Una artista plástica (Ingrid Grudke) es dada de alta de una rehabilitación donde ingresó por drogas y una crisis de nervios. Se va a vivir sola a una vieja casona familiar en las sierras, donde los ruidos y las cosas raras que van sucediendo ponen a prueba su endeble estado mental. Comienza a sospechar de los pocos habitantes del lugar, que parecen estar creando un mundo de conspiraciones en contra de ella.
La película pierde el rumbo a pocos minutos de haber empezado y las escenas que se van sucediendo no tienen el interés necesario como para querer averiguar hacia dónde va la trama. Ingrid Grudke, más allá de su fotogenia, tiene un perfil más para la comedia que para el drama y depositar sobre sus hombros semejante guión le termina jugando en contra. En manos de nadie podría funcionar esta película, pero con ella es casi imposible lograr que consiga salvar algo que de por sí no tiene mucho sentido. Actores con más experiencia que ella están igual o más perdidos en sus papeles y sus imposibles líneas de diálogo.
Muchos momentos no tienen sentido y tironean a la película en variadas direcciones, pero a medida que avanza la historia empezamos a adivinar que el remate será lo peor de todo. Dicho y hecho, y sin ánimo de contar la trama, el cierre de la película y la explicación son algo que realmente insólito. En películas de cualquier tipo y época, la incoherencia se paga cara, pero en una producción pequeña esto salta a la vista mucho más.