Si tengo que mencionar a una actriz que escriba con su propia impronta autoral en las comedias que participa, indudablemente tengo que nombrar a Drew Barrymore. Independientemente de lo que tenga que contar el director de la película de turno en la que participe, ella tiene su propia visión del mundo, una alegría y desfachatez mezclada con una rara e inteligente ingenuidad que contagia en el espectador una poderosa empatía que es superior a cualquier historia que se pretenda contar.
Este elogio del que se desprenden solo unos pocos actores y actrices de esa fauna que Hitchcock llamó “ganado” no garantiza que una película sea una obra maestra ni nada por el estilo, solo le aporta un brillo y un valor agregado. Un Cary Grant, un John Wayne en escena aportan felicidad cinematográfica, no importa la historia.
En Amor a Distancia, Barrymore es sacada a patadas de un bar, borracha, gritándole a un patovica “suck my dick” e invitándolo a los gritos a masturbarse viendo Transformers de Michael Bay (de paso, Megan Fox es lo opuesto total a Drew; pétrea, triste y estúpida). ¿Puede naufragar una película que tenga esta escena desfachatada y delirante con la mejor actriz de la comedia americana? Si, porque en las comedias románticas la clave de la diegesis es la empatia, la atracción que tenga la pareja de protagonistas. En este caso, Nanette Burstein no logra que exista química entre Drew y Justin Long. En realidad no se a que director se le puede ocurrir seleccionar en un cast de una comedia romántica a Justin Long, y encima cometer el crimen de juntarlo con una gran actriz como Drew Barrymore. Long esta a destiempo con el genero, uno no sabe si esta participando en una comedia, en un drama o en una película de acción ya que su gélido rostro siempre muestra ante la cámara la misma expresión.
Mas allá de algunos buenos momentos donde participan los amigos de Long, vagos, delirantes y freaks y que nos hacen amar al cine americano por construir esos personajes secundarios tan queribles (grande Christina Applegate ¡!) y algunas sorprendentes irrupciones musicales con clásicos ochentosos, la película deambula en indecisiones y lugares comunes que no le aportan nada nuevo al genero y mucho menos a la rica carrera de Barrymore. Historias de amores a distancia en la época de Skype ya no se deberían filmar, suenan fofas y a destiempo. Aburridas e intrascendentes. Esta película pide revancha a los gritos, miren Jamás Besada y disfruten a la Barrymore en su mejor versión, haciendo comedia clásica.