Sobre el amor y la risa
Amor a distancia se inscribe en lo mejor de la comedia romántica contemporánea.
Se pueden distinguir dos vertientes en la comedia romántica actual de Hollywood. La primera está representada por títulos como Guerra de novias, 27 bodas, El cazarrecompensas o Cómo perder a un hombre en 10 días. En realidad, no son comedias: son panfletos baratos de venta de las instituciones matrimonial y familiar, la pareja como sostén del individuo y el amor como método para adaptarse al sistema.
La segunda corriente tiene como principal y único exponente a Drew Barrymore, una actriz que ya a esta altura puede reclamar sin miedo el trono de reina de la comedia romántica, y más teniendo en cuenta la deserción de referentes como Julia Roberts o Meg Ryan. Revisando Como si fuera la primera vez, Amor en juego y Letra y música, se pueden percibir toda una serie de obsesiones e inquietudes, vinculadas a la construcción de la pareja, la convivencia con el contexto actual y las reformulaciones de lo romántico.
Amor a distancia constituye el más reciente ejemplo de lo afirmado en el párrafo anterior. La inteligencia y sensibilidad del filme parte desde el lenguaje, en todas sus variables. Por empezar, aprovecha haber sido catalogada como R (Restringida), la calificación más alta y prohibitiva del cine estadounidense: la usa de trampolín para armar un relato adulto, consciente de que las malas palabras no conspiran contra el amor. Por eso los múltiples diálogos escatológicos adquieren un sentido particular. Detrás de tantos pitos, tetas, culos, y escatología, hay pasión y deseo, hay gente conociéndose, hay amistad, incertidumbre, hay decisiones que tomar. Y nunca nada suena pesado, sino humano. Les creemos a los personajes sus lágrimas, sus angustias, sus indesciciones, su añoranza, su padecimiento del tiempo y la distancia, porque antes les creemos cuando se ríen, cuando disfrutan, cuando no paran de decir o hacer tonterías y no se sienten culpables por eso.
Amor a la distancia es, como Ligeramente embarazada o Virgen a los 40 años, una de esas comedias que tendrían que ser de visión obligatoria para los adolescentes, porque transmite esa noción sana y pertinente de que el sexo es importante, pero que eso no significa que sea aburrido o ceremonioso. Que es sobre el descubrimiento de los cuerpos, sobre vencer miedos y barreras, sobre besarse, acariciarse, sobre conocer al otro a través del afecto.
Asimismo, es una película obligatoria para el público adulto, porque reivindica el género al cual pertenece con toda la convicción posible. Deja de lado todo conservadurismo ideológico -¿hace cuánto no se veía a un personaje describiendo como algo natural y disfrutable el estar permanente de joda, como hace uno de los amigos de Justin Long, sin que aparezca nadie para señalarlo con el dedito?- e interpela sobre temas como la maduración, la búsqueda de estabilidad y compromiso, el rol del hombre y la mujer, la pareja como institución importante pero no total. Nunca juzga a los personajes, y en ese no juzgar, logra una llamativa empatía y obliga al espectador a pensarse a sí mismo.
Párrafo aparte para las actuaciones. Debe haber pocos actores como Justin Long, que van armando sus personajes en base a pensar su discurso, su ideología y sus problemas, casi rompiendo la cuarta pared, a mitad de camino entre la primera y la tercera persona, sin ninguna clase de cinismo sino, por el contrario, con todo cariño. Muy poquitos alcanzan tanta hilaridad desde la total pero inteligente grosería, como lo consiguen Jason Sudeikis y Charlie Day, que en sus roles son, desde el inicio hasta el final, esa clase de amigos que uno sabe que van a estar siempre, no importa lo que pase. No hay muchas actrices como Christina Applegate, que no necesita hablar, porque ya en el rostro se le nota todo: la tensión, el odio, la frustración, la adoración, la aceptación, la melancolía. Y, definitivamente, no hay nadie como Drew, que seguro que es una mina de fierro, tanto en la realidad como en la ficción.
Desde el díptico que dirigió Richard Linklater con Antes del amanecer y Antes del amanecer que no tenemos un filme donde se sienta y perciba tanto el poder de un espacio-tiempo determinado. Los trayectos se sienten, las horas y días se sienten. El filme dura menos de dos horas y nunca aburre, pero los meses y meses que involucran la relación de los protagonistas están presentes y adquieren forma. Los kilómetros se palpan, su literalidad nunca es impostada. Amor a distancia es de esas obras que nos devuelven la creencia en el cine como vehículo de las emociones.