Con su quinto largometraje, Federico Veiroj adapta la novela homónima de Juan Gruber (junto a Arauco Hernández y Martín Mauregui) acerca de un financista en el Uruguay de la década de 1970. El escenario es perfecto para que países latinoamericanos como Argentina, Chile o Brasil hagan desaparecer dinero sucio, y para esta maratónica tarea eligen a Humberto Brause: el cambista.
Un en principio irreconocible Daniel Hendler es el encargado de guiar esta historia junto a Dolores Fonzi y Luis Machín. El personaje de Hendler se debate entre genio y gil, ayudado en esta segunda terna por una prótesis dental que nos descoloca tanto como refuerza la molestia que nos genera verlo en pantalla. Con diálogos que parecieran algo forzados, lo vemos interactuar con Fonzi, quien encarna el papel frío y despiadado de su mujer. También cuenta con la participación de Benjamín Vicuña, actuación a la que sí debemos prestar nuestra atención.
Entre lo más destacable de la película se encuentra el cuidado de época que logran arte y fotografía, manejando ritmos, música y cierto tinte elegante que baña todo el film. Así también deben ser entendidas las formas de trato y las canciones. Clásicas, cordiales. Las locaciones apenas se distinguen en su totalidad, y siendo los espacios pequeños y cerrados motivo de una tensión claustrofóbica que acompaña el recorrido de nuestro anti-héroe, nos preguntamos ¿hasta dónde es capaz de llegar uno por ver en marcha sus ambiciones?
Si dios es el dinero, el capitalismo es su profeta. Con un prólogo por demás extraño que ancla algunos puntos en común con la Jersusalém de Jesús y sus mercaderes, el relato no da mucho para hablar al finalizar la función y encenderse las luces de la sala.
Lo más trascendente que se le puede adjudicar a Veiroj es la difícil tarea de realizar cine uruguayo de forma continua y contundente, y es probablemente un gran punto a tener en cuenta a la hora de premiar. No por nada el film de coproducción uruguaya, argentina y alemana distribuido por Buena Vista Internacional se encuentra representando a su país en la lucha por el Oscar a Mejor Película Internacional, se estrenó mundialmente en la sección competitiva de Toronto y está camino al Festival de Nueva York y San Sebastián (Horizontes Latinos). Más a mi gusto se queda a medio camino.