El difícil arte de arruinar a Drew Barrymore
Niña prodigio y estrella infantil (condición que le trajo más de un problema), actriz de infinito carisma, versatilidad y talento (de esas escasas elegidas que son capaces de hacer creíbles los personajes más inverosímiles y soportables incluso los diálogos más hirientes) y -a partir de su notable opera prima Whip It- también una más que promisoria directora, Drew Barrymore es una de mis actrices favoritas y, casi, una garantía de que cada una de sus películas tendrá al menos un elemento rescatable: ella.
Digo "casi" porque, a veces (muy pocas veces), aparecen películas como Amor a distancia, un despropósito capaz de incendiar la carrera de un ángel de la pantalla como Drew y de un digno (aunque desparejo) comediante como Justin Long.
La responsable de esta comedia romántica (que jamás resulta cómica ni alcanza intensidad romántica) es Nanette Burstein, una directora con notables pergaminos en el documental (On the Ropes, Say it Loud, The Kids Stays in the Picture, American Teen), pero que aquí demuestra una absoluta incapacidad para conseguir fluidez, timing, empatía y elegancia, elementos indispensables para un género como este.
El otro gran culpable es el guionista Geoff LaTulippe, que incursiona sin el más mínimo éxito por todos y cada uno de los subgéneros (y fórmulas) que se puedan imaginar: desde el amor a distancia al que alude el título (él trabaja en una discográfica neoyorquina y ella es una periodista en San Francisco) hasta los torpes chistes sexuales, pasando por los típicos amigos nerds del protagonista, las invasiones del roomate, las miserias de las redacciones de los diarios, los arranques de celos, el uso "cómico" de las nuevas tecnologías (Internet, SMS) o las alusiones varias a la escena rock.
Todo en el film resulta obvio y fallido: las referencias musicales (la burla a los grupos adolescentes en el estilo de los Jonas Brothers), las cinéfilas (Top Gun, Sueños de libertad), la utilización de los temas (y eso que se escuchan buenas canciones de The Cure o The Pretenders), los personajes secundarios (empezando por una aquí muy deslucida Christine Applegate) y la enumeración podría continuar casi hasta el infinito.
Los 103 minutos se hacen de goma y las sonrisas no surgen jamás. Puedo entender y justificar cualquier desacierto de Burstein y LaTulippe... Todo menos el hecho de haber dilapidado nada menos que un protagónico de Drew Barrymore en el juego que mejor juega y que más le gusta. Eso sí que es imperdonable.