Cuentos de verano
El pop como parte del paisaje (literalmente) inunda y dota de sentido y sinsentido esta maravillosa trampa que es Aquel querido mes de agosto, supuesto documental de aspecto intrascendente sobre las costumbres de los pueblos del interior portugués que, de manera casi imperceptible, deviene en ficción rohmeriana de amor de verano.
Hay que esperar casi una hora de metraje para confirmar la sospecha de que aquéllo que estamos viendo no es lo que parece, y esa invocación a la paciencia es un gran riesgo calculado por el director Miguel Gomes, quien va orquestando (detrás y a veces hasta delante de cámara) los acontecimientos que se suceden como pistas, con un montaje tan pausado como preciso, retratando el calor con frescura.
Y no es tarea sencilla. Un relato fragmentado, relevamiento musical (y cursi) de fiestas populares, viñetas sin conexión aparente, van mutando en melodrama romántico, en un ejercicio de amable deslizamiento.
La magia que propone se materializa en planos convencionales, testimoniales, en donde se va colando algún elemento de ficción. Hay más de una gran escena escondida en los límites de esas imágenes simples, y uno descubre la trampa y se deja estafar con gusto.
La escena final, con las quejas del sonidista porque el micrófono capta sonidos que no deberían estar allí, es el resumen de la tesis de Gomes: la realidad es inabarcable, pero aquéllo que encontramos cuando salimos a buscarla sigue valiendo la pena.