Guardianas del mar El documental Ama-San, de Cláudia Varejão (No Escuro do Cinema Descalço os Sapatos, 2016), explora el mundo de las mujeres pescadoras de la península de Ise, en Japón, que continúan con una tradición cuyo inicio se remonta a hace 2000 años. La narración se centra en tres mujeres que, sin más que un rudimentario traje de buzo, día tras día, si las condiciones meteorológicas ayudan, descienden a recoger moluscos. Con la mínima intervención posible, Cláudia Varejão registra con minuciosidad la tarea de las tres protagonistas: desde que comienzan a ataviarse con los trajes de neopreno hasta que limpian el fruto de su labor, pasando por su vida doméstica. La cámara permanece estática durante casi todo el largometraje. El movimiento quedará reservado para las escenas más íntimas que las protagonistas comparten con su familia. Así, un cumpleaños, jugar con bengalas o buscar luciérnagas serán acciones donde la cámara se moverá para captar a los cuerpos. Algo que sobresale en el documental es la poca presencia que tienen los hombres. El capitán del barco es el único que se encuentra a la misma altura que las protagonistas pero los demás hombres son captados fuera de foco o de cuadro. Para el desarrollo de la historia no son relevantes y la directora lo hace notar a través de esta elección. El silencio también cumple un rol fundamental. Las escenas acuáticas carecen de música y apenas distinguimos algún que otro ruido. Lo importante son los cuerpos en movimiento y la realizadora les dedica un tiempo demasiado extenso. Tal vez este sea el punto más flojo del film. Ama-San no sólo ilustra en detalle una actividad milenaria que ha ido pasando de generación en generación, aquí también podemos conocer el detrás de escena de tres mujeres que continúan con una tradición que resiste el paso del tiempo.
El título original de la película que significa literalmente “amas del mar” en japonés, refleja una manera de buceo artesanal llevado a cabo por mujeres japonesas, desde hace mas de mil años. Es una tradición en vías de extinción para recoger los frutos de mar, y antes perlas. Esta película acompaña a estas mujeres en sus rituales de trabajo, en sus pequeños problemas y competencias, en sus riesgos, en su compañerismo y sentido de pertenencia. Este oficio se muestra en un pequeño pueblo de pesquero, y ellas con sus conocimientos y sabidurías lo comparten todo. Pero también se muestran en festejos, escenas familiares, momentos de la rutina diaria. Una encantadora mirada a sus esfuerzos y a la comprensión empírica, filosófica y religiosa de los dioses que rigen su actividad. La directora portuguesa Claudia Verejao presenta su segundo largometraje documental sin dar ninguna explicación didáctica, mostrando la acción en largas y sugestivas tomas del mundo acuático, pero también en cada acción de preparación y fin del trabajo, desde pequeñas coqueterías a emociones, estados de ánimo, detalles reveladores. Una muy interesante manera de acercarse a estas mujeres distintas, reverenciadas e ignoradas.
Tesoros en lo profundo del mar La precisión de la directora permite imaginar que se manejó del mismo modo en que un poeta controla la métrica de sus versos. Una mujer joven atiende sola a sus tres hijos y se encarga de las tareas del hogar: prepara desayunos, limpia la casa, lava y cuelga la ropa sucia. Otra mujer, una cincuentona, se atiende en la peluquería, donde le ponen los ruleros mientras ojea una revista y la charla avanza entre bueyes perdidos. Una tercera, la más vieja de todas, trabaja en una huerta abriendo los surcos y sembrando los plantines con sus propias manos. Las primeras secuencias de Ama-San, segunda película de la portuguesa Cláudia Varejão, dan cuenta de la vida diaria de Matsumi, Masumi y Mayumi, las tres mujeres en torno las que girará la historia. Está claro que la directora no tiene apuro y hará que la información le vaya llegando al espectador como si se tratará de la ceremonia del té: gota a gota. Varejão le va dando forma a su propia ceremonia del cine. El relato sigue a sus protagonistas a través de breves secuencias. El mar apenas aparece en el fondo de un atardecer recién a los diez minutos exactos de proyección, oculto entre los pormenores de la vida cotidiana. No será hasta cinco minutos más tarde que se convertirá en el cuarto protagonista de Ama-San, en una escena que resume la delicadeza con que la directora ha decidido construir su película. La más vieja de las mujeres le reza a sus ancestros en el cementerio, pidiendo que la provean de un abundante botín de abulones, una especie de crustáceo difícil de pescar y por eso mismo carísimo. Pero también ruega protección. El final de su oración se desenvuelve en off sobre un plano general del cementerio iluminado por el sol, detrás del cual se puede ver el mar al que la distancia le confiere un aspecto sereno que desmiente los temores de la anciana. El título de la película se sobreimprime en letras amarillas en el momento exacto en que la sombra de una nube cubre al cementerio, lavando sus colores. Ese tipo de precisiones (la primera aparición del mar a los diez minutos clavados; la sincronía entre la sombra y la luminosa tipografía del título; entre otras), permiten imaginar que Varejão manejó el montaje con las mismas intenciones con las que el poeta controla la métrica de sus versos. La aparición del título aporta información que ayuda a completar el rompecabezas que propone Varejão, pero de un modo hermético. Las Amas son mujeres buceadoras que forman parte de la tradición cultural japonesa desde hace más de 20 siglos. Originalmente cosechadoras de perlas, en la actualidad se dedican a la pesca del erizo de mar y el abulón, sin ayuda de equipos de buceo durante sus inmersiones. Solo ellas y sus pulmones. Justo después del título las tres protagonistas se embarcan junto a un grupo de colegas y parten en busca del botín buscado. Con la misma parsimonia Ama-San da cuenta del ritual previo a la inmersión, sobre todo de la forma meticulosa con que las mujeres se colocan sus bufandas, unos lienzos con los cuales se cubren la cabeza, realizada a través de una serie muy precisa de pliegues. Como si vivir no fuera posible sin esa paciencia, sin ese espíritu ceremonial que habita en cada escena. Y después el mar. Las imágenes subacuáticas cumplen una doble función. Por un lado estética: hay algo de coreográfico y musical en esas escenas casi mudas en las que las mujeres descienden diez, quince metros o más para ganarse su salario. Por el otro narrativo: algunas de ellas llegan a durar casi un minuto, sin cortes, en las que las ama contienen la respiración y bucean entre bosquecitos de algas como si nada. Súper mujeres: en esa idea se apoya Ama-San. El retrato de un grupo de mujeres capaces de todo, dando forma a un universo en el que los hombres no tienen lugar más que en un fondo desenfocado o como elemento secundario dentro de un colectivo femenino. Como en un haiku, tradicional poesía japonesa, Varejão va sumando escenas impresionistas que con delicadeza se acumulan y dan cuenta de ese poder.
Segundo largo de la documentalista y montajista Cláudia Varejão, primero que llega a la Argentina en forma comercial y probablemente, el más interesante de su carrera. Hablamos de "Ama-San", una mirada silenciosa y paciente al universo de las mujeres que se sumergen día a día, en las profundidades del mar para conseguir moluscos, pero también perlas, habilidades que las distinguen entre los pescadores de la región. Estamos en la península de Shina, en Japón. Allí, las mujeres "Ama-San", muestran su valor, día a día, al sumergirse en el mar, a hacer esta compleja tarea. Y las vemos, entrando ellas en su etapa de adultas mayores, pero ejerciendo la actividad sin pausa y con gran confianza en sí mismas. Siguen nadando, buscando respetar y honrar sus tradiciones y continuar el legado que las ha convocado por más de 2000 mil años de antiguedad. Además, lo llevan adelante, (y esto también motiva la observación), a la vieja usanza. Bucean sin toda la parafernalia (en cuanto a equipamiento), sosteniendo la costumbre ancestral de búsqueda bajo el mar, realizada de generación en generación y sin grandes cambios, a pesar de los avances tecnológicos actuales. Varejão presenta un registro atractivo, a pesar de su austeridad. Estas mujeres son observadas no sólo en el momento en que realizan su actividad principal, sino también en sus ratos de ocio, con sus familias, compartiendo rutinas, fuera del mar. Y ahí es cuando "Ama-San" se vuelve vistoso: todas son féminas de edad avanzada, pero transitan la vida con felicidad, sin importarles la posible incomprensión directa de la gente que las rodea. Esto se precibe en el relato y su silenciosa fuerza, ofrece un delite particular para aquellos espectadores acostumbrados a las experiencias diversas. Eso le da una dimensión al film, distinta. "Ama-San" puede parecer un típico documental de observación, pero describe una realidad cultural, digna de verse. Y promueve debates, acerca del rol de la mujer y su fortaleza, para continuar una tradición milenaria, aún en nuestros días. Su formato puede no ser amistoso para los que buscan emociones estruendosas, pero tiene un ritmo propio que invita a la reflexión sobre la cultura nipona que se ve, pocas veces en nuestras salas.
Film documental sobre una tradición laboral milenaria ejercida íntegramente por mujeres en el Japón del siglo XXI. La película retrata el día a día de las Ama-San, cuya traducción literal del japonés significa “Mujeres del mar” y se refiere a una actividad de buceo artesanal que las japonesas han realizado en su país desde hace más de 2000 años. La directora decide acompañar de manera intimista a tres de ellas que, desde hace 30 años, se sumergen juntas a recolectar perlas en un pequeño pueblo pesquero de la Península de Shima. La construcción formal del relato proviene de la invisibilidad del dispositivo que, convertido en una especie de niñe curioso, registra de manera observacional la totalidad del relato sin intervención alguna. Esa inmersión minuciosa a la intimidad, no sólo del buceo sino también del micromundo que rodea a sus protagonistas en lo familiar, nos da la sensación de estar físicamente viendo y escuchando desde la película y no por sobre ella. Este habitar del espacio-tiempo del film nos abre las compuertas de lo no dicho, donde el silencio, la durabilidad de planos, su quietud, la interacción y vínculos de sus personajes, el recorte abierto de los mismos e incluso su fuera de campo, nos eleva a la superficie reflexiones que nos interpelan sobre el rol de la mujer y la mirada de las otredades en función de ello construidas durante siglos. Estas decisiones, sumadas a la escasez o casi nula presencia masculina, visual y sonora, dentro del documental, invita a les espectadores a cuestionarse, ya sea desde una ausencia que les incomode o vivifique, mientras la autora asienta una mirada honesta, valiente y directa sobre género.
Tras un largo recorrido por festivales (y no pocos premios), se estrena en la Sala Lugones del Teatro San Martín este segundo largometraje documental de la realizadora portuguesa Cláudia Varejão producido por la prestigiosa cooperativa Terratreme Filmes y rodado íntegramente en Japón. Es que es allí, en un pueblo pesquero perdido en la península de Shima, unas pocas mujeres mantienen una tradición milenaria (lo de milenaria no es una exageración ya que comenzó hace más de mil años) que consiste en sumergirse en el mar en busca de valiosas perlas. Se trata de una actividad exclusivamente femenina y la mirada atenta pero respetuosa de Varejão (al extremo de que no hay música incidental ni movimientos de cámara y los cortes de montaje son escasos) nos acerca a tres mujeres ya veteranas que generan respeto pero al mismo tiempo provocan cierta incomprensión en el resto de la comunidad. La directora muestra la intimidad de estas señoras que llevan más de 30 años buceando (sin tubos de oxígeno, por supuesto) con sus dinámicas familares, su religiosidad, su pasión por la música (sobre todo el karaoke) y sus rituales (prepararse antes de tirarse en el mar implica una compleja ceremonia). Un bello y austero documental observacional que retrata a estas entrañables Ama-San (“mujeres del mar” en japonés), independientes y autosuficientes, precursoras del feminismo en una sociedad patriarcal y conservadora como la japonesa, incluso cuando el concepto de feminismo ni siquiera formaba parte del debate.
Hay escenas de la vida real que funcionan como una metáfora. Hay hábitos, personas y mundos que construyen con sus rituales una acción poética, y es la ventana del cine la que nos permite observar esta narración viva. El cine que se convierte en un espejo a través del discurso del documental y como una imagen cristal, nos permite extraer de la acción de observar una realidad capturada a través de la lente como quien extrae perlas del fondo del mar. El filme nos obsequia una serie de fragmentos en la vida de tres mujeres veteranas que viven en un pueblo costero y pesquero de Japón. Su marca distintiva es que mantienen vivo un ritual milenario: extraer perlas del fondo del mar de manera artesanal. No es un eufemismo decir milenario porque esta actividad lleva más de 1000 años de historia desarrollándose en manos femeninas y no es una palabra más decir que este trabajo es “artesanal” porque es ciertamente una tarea hecha solo con sus propias manos , como un artesano talla una piedra, ellas rescatan sus tesoros. Las vemos hundirse en el agua azulada e inmensa del mar (hasta sin accesorios para respirar) y danzan como descendiendo hacia el lugar que esconde el tesoro. Es una escena lenta y silenciosa, donde apenas vibra el movimiento del agua en las profundidades que en una toma única observamos y presenciamos este acto tan simple como simbólico. No hay música, no hay encuadres que busquen habitar más allá de la observación misma, a la escena la domina una mirada aquietada y transparente, donde tan solo es importante saber dónde poder mirar y permanecer allí, dejando que la realidad poética fluya con su bello devenir. Es este el cuadro viviente que cinematográficamente nos deja a la vista el exquisito documental de la realizadora portuguesa Cláudia Varejão, cuya narración se desarrolla tras los pasos de estas buceadoras mágicas. Así nos retrata un ritual femenino que al resistir el paso del tiempo termina constituyéndose sin teorías ni imposturas, en una forma de resistencia. Y como toda acción poética es una forma de resistencia, Ama san -que significa mujeres del mar en japonés- nos deja descubrir un retrato de resistencia. Resistir al paso del tiempo, y a la muerte de un ritual. Se resisten a que se diluya esta mágica tarea de rescatar algo tan icónico como una perla, que es un objeto precioso, escaso, históricamente relacionado a la belleza femenina y escondido en el secreto de las aguas profundas. Se resisten a que deje de ser esta tarea la de una mujer enarbolando la imagen de las “mujeres del mar” que hoy aún son, y de todas las que fueron a través de todos estos años. Y entre todo ello, el agua, el silencio, los cuerpos en movimiento. En sus vidas cotidianas desfilan otras simplezas, los hijos, la cocina, la música, hasta la graciosa situación de verlas cantar en un karaoke y espiar las pequeñas cosas de sus pequeños días. Lo que nos queda como imagen y como huella de la metafórica recolección de aquellas pequeñas alhajas blancas, es verlas vestirse para el descenso, en sus trajes de neopreno y con sus cabezas envueltas de manera meticulosa en un pañuelo blanco donde solo asoman sus rostros marcados por los surcos de los años, prestos para hundirse en el agua transparente de ese ritual infinito que las mantiene vivas y las hará eternas. Por Victoria Leven @LevenVictoria