A ver. Uno se va curtiendo con cierto material de género. A medida que va pasando el tiempo miro para atrás y veo que, contando el último año y medio, no sólo pude ver los casi 40 documentales estrenados en el 2011, a lo que se suma todo el material visto en festivales, además de producciones aun no estrenadas. Estimo que totalizan unos 70 titulos en los últimos 18 meses. Casi cuatro cada treinta días. Créame, hay de todo.
“Arrieros” es el más reciente.
Las primeras imágenes intentan sumergirnos directamente en una geografía difícil y en un oficio tan duro como tradicional. Todo a la velocidad del andar casi cansino del caballo (y del camarógrafo que hace cámara en mano para subjetivizar la visión), mientras los diálogos entre un jinete y otro plantean lo cotidiano.
A esta velocidad de montaje y con esos encuadres se desarrollará la totalidad del documental que forma parte de un tríptico sobre distintas regiones de Latinoamérica. El primero fue “Soy Huao” (2009), y el tercero será “Pecadores”, que tratará sobre los habitantes de una pequeña comarca del noreste de Brasil.
En esta producción pareciera que la intención de documentar está disociada de la idea de transmitir. Por eso las decisiones de esquivar las estructuras convencionales (narración en off, entrevistas con discurso directo, etc.) se vuelven en contra para el espectador. Verdad es que para apreciar toda obra de arte hay que poner mucho de uno mismo. Si no se abren los sentidos, difícilmente podamos percibirla. Pues bien, “Arrieros” pretende eso, que el espectador ponga todo lo que falta. El problema es que visual y narrativamente se instala en una especie de meseta en la cual hasta los rituales más tradicionales tienen la misma importancia que una toma de relleno. El mismo ritmo.
Quizás es más simple de lo que parece en estas líneas y uno es el que se complica. Vamos al punto (final): “Arrieros” está bien filmada. Hay una búsqueda de encuadres que pretende contar con la imagen al tiempo de tratar un tema interesante del que poco se sabe. Pero resulta aburrida, a veces redundante, con exceso de silencios que resultan baches en lo narrativo. En suma, uno termina con más preguntas que antes de asistir a su proyección Lo mejor que le puede suceder a un documental es que despierte el interés del destinatario por el tema y la problemática que tiene por objetivo plantearle, dejándolo con el ánimo dispuesto para recibir mayor información y conocimiento a su respecto. Lamentablemente este no es el saldo que deja la realización de Juan Baldana.