Esta película sigue, en distintas etapas y a través de una década, las vidas de cuatro chicos de la calle que empezaron a ser filmados por la realizadora como parte de un taller de fotografía en un hogar. Esa etapa los muestra, con sus distintas edades (hay uno de 17 y los otros tren rondan los 12, 13 años), viviendo en la calle y presentándose ante la directora que luego irá a buscarlos 5 años después para encontrarlos ante nuevas situaciones personales y, otra vez, seis años más adelante, todos ya veinteañeros y con distintas suertes en sus vidas.
Esta saga tiene algo de aquella de Michael Apted (la serie 7 UP que hoy llega a 56 UP y sigue a un grupo de personas cada siete años), pero sin intención de cubrir distintas clases sociales, sino en ver cómo se van conformando esas historias de vida y hasta qué punto la propia película es parte de ese evento. El material es fascinante, aunque el tratamiento con voces en off por momentos lo achata un poco, dando la impresión de que se trata de un material escolar/educativo y no tanto uno estrictamente cinematográfico.
Más allá de que para muchos la evolución pueda ser previsible, ver los cambios (cárceles, embarazos, cambios de vida, familias deshechas) resulta en la mayoría de los casos desolador, la evidencia de lo difícil que es cambiar un castigo social que ya los margina desde niños. El recorrido que va de caras inocentes a adultos endurecidos e imposibilitados por diversos motivos, propios y ajenos, de cambiar sus circunstancias es duro y doloroso en un filme que, tal vez, con unos ajustes (eliminar la voz en off tipo cuentito, de ser posible, más allá de que se pierda cierta información específica) podría crecer y mucho. El material está ahí y es de una nobleza por momentos desesperante.