Philip (Jason Schwartzman), el protagonista hiperquinético, nervioso, megalomano, narcisista y detestable de “Analizando a Philip” (USA, 2014) es uno de esos personajes de tómalo o déjalo, que además, con el correr del metraje va potenciando todos sus exagerados rasgos sin poder lograr empatizar con el público.
El filme de Alex Ross Perry (“Queen of Earth”, “The Color Wheel”), recupera cierto cine de los años ’70, generacional, en el que las neurosis y otras obsesiones psicológicas, comenzaron a ser tela para construir filmes en una industria que por ese entonces se revitalizaba con géneros tan disímiles entre si como la ciencia ficción, por un lado, y el explotation, por el otro.
Acá, en el siglo XXI, la puesta al día de esas historias, también emparentadas con ciertas películas de Woody Allen, y mas cercano, a filmes de Noah Baumbauch, con el adicional de un registro sucio y frenético apoyado en la notable interpretación estelar de Schwartzman, un actor acostumbrado a roles atormentados y enigmáticos.
El Philip del título es un joven escritor, centrado únicamente en sí mismo y sin mirar a su entorno, que tras sufrir un blanco, es apoyado por un célebre autor (Jonathan Pryce) para pasar unos meses en su casa de fuera de la ciudad y así poder retomar el impulso creativo, o al menos eso es lo que cree.
Dejando atrás a su novia (Elisabeth Moss), una fotógrafa sensible, compañera, y pasiva, que ha postergado todo por él y sus sueños, y que ve esa salida momentánea de su vida de Philip como una oportunidad para progresar sin ningún tipo de trabas, se encamina a la aventura con poco y nada, porque además también aceptará dar clases sobre el proceso creativo, algo que él ha perdido.
Y mientras convive Philip con Ike Zimmerman (Pryce), su hija (Krysten Ritter) y algunos visitantes ocasionales, va redescubriendo la peor parte de él, aquella que todo el mundo más detesta y que en la soledad y el silencio se va potenciando, pero que también posibilitará una incipiente relación con una joven estudiante francesa llamada Yvette (Joséphine de La Baume) que le hará olvidar su amor con Ashley (Moss).
La decisión de narrar en off cada paso que Philip de, como así también cada decisión que tome sobre su destino y el de los demás, otorga cierta fluidez a la historia, aunque por momentos cae en ciertos clichés y lugares comunes, principalmente en aquellos puntos en los que obviamente emparenta al ermitaño Zimmerman con la personalidad y perspectiva de Philip.
Aún así, cuando “Analizando a Philip” desarrolla una crítica dura sobre la industria editorial, y sobre el snobismo que rodea a ciertos autores, enmarcados en una corriente escogida por cierto tipo de lectores, además, brinda una particular mirada sobre un negocio que mueve, a pesar de ciertos pronósticos pesimistas, miles de millones de dólares todos los años.
Cierto jazz en la BSO, planos desprolijos, movimientos de cámaras frenéticos, posibilitan ese acercamiento con el cine de los años setenta, aggiornandolo, y apostando además a una experimentación que reflexiona sobre la mirada de los otros sobre las personas y cómo éstas terminan por configurar espacios simbólicos de contienda que se van perdiendo desde el momento que las personas se desarrollan como seres sociales y culturales.