La épica cotidiana de vivir
Cálida y predecible, Amor a distancia (Going the distance, 2010) es una película de efervescencia fugaz que consolida –sigue consolidando- a Drew Barrymore como una enorme actriz cómica, y catapulta a Justin Long a los primeros planos. Señoras, señores, se ha formado una pareja.
Erin sabe que New York serán algunas semanas de su vida y pansantía mal paga. Garret se choca a diario contra los intereses menos artísticos que económicos de la discográfica donde trabaja: su último proyecto es lanzar al estrellato a una banda adolescente símil Jonas Brothers. Un bar será el lugar donde comienzan una relación que pretendían temporal. Pero el amor no sabe de pronósticos y deberán continuar su relación a 5 mil kilómetros y varios husos horarios de distancia.
Con casi treinta años de carrera, Drew Barrymore es el paradigma de la niña mimada de Hollywood que se empalaga con un éxito tan repentino como inesperado. En la picota mediática desde que sus rizos dorados irrumpieron en E.T, el extraterrestre (ET, 1982), a comienzos de los gloriosos ochenta, carrera y vida de esta actriz entraron en un espiral descendente de drogas y alcohol, la segunda, y un largo encadenado de papeles malos en películas peores, la primera. Pero finalizaron los noventa, se alió al por entonces inteligente y lúdico Adam Sandler para El cantante de bodas (The Wedding Singer, 1998) y comenzó a erigirse como un referente de la comedia romántica clásica, aquella que no por apelar al lugar común subestima la capacidad del espectador.
Perdedoras cotidianas, de esas que se embarran en urbe a diario para ganarse el pan, las criaturas de Barrymore viven aventuras generalmente redentoras que sin embargo no aparejan triunfos trascendentales sino pequeñas victorias o a lo sumo batallas minúsculas en la inmensidad del mundo: es la épica de lo cotidiano. Tomemos dos películas -elección arbitraria si las hay, quedan afuera la mencionada El Cantante de bodas, Los chicos de mi vida, Amor en juego, Letra y Música, Pura suerte y esa extrañeza total que es su inédita ópera prima Whip it!- separadas por una docena de años pero hermanadas por el oficio de periodismo que ella desempeña en la ficción: Jamás Besada (Never Been Kissed, 1999) y, justamente, Amor a distancia.
En la primera Josie vuelve al secundario cuando una investigación de campo así lo demanda y la revancha proviene de subsanar el largo suplicio que fue su (falta de) etapa amorosa juvenil. Por eso el desenlace es la superación de los fantasmas del pasado, la absolución de una carga atosigadora que impedía su normal desenvolvimiento. Pero la película apenas dimensiona esa acción como algo extraordinario cuando, sobre el verde césped del campo de béisbol, atrae la atención de miles mientras el príncipe azul de turno la besa con esmero. De allí en más, tenemos la certidumbre que todo será nominal, como si aquello fuera apenas un acto efímero de un destino empecinado en que alguien sea, por un instante y en un lugar, feliz.
Y finalmente llegamos a la película en cuestión: Amor a distancia. Pasante en un periódico neoyorkino con 31 abriles en las espaldas, Erin tiene el reloj biológico un diez años atrasado. Soltera, monetaria y ediliciamente dependiente de su hermana mayor, sabe que tiene mucho por ganar y poco por perder. Estamos, por elevación, ante una virtual continuación de Jamás besada con el adosamiento de revancha laboral. Es en la basto terreno victorioso aún inexplorado para Erin donde radica la posibilidad épica del torcer la suerte. Sin embargo Nanette Burstein (directora de la directo a DVD American Teen (2008)) evade la “trascendentalidad” de ese acto sirviéndole a Erin y Garrett la atención total del presente, pero a sabiendas de que todo cambiará (o no) para que nada cambie.
La (¿involuntaria?) coherencia temática necesita de un partenaire capaz de sostenerla. Justin Long, actor desconocido para los seguidores del mainstream, viene desde hace años brillando en comedias directo a DVD como Pelotas en Juego (Dodgeball, 2004)o Admitido (Accepted, 2006). Como Barrymore, su carrera no sabe sino de constantes caídas para pequeñas levantadas. Más temprano que tarde, el destino haría su magia.