Una película sobre el narcisismo que no es narcisista: no es frecuente. Una película sobre escritores de Nueva York, uno consagrado, el otro apenas una promesa, que no es necesariamente para intelectuales. La asociación es inevitable: Analizando a Philip parece un filme de Woody Allen (de la década de 1980), pero no del todo: es más amable con sus personajes y les dispensa a todos ellos algún momento de dignidad, más allá de sus reprochables conductas, que tampoco se juzgan. La historia se sitúa en el momento en que el personaje de Jazon Schwartzman tiene que presentar su segundo libro publicado, que empieza a circular por las librerías del país. Nada satisface a Philip: ni el reconocimiento de su obra, ni el cariño de su novia (y de sus exnovias), ni habitar en la ciudad. La excesiva preocupación sobre sí mitiga cualquier circunstancia edificante. Uno de sus editores le contará que a un escritor consagrado, un tal Ike Zimmerman (Jonathan Pryce), quien hace un par de años no publica, le ha gustado la novela. Se conocerán y por un tiempo el joven Philip se irá a pasar un tiempo a una cabaña que tiene el novelista lejos de la ciudad. Abandonará a la novia, y más tarde conocerá a una profesora de literatura de una universidad cercana a su nuevo lugar de residencia en la que dictará un curso por un tiempo. Hay escenas notables en la tercera película de Alex Ross Perry. Lo que sucede con el personaje de Elisabeth Moss, que interpreta a la fotógrafa que vive con Philip, en el momento en el que este la abandona, es una síntesis de la inteligencia sensible del filme; un punto de vista narcisista no repararía en un personaje secundario. Es que los detalles vinculares son aquí la materia del relato y la forma de espiar la compleja psicología de los personajes. Hay otros ejemplos que competen a Ike y su hija, y al propio Philip. La pregunta que sobrevuela el filme consiste en cómo examinar la misteriosa relación de la vida anímica con los signos que devienen en literatura, una transacción que, según Ross Perry, se puede pagar caro cuando el novelista cree sin darse cuenta que resignando la calidez de entregarse a otros es como obtiene la cáustica precisión de una lucidez sustraída al desengaño.