Una película para chicos a lo grande.
La película ha sido realizada por el mismo equipo (Director y productora) que estuvo a cargo de las animaciones de Martín Fierro. La película (2007) y Cuentos de la selva (2010). En este caso, se trata de una propuesta de animación que se aleja de las estéticas y técnicas habituales de las películas infantiles, retomando la práctica de animación de recortes (cutout) de la cual nuestro ilustre coterráneo, Quirino Christiani, fue el pionero más notable con El Apostol (1917), primer largometraje animado que registra la historia del cine mundial.
Como autora mi intención es lograr que tanto los niños como la familia entren en un mundo de fantasía y magia, un espacio onírico que haga transparentar los conflictos de los personajes, la búsqueda de la identidad, el amor y la libertad, tomando como inspiración el melodrama. Hice una larga investigación de los escenarios circenses, donde se teje esta historia. Los circos itinerantes de los años '20 en donde los traslados se hacían en carretas, trenes y por qué no flotando a través de ríos y mares de antaño.
(Liliana Romero, en http://labitacorademaneco.blogspot.com.ar/2017/09/anida-y-el-circo-flotante-se-estrena-en.html)
En efecto, el aspecto más logrado de la propuesta reside en su estética de un gótico rioplatense, mezcla de Romanticismo y paisajes porteños que parecen querer reconstruir ciertos tópicos como el barrio de San Telmo. Reconstruye con gran habilidad compositiva el espíritu nada idílico pero puramente romántico de la vida circense: con esas miradas plácidas de resignación de unos individuos –desindividualizados- que saben que nada pueden esperar, sino realizar sus rutinas mecanizadas; cuando Madame Justine (la directora del Circo Flotante) los reúne y les dice que hay que entretener a esa pobre gente de la ciudad que está por llegar para escaparse de su vida gris y rutinaria, no hace sino enrostrarles a sus trabajadores una realidad espejada que se oculta del otro lado de la costa. Pero el espejo deforma y enrarece, pues los trabajadores del circo, pintorescos y multicolores en la superficie, pero igualmente rutinarios y grises en la profundidad de sus anhelos, no tienen a dónde ir para distraerse; ellos no tienen dónde ni cómo escapar.
La organización narrativa convence un poco menos que su composición estética y la pintura de la vida circense. De los tres personajes principales (Justine, Fígaro y Anida), sólo Madame Justine ha sido desarrollada de modo satisfactorio, profundizando en su psicología y tematizando esa historia de amor trunco que la atormenta. Es una villana en toda su ley, con el interés suplementario de una humanización positiva (Samaja, J.A. y Bardi, I; La estructura subversiva de la comedia: 2010) que si bien no lleva al espectador a una completa identificación primaria con el personaje, lo aleja de un maniqueísmo unilateral y superfluo.
Sin embargo, comparado con Justine, los desarrollos de los caracteres de Anida y Fígaro se nos presentan chatos y poco definidos. Y dicho defecto se incrementa sobre todo debido a una funcionalidad narrativa más errática en el conjunto de la trama, pues tienen poca injerencia en el decurso de las acciones transformadoras que llevan al desenlace. Toda la resolución, de hecho, reposa en la actuación de la varita mágica que el conejo le acerca al viejo mago, y con la cual el mago consigue liberarse él y sus compañeros de las jaulas en las que habían sido encerrados. Uno se pregunta, por ejemplo, por qué, si todo el asunto sólo requería de la varita mágica, no se puso antes en práctica este plan. Es cierto que es el conejo quien lleva la varita, y que el conejo está encerrado en una caja hasta que Fígaro entra al camerino del mago y le abre la tapa, pero puesto que Fígaro no hace nada extraordinario para liberarlo, más que correr una tapa, uno piensa que eso lo pudo haber realizado previamente cualquiera de los artistas del circo que no estaban encerrados, y que después apoyan la sublevación. Fígaro no está suficientemente justificado para realizar la función de héroe, y queda casi relegado a ser la excusa para que el conejo salga y para brindar el tinte romántico a la historia de Anida.
Otro punto flojo, a mi parecer, son los momentos musicales cantados de la película. Con la salvedad de la canción de Madame Justine, las canciones de Anida y Fígaro presentan poco atractivo en lo compositivo y poca pericia desde lo vocal de quienes las han interpretado. La música incidental, por el contrario, funciona muy bien.
De todos modos, estos ítems no afectan a una experiencia orgánica que resulta más que satisfactoria, no sólo por el atractivo visual de la propuesta, sino por esa pintura que de la vida del circo nos propone la autora. Allí es donde la película realmente vence y donde el espectáculo realmente nos hace olvidar por un rato nuestras rutinas y pesimismos cotidianos.