género cinematográfico, un melodrama policial, sino también porque es un film sobre la mujer. Y sobre las telas y sus distintos géneros. Recordemos que Rosa es costurera. Aquí la primera nota brillante de este relato: saber engazar en una misma cadena de sentido todos sus eslabones. Porque Rosa está aburrida de su vida personal, empieza a mirar hacia afuera; porque le gusta el cine empieza a proyectar una investigación detectivesca (o criminal); porque es costurera, serán los hilos, las agujas y las tijeras sus armas. Loioco y Turek parecen comprender que una buena puesta en escena no se basa necesariamente en el exceso, el movimiento o la amplitud. Con pocos elementos bien elegidos, con su reiteración, con sus sentidos trabajados en los empleos que se hacen de ellos dentro de la trama, es como se consigue hacer cine.
Como enseña el melodrama y el noir, la vida burguesa está dividida por la marca de lo doble: la vida de la apariencia social y la vida de lo privado. División necesaria para que los negocios, sean limpios o turbios, puedan ser llevados a cabo. Los directores de este film saben aprovechar los espejos para mostrar a nuestro trío protagónico en imágenes espejadas que dan cuenta de su doble vida. Amas de casa tentadas por lo criminal, maridos que desaparecen por misteriosas causas, amantes que seducen y amenazan a la vez. Esta duplicidad es rica porque estamos en las puertas de otra división que pronto arrasará en con sangre al país. Pero es también una duplicidad que pone en crisis y genera preguntas incómodas. ¿Qué fue el peronismo? ¿El estado convertido en Robin Hood? ¿Una organización criminal que se terminó fagocitando a si misma por sus propia traiciones internas y por los que se metieron de afuera? ¿O quizás la historia de una ilusión perfecta que como toda ilusión debe terminar con el golpe de la tragedia? El film no responde ninguna de estas cuestiones, pero pone en escena y hace pensar. Porque a la vez que vemos a Perón expropiar la cervecería Quilmes, vemos también a una banda peronista que asalta a un usurero. Pero es esta misma banda la que a su vez se termina traicionando a sí misma, sea por dinero, por una mujer, o por sus ideales rotos.
Algo con una mujer incomoda por su trágico gesto final. En el colchón donde se ejecuta uno de los planos más eróticos y efectivos de los últimos años, también se concluye un crimen. En el gesto final de Rosa está la invitación a la última pregunta, la más importante de todas. ¿Es nuestra protagonista finalmente libre para cumplir su sueño? ¿O es ella misma un país que deja a su descendencia una herencia manchada de sangre, una herencia de compañeros separados, una herencia de crimen, violencia y falsas ilusiones?
Argentina es mujer. Y aunque se merezca el cielo y sea católica, no es ninguna santa.