Nunca te vi, siempre te amé
En ese país mágico y misterioso llamado India, existe desde hace 120 años un increíble oficio llamado dabbawallah . Cada mediodía, en la laberíntica Bombay, cinco mil repartidores pasan por casas particulares a recoger la vianda caliente que las esposas de los oficinistas les mandan a sus maridos para el almuerzo. Viajan en bicicleta y tren, entregan el pedido y a la tarde llevan las bolsas y ollitas vacías de nuevo a las esposas. Los dabbawallahs heredan el oficio y, pese a que son analfabetos, son prácticamente infalibles. Un estudio de la Universidad de Harvard determinó que, gracias a un sistema de colores y símbolos, sólo se equivocan de destinatario una vez en un millón. El director Ritesh Batra pensaba hacer un documental sobre estos repartidores, pero prefirió filmar una ficción sobre lo impensable: el error de un dabbawallah .
Así es como un mediodía, el almuerzo que Ila preparó con toda dedicación para tratar de reavivar la llama de su matrimonio llega a manos de Saajan Fernandes, un viudo que está acostumbrado a comer los mediocres platos que le manda, vía los dabbawallahs , un restaurante. Cuando la mujer se da cuenta de su error, comienza un intercambio epistolar con el empleado público. Carta va, carta viene, nace una historia de amor a distancia tan cautivante como regada de lugares comunes.
Ella está atrapada en un matrimonio desapasionado, con un marido que ya no la valora ni le presta la más mínima atención; él, sumido en la melancolía por su difunta esposa, está amargado y lleva una vida de gris burócrata. Queda claro que los personajes son bastante esquemáticos, pero esto no alcanza para borrar el encanto de la película, que siempre parece estar a punto de empalagar pero logra mantener el equilibrio entre la dulzura y la amargura. Una de sus virtudes es que no todo está dicho; quedan bastantes aspectos de la historia que el espectador debe completar, algo refrescante entre tanto cine de Hollywood.
Pero lo mejor, además de la minuciosa descripción visual del funcionamiento de los dabbawallahs , y las imágenes de ese hormiguero humano que es Bombay, es la relación que Ila mantiene con su tía. A esta señora nunca se la ve: vive en el piso de arriba de su sobrina y se comunica con ella a los gritos, por el hueco de aire y luz; se pasan especias y mensajes con una canasta pendiente de un hilo. Casi tan fino como el hilo del que pende el romance entre Ila y Saajan.