Si hay algo que puede caracterizar a este film del portugués Miguel Gomes es su impronta de cine independiente ya que prevalece la idea de búsqueda, de riesgo, durante las dos horas y media en las que el director utiliza el pretexto de un rodaje que lo acerca conceptualmente al documental desde el registro inmediato y sin filtros para encontrarse con historias sencillas en una aldea portuguesa haciendo foco en lo banal, en la falta de acontecimientos extraordinarios. La cámara encuentra personajes en cada rincón por el que pasa, mérito excluyente de este joven realizador que mereciera el premio en la sección oficial de competencia internacional del último BAFICI, pero se ve invadida por una energía que proviene de la naturaleza y de la sencillez y carisma de sus protagonistas, entre quienes se destacan los miembros de una familia compuesta por un padre abandonado por su mujer, una hija adolescente, su tío y su primo que se ganan la vida cantando canciones de amor, al estilo Julio Iglesias. Tan pegadizas al oído como inolvidables para las escenas de una película dispuesta a mostrar que pese al artificio del cine la realidad de lo cotidiano, mostrada desde un ojo sensible, tiene más riqueza y vitalidad que la ficción...