En busca del thriller minimalista Imaginen una mixtura entre la puesta en escena urgente de El asaltante, de Pablo Fendrik; y el minimalismo descriptivo del cine de Lisandro Alonso (La libertad y Los muertos) y tendrán una idea (sólo aproximada) de por dónde transita este tercer largometraje de Loza. Artico -rodada casi sin presupuesto, en pocos días, con un solo personaje central, con un equipo mínimo y con una cámara digital en mano- narra un día en la vida de un hombre (Pablo Seijo) al que, intuimos, le han secuestrado a su esposa en Entre Ríos y debe seguir vía celular hacia y desde las islas del Paraná siguiendo las indicaciones de los captores para poder entregar el dinero. Pero, si bien esta trama puede remitir al thriller tradicional, su apuesta es decididamente anticonvencional: construida sin recurrir a la tensión, el suspenso o al golpe de efecto, apuesta -en cambio- por los tiempos muertos y por una mirada casi documental sobre el entorno, mientras escatima u omite datos clave a la hora de que el espectador pueda sumergirse en los detalles policiales del caso. La película -precaria y rigurosa a la vez- resulta un ejercicio de estilo interesante en su propuesta aunque menor en sus alcances. Se trata -como el propio director de Extraño, Cuatro mujeres descalzas, Rosa Patria y La invención de la carne lo admitió- de un trabajo de transición, pero no por eso menos atendible. (Esta reseña se publicó durante el Festival de Mar del Plata 2008)
El hombre que camina y no sabemos porqué Si hay algo que caracteriza la impronta cinematográfica del director Santiago Loza (La invención de la carne, 2008) es la de mantener una coherencia en cuanto a la forma de contar y de mostrar una historia. Uno sabe de entrada que se va a encontrar con un estilo personal y para nada convencional y en Ártico (2008) esa línea es fiel a la poética de su director. Contar la síntesis argumental de Ártico sería un pecado difícil de perdonar, ya que en la propia historia se encuentra la esencia de la película. Es a raíz de la misma por la que el espectador podrá dejarse llevar y participar de un thriller en el que prima el suspenso provocado por la falta de información de los hechos que acontecen. Personajes y espectador cuentan con la misma data y los puntos de vista no existen. Un hombre camina mientras una cámara lo sigue por detrás. No sabemos a dónde se dirige, ni que es lo que busca, ni cuáles son sus intenciones. Minutos más tarde entrará en juego un teléfono celular que servirá como nexo comunicacional y que a través de este elemento y de las conversaciones que mantenga con su interlocutor se irá trazando la trama y sembrando las pistas necesarias para que el espectador vaya hilando los sucesos, que nada tienen de complejos. Es posible que Ártico tenga una serie de paralelismos con Castro (Alejo Moguillansky, 2009) en la idea central. Mientras que en Castro un hombre huía de no sabemos quien, en Ártico un hombre camina y no sabemos a donde. Pero dicha similitud se disuelve en lo conceptual. Si en Castro los personajes estaban en función de una puesta en escena grandilocuente, en Ártico es el minimalismo de la misma la que sirve como nexo funcional de los personajes. La utilización de una cámara en mano permanente que sigue de manera continua al personaje (gran trabajo de cámara y fotografía de Ivan Fund), planos cerrados, desencuadres constantes, movimientos bruscos y cierto (des)cuidado en la edición final sirven para generar la intriga necesaria que conducirá la historia, otorgándole, así, un tono realista a lo que se nos está mostrando, más allá de cierta artificialidad impuesta adrede. Santiago Loza demuestra una vez más que es un director capaz de adecuarse a cualquier género y estilo cinematográfico, pero siempre imprimiendo su sello personal. Con una estética minimalista, evitando los clichés del NCA (Nuevo Cine Argentino) y experimentando formas y estilos narrativos, nos trae un thriller diferente, personal y coherente con la obra del gran autor que es.
Paseo trágico y cotidiano El cordobés Santiago Loza estrenó en el MALBA su cuarto y logrado largometraje. Un hombre camina, solo, por un paisaje evidentemente suburbano. Casi no habla con nadie, salvo con sus interlocutores en un teléfono celular. La cámara lo sigue de cerca: durante casi todo el film, su cuerpo en constante movimiento ocupará de un tercio a la totalidad del fotograma. El resto, el ambiente, las personas que se cruzan en su camino, las pequeñas peripecias del viaje sucederán como un marco a su propia efigie, casi siempre de espaldas. Sabemos que ese hombre no está en ese paisaje entre descuidado y ocasionalmente miserable por gusto: su traje, su barba de no dormir, sus anteojos, su celular, una mochila demasiado infantil, implican improvisación y urgencia. Algunos cruces, los monosílabos dichos al aparato, ciertos rasgos, una secuencia precisa nos obligan a creer en un trasfondo criminal que, hacia el final, se confirma. El título de este film es Ártico: acertado, como veremos. Se trata del cuarto largometraje de Santiago Loza, un director que ha optado, no siempre con buenos resultados, por experimentar con las formas. Logró un film conciso con Extraño; falló con Cuatro mujeres extrañas y cumplió a medias con La invención de la carne. Con Ártico logró, si no su mejor película, sí la más concisa y concreta. Una situación mínima que funciona como índice de una historia mayor –que el espectador se siente obligado a reconstruir– es el dispositivo. Pero esta vez Loza no se queda en él, no se regodea en las posibilidades de una apuesta después de todo técnica, sino que la pone al servicio de algo humano: hay en su protagonista sin nombre algo humano, demasiado humano, que se nos comunica de modo inmediato. Es, de algún modo, el bíblico forastero en tierra extraña en busca de algo imprescindible. Si en La invención de la carne el realizador optaba por secuencias y planos simbólicos que disparaban la atención de espectador fuera del universo del film (y tal es la mayor tara de aquella película, que trataba de construir en torno de una iconografía religiosa poco consistente), aquí decide depurar ese procedimiento y dejarlo en lo mínimo (no falta algún leitmotiv en este sentido, pero es sutil y no entorpece el desarrollo del acontecimiento, único, que desarrolla la película). Lo que importa es que la cámara muestra que cualquier comportamiento humano encierra siempre un misterio. El personaje, como un ser en el Ártico –y de allí la precisión del título– se encuentra solo, incomunicado por obligación de su entorno, sin poder detallar nada, sin poder dar precisiones, congelado en medio de un universo cotidiano que sigue indiferente a su drama. En ese contraste es donde vibra, con mayor fuerza, el trabajo de Loza. Ártico, ese largo paseo trágico, es mucho más que un paso adelante.
Vista en el Festival de Cine de Mar del Plata en 2008, tiempo en el que el film recién se acercaba a un proyecto cuasi finalizado, intermedio entre obras del talentoso director de cine y teatro, Santiago Loza, como Cuatro Mujeres Descalzas y Rosa Patria, galardonada en el BAFICI 2009. No obstante mostrado al público, éste mes podrá ser visto en el Museo de Arte Latinoamericano MALBA. La cámara sigue constantemente las acciones de un personaje siniestro (Pablo Seijo) del cual sólo podemos constatar con la muy poca información que se nos brinda, él sólo camina y habla por un teléfono celular, que algo en la vida de éste hombre está sucediendo. En la duración del largo se van dando indicios de hechos paralelos, del por qué de ese frenético trayecto transitado a marcha rápida por la ciudad, barrios, cambio de ropas y misteriosos llamados, localizados en la provincia de Entre Ríos, a cuestas del Río Paraná. El film funciona como una especie de ejercicio visual y sonoro, si bien nos mantiene expectantes en todo momento, llega un momento en que el recurso se agota. Como espectador no me sentí satisfecho con la experiencia, ni sentí mayor entusiasmo por querer ampliar mi conocimiento sobre la propuesta con la cual he tenido que finalizar por optar en el reconocimiento que se ha tratado de un ejercicio puesto en práctica del realizador.
Cámara en mano, nerviosa y muy cercana a su objeto, un personaje es seguido, durante todo un dia, entre el amanecer y el anochecer, tras el pago del rescate del secuestro de su mujer, Artico, fría como su título es la última película de Santiago Lozza (Extraño y Cuatro Mujeres descalzas) y se presenta en competencia argentina en este Festival. Zonas marginales y costeras de la provincia de Entre Rios enmarcan un personaje que con todo el aspecto de yuppie y cuyo punto de vista nunca nos abandona, parece vagar por un laberinto interminable. Entre los llamados de los secuestradores y los de su hija, los 90 minutos que dura no hacen más que alargar esa sensación de hastío ante lo inexplicable. No hay desesperación en esa búsqueda, solamente hay un uso hasta el agotamiento de una càmara pegada a la nuca, que fragmenta o borronea todo espacio al que se aproxime el personaje. No sabemos cómo se llama, no sabemos cómo termina. Asistimos durante 80 minutos a un vagar por adentro de un laberinto sin entender muy bien por qué.