El quinto filme del cineasta uruguayo abre con una escena que luego sabremos quedará fuera de contexto, en ella Jesús increpa a los inescrupulosos mercaderes de la fe frente al templo en la Jerusalem dominada por los romanos.
El filme se estructura como una gran analepsis, quen nos presenta el relato en forma de narrador omnipresente utilizando la técnica de voz over, es Humberto Brause (Daniel Hendler). Nos encontramos a mediados de la década de los ‘70 en la convulsionada región sudamericana, específicamente en Montevideo, allí es donde ejerce su profesión de "cambista" o, como a él le agrada presentarse, el origen de todos los males. ¿Propios o generales?
Esto que debería haber sido el punto a desarrollar a lo largo del filme, una tesis que nunca aparece, esa voz interna del personaje nos traslada a los inicio de su profesión en la década del ‘50, para luego contar su propia historia personal, que debería haber sido el desarrollo para la comprobación del enunciado inicial pero, como tantas otras situaciones en el filme, quedan ahí, estancadas.
Siendo justos debería decir que esta producción internacional, con presupuesto casi de superproducciones, posee valores desde lo erróneamente considerado técnico, su diseño de arte conformado por la escenografía, el vestuario constituyendo una lograda recreación de época, sostenida desde la dirección de fotografía, son lo mejor del filme.
Claro que la necesidad imperiosa de un buen guión que permitan el lucimiento de la dirección de arte es clave, pero si el texto aburre en demasía todo el resto no se aprecia como debiera, sumado a buenas actuaciones en pos de otorgarle al relato poderes de seducción sobre el espectador que, en este caso, se cumplen casi a medias.
Esto es debido a que Hendler, quien es el alma del filme, no le encuentra nunca el tono al personaje, luciendo una prótesis dental que se nota lo incomoda y fastidia al espectador, pero sobre todo carente de algún valor extra desde lo narrativo, o justificación desde la construcción del personaje.
En este rubro ha de destacarse las interpretaciones de Dolores Fonzi, en el rol de Gudrum, la esposa de Humberto, e hija de Schweinsteiger interpretado por Luis Machin, ambos junto a Germán da Silva, en el rol de Moacyr, son los mejor de ésta producción.
Muy por debajo de ellos Daniel Hnedler, acompañado en esa decadencia por Benjamín Vicuña en el papel de Javier Bonpland. un militar argentino que además de sobre actuado susurrando se le nota el chileno.
Es Schweinsteiger quien lo inicia, allá por los ’50, en el negocio de compra y venta de dinero, muy bueno en su actividad pero bastante atroz en tanto su forma de juzgar a las personas. El problema es que mientras trataba de mantener, de ser posible, cierto criterio moral y dignidad en una actividad que por definición no lo permite, su yerno es pura ambición, ética y moral, eran palabras extirpadas en el diccionario de Humberto.
Federico Veiroj, el director, realiza la traslación de la novela homónima de Juan Gruber, junto a Arauco Hernández y Martín Mauregui, y el énfasis parece estar enfocado en que todo se vea creíble, que el relato fluya sin contratiempos, lástima que en quién cae esa responsabilidad no lo logre.
Tampoco ayuda la insistencia de la voz interior del personaje, enoja más que empatizar pues de por sí, desde el inicio, se torna casi imposible.
En otro orden de situaciones todo apunta a ser visto como una producción de cine negro desde la estética elegida, la utilización de esa voz interior, el diseño de montaje, hasta las actuaciones, aunque por momentos parezca querer desplazarse al thriller. Por un lado el uso de las locaciones elegidas, como la sensación de claustrofobia que genera en los personajes el estar encerrados dentro de ellos mismos, como una trampa construida en doble función, nunca establecida de manera fehaciente de protección y esa otra forma de indefinición perjudica al producto terminado.
Lo mismo sucede cuando los acontecimientos se precipitan y hay que darles un cierre, esa parsimonia a lo largo de todo el relato se sustituye por una aceleración que nunca funciona, tampoco en este caso.
Esa escena primera debería haber funcionado como una gran metáfora, no lo hace, no lo puede sostener, y el mismo texto fílmico lo cierra de muy mala manera con una especie de retorno a un lugar que antes no era, destruyendo la metáfora que intento ser y nunca logro.