Con algo del procedimiento de Boyhood, pero documental y centrada en protagonistas pobres, Alejandra Grinschpun filmó a Andrés, Gachi, Ismael y Rubén, chicos que vivían en vagones y estaciones de trenes en 1999, cuando los conoció en su taller de fotografía. Los volvió a encontrar en 2004 y en 2010. Sus derroteros no fueron mayormente felices, pero la película no juega las cartas del patetismo o del miserabilismo.
La voz de la directora a veces apela al contraste directo, seco, siempre con una distancia pudorosa y sin cercanías que se sientan falsas. No es un documental hecho a las apuradas, es un relato con un montaje elaborado, que presenta una organización con conciencia cinematográfica y narrativa; una película que piensa su tema, un tema que devuelve las imágenes y los sonidos de uno de los fracasos de la Argentina.