Algo para recordar
En el mapa del territorio actual de la comedia romántica, la figura de Drew Barrymore se ha convertido en su máximo referente. Sin una belleza convencional, sin apelar a mohines desmedidos, incluso con un físico que se aleja de la figurita estilizada, Barrymore ha sabido construirse un espacio en el que películas de la talla de Como si fuera la primera vez y Letra y música marcan una diferencia muy grande respecto al resto. Con las antiguas “reinas” como Julia Roberts o Meg Ryan preocupadas en otras cosas, la actriz incluso se ha dado el gusto de debutar en la dirección con la notable Whip it -que lamentablemente por estas tierras no veremos nunca en un cine- y demostrar que su talento no es sólo un cuerpo, sino un estado de ánimo que se transmite por ósmosis al proyecto al que se suma. Y que, cuando tiene un compañero como Adam Sandler o Hugh Grant, que saben acoplarse a su compañera de ruta sin hacerle sombra, ese estado de ánimo se traduce en felicidad absoluta.
Y, nosotros tanto renegar sobre la falta de comedias románticas decentes, que finalmente nos llega como una caricia esta Amor a distancia, uno de los mejores exponentes que ha dado el género en mucho tiempo y uno de los mejores estrenos del año. El film dirigido por Nanette Burstein es una demostración de cine clásico: uno sabe cómo va empezar y cómo va a terminar, pero lo que nos importa son todas esas instancias que hacen a la historia, todo lo que ocurre en el medio, ese transitar de los personajes hacia un final que será feliz -o si no, no será nada-, pero que lo hace como una consecuencia de los actos y las decisiones que toman sus personajes; que son lógicas, que son coherentes y que conocen de renunciamientos, y que por eso será que nos emocionan, por eso será que nos comprometen. Amor a distancia es, también, un film remedio; remedio contra la pose del cine y el público actual, que buscan la sorpresa y lo novedoso como si en eso se terminara el cine; un arte que, básicamente, se puede resumir en tener algo interesante para comunicar y saber contarlo.
Incluso, Amor a distancia sortea varios escollos que ella misma se coloca como una prueba de sus virtudes. Por un lado hace uso de un humor actualizado, contra la ingenuidad del género: si hay amor, también hay guarradas de todo tipo, y sin embargo esto no hace más que aumentar su efectividad y sus posibilidades. Si funciona, es noble decirlo, es porque además de Barrymore y Justin Long tenemos un reparto que sabe cómo hacer de lo ordinario algo extraordinario (¡Jason Sudeikis rules!): el humor, aquí, si inclusive puede ser agresivo, surge de lo cotidiano, de la observación, de construir personajes que hacen creíbles esas situaciones. Digamos que por momentos Amor a distancia parece Los hermanos Farrelly conocen a Howard Hawks. Por otro lado, la directora, el guionista Geoff LaTulippe, Barrymore y Long se permiten modernizar los roles típicos del género sin por eso dejar de ser concientes de que están filmando una comedia romántica.
Precisamente ese es el punto fundamental -de otros muchos más- que sostiene el éxito de esta película. Erin (Barrymore) y Garrett (Long) se aman y viven en costas opuestas de los Estados Unidos, y ambos están imposibilitados de acercarse porque él no se moverá de Nueva York a raíz de su trabajo en una discográfica y ella no consigue empleo como periodista en la Gran Manzana. A este conflicto, que otros derivarían hacia un comentario sobre el mundo, Amor a distancia lo ciñe a la medida de la comedia romántica: nada distrae de lo central, que es el amor de ellos dos. Nada, ni la crisis laboral, ni las dificultades de sostener una relación a distancia, ni la necesidad de independizarse, ni las complejidades del mundo actual que parecen ahuyentar la posibilidad del amor real. Al usar todo esto como un telón de fondo pero nunca como el eje argumental, Amor a distancia demuestra que cree en la comedia romántica y, además, que sabe que el mundo tal vez sea un lugar un poco peor que hace 70 años, cuando las comedias románticas brillaban. Pero así como Erin y Garrett le ponen el pecho a la situación, el film toma toda su energía y la deposita en hacer que Erin y Garret -y nosotros- seamos felices.
Y esto es, básica y sencillamente, una comedia romántica moderna. No porque haya chistes sobre pedos, no porque tomen drogas, no porque se manden mensajes de texto, simplemente porque construyen arquetipos que van con su época, que son actuales, sin cinismo. Erin puede querer a su chico y desear el príncipe azul, pero también sabe que necesita hacerse fuerte en su profesión; Garrett sabe que algunas determinaciones sugieren un sacrificio, pero hace de esto una posibilidad, una forma de relanzar su presente y su futuro, y no una claudicación en pos de una idea conservadora de la vida. De aquí nadie saldrá mejor o peor, pero sí al menos diferente: y la enseñanza es parte fundamental del género. Tal vez muchos no vean en este film más que una comedia de chico-conoce-chica con final feliz, pero sin dudas que estamos ante una película compleja, que reconfigura la masculinidad y la femineidad de hoy y, con esto, también a la pareja actual bordando un mapa de cómo es la dinámica de las relaciones sentimentales en el presente. Y es una película agridulce porque, muy sinceramente, sabe diferenciar el amor de la vida en pareja, lo romántico idealizado de lo cotidiano, sin por esto anular una u otra expresión.
Pero si todo esto funciona es porque ahí donde el género debe estar presente a través de clichés, encuentra en Barrymore y Long a una pareja inmejorable, dueña de una química especial, que parece querer prender fuego la pantalla cada vez que se encuentran (¡hay besos de lengua!) y que respeta cada uno de esos lugares comunes con inteligencia. A través de ellos, la película encuentra la forma de hacer creíble ese amor: por eso lagrimeamos en la primera despedida en el aeropuerto, por eso queremos que se muden juntos, por eso nos apena la posibilidad tangible que de se distancien definitivamente. Amor a distancia demuestra que la inteligencia no es hacerse el importante y fruncir el ceño como si se estuviera contando algo imprescindible para la vida, sino apenas construir personajes a los que les podamos creer y que sean lo suficientemente interesantes como para que valga la pena compartir ese viaje. Ya sean estos un fascista de nombre Mussolini, un vaquero de peluche llamado Woody o dos amantes llamados Erin y Garrett.