En una fiesta popular de cine
La sofisticada segunda película del portugués Miguel Gomes, premiada en el Bafici, llega finalmente a las pantallas locales.
La celebración por el estreno de Aquel querido mes de agosto puede provenir de fuentes múltiples. Por un lado, el film del portugués Miguel Gomes fue el ganador de la competencia internacional del Bafici 2009, con lo que su estreno en fílmico significa la dorada oportunidad de verla como corresponde: en una sala de cine. Por otro, ofrece la chance invalorable para el cinéfilo de encontrarse con el sofisticado cine de Gomes.
En éste, su segundo largo, y con una habilidad asombrosa para disponer de los materiales cinematográficos (el uso de la música, por ejemplo, un elemento imprescindible en esta película), el director supuestamente mezcla documental y ficción, aunque lo que hace no es integrarlos sino difuminar uno mientras nace el otro. La operación es tan original como arriesgada y su ejecución permite reconocer en Gomes un cineasta de los más personales que se puedan encontrar.
Hasta su primera mitad, el film alterna el registro de algunas celebraciones populares de la zona del centro de Portugal –y sus particularidades– con el seguimiento de un equipo de filmación (cuya cabeza es el propio Gomes) un poco a la deriva y con problemas de producción para realizar un trabajo cuyos objetivos, en principio, no aparecen muy claros. Los grupos musicales, las peregrinaciones, el relato de pobladores de los lugares elegidos se mezclan con las vicisitudes del grupo mencionado, en un registro que no se atiene a presupuestos narrativos pero que tampoco se agota en lo meramente sensorial.
Gomes filma ese mundo directamente, sin filtros, contextualizando con encanto (¿qué otra cosa despiertan esos números musicales o esa minihistoria del “molador” Paulo?) y despreocupación el camino hacia el verdadero norte de su película –su centro, podría arriesgarse–, que es su costado ficcional. Aquello mismo que a los diez minutos del film le reclama al “personaje” de Gomes un supuesto productor, guión en mano.
La segunda mitad del film arranca cuando el Gomes cineasta parece tomar nota de aquello, abandonando aquel juego un poco lúdico de ir y venir entre fiestas, canciones y situaciones cotidianas para entrar en el plano ficcional. El director por fin consigue los actores que necesita entre la gente común del pueblo (“quiero personas, no actores”, le dice seriamente a aquel que lo viene a apurar), aunque jamás haya en pantalla un reflejo de cómo lo hace y sí la sensación de que la frontera entre documental y ficción se borró imperceptible y naturalmente.
Allí comienza la historia de Tania y Helder, dos primos adolescentes que tocan en la misma banda musical y terminan enamorándose, con el consiguiente drama familiar que ello implica. Y para narrarlo Gomes utiliza las mismas riendas que para la primera parte del film. El portugués, entre otras cosas, jamás resigna la libertad de un plano, sea real o ficticio lo que éste refleje, ni abandona el tono festivo aunque esté cruzando géneros.
Así, Aquel querido mes de agosto resulta sorprendente y sorpresiva, algo así como la manifestación de un cineasta moderno que parece saberlo todo.