Una piña suave.
A pesar de lo que propone el título nacional, Analizando a Philip no es una película psicologista ni tampoco una obra dedicada a seguir la vida de un solo personaje. Si tuviéramos que categorizarla podríamos encuadrarla dentro del cine independiente joven con aspiraciones filosas y filosóficas (lugar de pertenencia del primer Linklater con obras como, por ejemplo, Slacker, aunque hay acá una técnica mucho más pulida). Filosa porque intenta romper con ciertos moldes y lugares comunes del guión buena onda de las comedias románticas más suaves y banales que suelen estar repletas de personajes que buscan una felicidad de supermercado, generalmente a través de la aceptación definitiva de una eventual pareja heterosexual, y en donde no suele haber lugar para la reflexión. Filosófica porque el trabajo de los planos (sobre todo el acercamiento a los rostros desde el movimiento desprolijo de los 16 mm) se conjuga con diálogos cargados de ambición existencialista y una mirada poco amable con la corrección sentimental del actual estereotipo vegano new age trasnochado y las sensibilidades mal entendidas.
Philip, el encargado de sacudir el polvo -de sus relaciones afectivas y laborales- es un escritor al que quedar bien lo tiene sin cuidado; neurótico y solitario son dos de las características de este personaje que no busca generar empatía ni dentro de su universo ni con los espectadores de este lado del truco. Los otros dos personajes que completan esta película literaria -el propio director Alex Ross Perry dijo que le gustaría que el espectador salga de la sala sintiendo que leyó una novela- son su novia fotógrafa y un escritor consagrado que podría ser el reflejo futuro del propio Philip, y que además podría representar al escritor Philip Roth, héroe de Perry y su mayor influencia para esta película. Lo mejor de Analizando a Philip lo encontramos en su primera mitad, donde el jazz a la Woody Allen y la estética arty de la costa este estadounidense importan menos que ciertas decisiones formales interesantes; como, por ejemplo, el trabajo del fuera de campo en una escena en la que Philip se pelea de mentira -pero de verdad- con otro escritor y nunca vemos la piña en el estómago que le tira. Esa buena escena define un poco a la película, una buena historia que promete una fuerte trompada de sentido pero que nunca la llegamos a percibir del todo por un devenir que pierde un poco de intensidad; eso sí, el amague está muy bueno, y en una era en que la cartelera nos ofrece una mayoría de obras que incomodan por su subnormalidad, una con ecos de Cassavetes es más que bienvenida.