Sin pasado
La realizadora Liliana Romero (Martín Fierro, la película, Cuentos de la selva) es una de las pocas directoras argentinas que sigue apostando a la animación tradicional para expresar temáticas locales que posibiliten, además, la creación de un estilo propio.
En ANIDA y el Circo Flotante (2016), su tercer y último largometraje de estas características, se anima a crear una historia plagada de referencias autóctonas y que hablan de una época pasada en la que el circo, en particular el circo criollo, el conventillo, las ferias, y los mandatos, marcaban el ritmo de la vida.
Si bien Liliana Romero acá rodea al circo de agua, para claro está, poder referirse a ese espacio como un lugar aislado, opresivo, dictatorial (refiriéndose al pasado más sangriento de nuestra historia), el lugar también será el escenario para que el amor y la pérdida de la identidad jueguen un rol elemental en el total de la obra.
Justine es una déspota anfitriona del circo, odiada por cada uno de los integrantes del mismo y que mantiene aislados a todos del resto de la humanidad en medio de su isla flotante, en la que se encuentra la carpa del espectáculo. Abandonada por un viejo amor, con el que sueña todos los días, y de quien posee algunas viejas películas cinematográficas, castiga a cada miembro del equipo circense como consecuencia de su despecho y descorazonada pasión.
Anida, una joven que no posee pasado, que vive escondida del mundo por el miedo a cualquier castigo que Justine pueda ejercer en ella, posee una personalidad completamente contraria a la de la malvada directora del circo. Dulce y melancólica, sueña, sin saber por qué, con las imágenes que el proyector le devuelve de un galán de antaño. Tras la llegada de un nuevo mago al lugar, su universo comenzará a cambiar, como así también aumentarán las ganas de pisar tierra firme y ser parte de esa sociedad que está más allá de los límites que el agua le propone y le determina. La huida como única escapatoria.
La realizadora desanda la historia de Anida con múltiples referencias a clásicos infantiles de la literatura, pero todo el tiempo se esfuerza por imponer una mirada local, sea por el lenguaje utilizado en los diálogos, los neologismos con los que se expresan algunos personajes o la multiplicidad de actantes que remiten a esa época gloriosa de la arena. En ese continuo exigirse, en vez de dotar a la película de una identidad particular, termina por desdibujar todo, imposibilitando una fluidez discursiva y una continuidad entre los temas, el folklore y la narración.
Los trazos de animación, como así también las paleta escogida para crear el universo de Anida y ese circo en decadencia, posicionan una mirada triste y agobiante al largo, desentendiéndose completamente del espectador al que se le propone el juego. De haber tomado más precaución en el “lector” del film, Romero podría haber jugado mucho más con esa nostalgia sobre el pasado que podría haber elevado el producto final hacia una animación para adultos reflexiva.
Pero al deambular entre esos dos universos, más allá de intentar impregnar de solemnidad y épica a algunas escenas, ni siquiera una lectura de la narración como posibilidad de discurso sobre un pasado oscuro y reciente de la historia, pueden hacer que ANIDA y el Circo Flotante funcione.