Acaso la película sobre el personaje más narcisista de la historia del cine, LISTEN UP PHILIP es también una de las creaciones más originales del cine independiente norteamericano de los últimos años. Admitiendo no haber sido un fan de su anterior filme, THE COLOR WHEEL, y ni siquiera caerme del todo simpáticas las películas misantrópicas sobre tipos insoportables, el tercer filme de Alex Ross Perry es una comedia tan negra como extraordinaria, cuyo nivel está a la altura (acaso un escaloncito más abajo pero no mucho) de joyas como RUSHMORE, de Wes Anderson, HISTORIAS DE FAMILIA, de Noah Baumbach, o de buena parte del gran cine norteamericano de los ’70.
La comparación con RUSHMORE no es casual. Ambas tienen como protagonistas a Jason Schwartzman como una persona tan desubicada como talentosa en relación con una “figura paterna” de dudosa empatía con el mundo (Bill Murray allá, Jonathan Pryce, aquí). Imaginen ese universo pero bajo el prisma judío-neoyorquino de Woody Allen en su mejor momento y tal vez les dé algo parecido a LISTEN UP PHILIP. En realidad, lo mejor que pueden hacer para embeberse del mundo de este filme de Perry es leer cualquiera de las novelas –las de antes y las de ahora– de Philip Roth, cuya obra y persona esta gran película convoca inmediatamente.
Philip Friedman (Schwartzman) es un arrogante escritor a punto de publicar su segunda novela y tan creído de sí mismo (y a la vez inseguro) que no hace más que enrostrar su supuesto suceso en las caras de todos los que lo rodean: colegas, ex novias, editores y hasta novias actuales que, por motivos difíciles de entender, lo soportan. Schwartzman tiene la capacidad y el talento cómico como para que este odioso personaje nos resulte intrigante en una vida cotidiana que no es más que una cadena de potenciales combustiones espontáneas.
Maltratador serial (verbal), arrogante al punto de lo insólito, nervioso, ansioso y egoísta, Philip se encuentra ante una situación desconocida: su admirado ídolo literario, Ike Zimerman (Jonathan Pryce en un personaje también inspirado en Roth, como si ambos fueran versiones con tres décadas de diferencia de la misma persona), no sólo lo recibe en su despacho y dice que le encanta su novela, sino que lo invita a irse a pasar una temporada en su casa de campo para poder escribir fuera del ruido de la gran ciudad.
Para eso Philip tiene que dejar a su novia Ashley, una fotógrafa encarnada por la extraordinaria Elisabeth Moss, cosa que hace sin ningún titubeo, y adentrarse en las fauces y en el mundo de este viejo lobo solitario que tiene la fama y el prestigio con los que él sueña, pero también ha hecho trizas su vida familiar y hoy es un refinado y alcohólico solitario con una pésima relación con su hija (Krysten Ritter).
Ike recomienda a Philip para dar clases en una universidad y allí Perry da una vuelta de tuerca de tono literario a su filme y la historia pasa a ser la de Ashley, ya separada de hecho de Philip y tratando de reorganizar su vida. Es un giro narrativo arriesgado que funciona a la perfección: no solo porque Ashley es lo más parecido a alguien humano y con corazón que tiene el filme (las emociones que es capaz de sacar a la luz Moss en sus primeros planos son impresionantes) sino que demasiado de la dupla Ike & Philip (o Roth y Zuckerman, para los lectores del otro Philip) pueden aniquilar a cualquier espectador por más que la película sea sobre misántropos y no necesariamente misantrópica.
Filmada en 16mm y con cámara en mano, mucho primer plano y montaje furioso y hasta caótico, con una narración en off y una estructura episódica que la vuelve aún más literaria de lo que es en su tema, LISTEN UP PHILIP parece un objeto fílmico sacado de los ’70 (es actual pero todos usan máquinas de escribir y casi ni se ven celulares ni computadoras), más Woody Allen que el propio Woody Allen (aquel, no el de hoy) y tan original como heredera de un mundo literario/cinematográfico que ya conocemos.
Perry se centra en la complicada vida de muchos artistas que, llevados por el ego que los ha convertido en celebridades –o “notables promesas”– terminan arruinando casi todo lo humano que tocan en sus vidas. El caso de Philip puede ser extremo, pero su exageración cómica no logra esconder nunca la palpitación nerviosa y la maníaca inseguridad que lo llevan a actuar como actúa, sin piedad por el prójimo en función de lograr un éxito que, a juzgar por la vida de su mentor, tampoco parece ser el final feliz que imagina.
Es ese humor cáustico y la humanidad –y belleza de otra época– de Moss lo que vuelven soportable esta batalla de egomaníacos. Además, claro, de las actuaciones de los protagonistas. De Schwartzman, claro, todo un especialista en personajes que parecen estar al borde del autismo emocional, pero más que nada del Zimerman de Pryce, un hombre que es bastante consciente del daño que ha hecho, hace y seguirá haciendo en función de su cada vez más debilitada musa literaria y su errática vida personal.
En cierto modo, LISTEN UP PHILIP (el tono “exclamativo” del título parece así decirlo) es casi una advertencia: de un escritor a otro, del director a sus personajes y acaso hasta al propio Roth. La arrogancia y el desprecio por los demás no siempre pueden ser tapadas por el talento. Los lectores agradecerán sus obras en las que esa misantropía está disfrazada o diseccionada, eso es cierto, pero tenerlos cerca puede ser tóxico.