Narrador de oficio
El mérito de este anómalo documental de los realizadores Silvia Di Fiorio y Gustavo Cataldi es haber encontrado el equilibrio para construir un relato que puede interpretarse de tantas maneras como elementos narrativos se utilizan para escapar del convencionalismo de las historias de vida. Es que en Anconetani traza la diferencia entre realidad y mito, pero sin el mecanismo del artificio o la falsedad del documental, sino desde las propias vivencias de una persona compleja para encasillar simplemente con el rótulo de personaje.
Nazareno, un hombre mayor, luthier marca registrada en el mundo de los acordeones, hace de su oficio, heredado de su padre inmigrante, parte de su vida, pero además de un espacio en el que genera una realidad paralela. El lugar donde trabaja con los acordeones, que le llegan desde diferentes lugares y además pertenecientes a personalidades conocidas en el mundo musical, como Raúl Barboza o El Chango Spasiuk, esconde misterios e historias que el propio Nazareno se encarga de reforzar. Además, sus interlocutores, ayudan a creerle y así tomar en esa complicidad la posta para que el mito perdure. Basta con ver los ojos de Spasiuk al expresar que si Nazareno te invita a subir a esa suerte de santuario, la mística se vuelve magia y, solamente se entiende desde una conexión o sensibilidad particular.
El amor por el trabajo se entronca entonces con el amor por la música, y si de música se trata, los acordeones y la batería juegan para Nazareno un rol importantísimo, cuando se deleita sin ningún prejuicio en sus presentaciones junto a una pequeña banda de amigos. La vitalidad que expresa en cada movimiento de sus brazos al castigar con cariño esos tambores y platillos, gozar al ritmo del mismo modo que a la melodía para generar en el público una atmósfera de fiesta, es directamente proporcional a la filosofía de vida o legado que Nazareno deja a los suyos.
La familia italiana, que aparece al comienzo en esas comilonas tan características, pero que al día de hoy resultan anacrónicas, tiene por un lado la autenticidad de la pertenencia que la hace creíble y querible, pero por otro trae el recuerdo fantasmagórico de dos emblemáticas gemas televisivas locales como Los Campanelli y –en su versión moderna- Los Benvenutto.
La pasta casera, la parentela en versiones generacionales intactas y ese clima entre acogedor, intimista, aunque inclusivo y no expulsivo para los propios realizadores, encuentra la distancia ideal para no contaminarse de su propia dialéctica o código de retórica enunciativa que lo volviese artificioso.
Lo que menos importa de Anconetani, en definitiva, es la historia, es decir, la línea narrativa central que adopta diferentes rumbos, que exceden lo histórico o lo familiar -por citar el ejemplo más cercano- porque Nazareno es el centro y todo lo demás la periferia, sus enseñanzas reales encuentran en la mirada atenta de los directores el mejor legado cinematográfico posible, pues no especula con una cámara que lo intrusa a la vez que escruta desde lo más profundo, hasta lo superficial y ese resultado no tiene otra explicación que la de una puesta en escena en permanente cambio y dispuesta a mutar con el mismo ánimo que su personaje.