Después del escándalo en el que se vio envuelto con las polémicas acusaciones del #MeToo, Woody Allen logra, al fin, estrenar su película número 50. Si bien se encuentra lista hace ya un año, para la entrega anual a la que el director nos tiene acostumbrados, Amazon la mantiene inédita. El gigante decidió desentenderse de los derechos de exhibición, por lo que el guionista realizó una demanda de casi 70 millones de dólares por romper un contrato que incluía la financiación y distribución a futuro de cinco proyectos de largometraje. De hecho el estreno en Estados Unidos todavía no tiene fecha (ni siquiera en la propia Nueva York), al igual que tampoco verá la luz, al menos por ahora, en una considerable cantidad de países del globo. En Argentina tiene fecha para el 7 de noviembre. Día de lluvia en Nueva York (A Rainy Day in New York) cuenta la breve e intensa visita de Gatsby y Ashleigh a La Gran Manzana. Gatsby, excéntrico con traumas familiares de niño rico, (un fresco Timothée Chalamet como alter ego de Allen en el papel que éste solía interpretar de joven) planea todo un día para recorrer la ciudad natal junto a su novia, aprendiz de periodista, que realizará una importante entrevista en la ciudad (la divertida y genial Elle Fanning). Pero su fin de semana romántico se ve truncado para ambos, y lo que prometían ser 60 minutos de separación se estirarán de forma inevitable hasta pasadas la medianoche. Cada cual va a vivir un día donde la lluvia no aflojará y donde nada saldrá según los planes. Si algo tiene de destacable esta película no son las sorpresas (improbables causalidades), ni los temas abordados (los mismos 5 de siempre), ni los diálogos existencialistas (aunque sutiles y logrados). Lo elogiable es descubrir que en el quincuagésimo film del director la fórmula mágica Nueva York + desencuentros + jazz sigue siendo efectiva. No es la mera zona de confort de Allen, sino su forma de ratificarse y de volver al mismo lugar, los mismos gestos, la misma melancolía, pero de otro modo. Volver a mirar con distancia y enmarcar todo bajo la hermosa y elegante luz de la lluvia. Y para darle ese preciso tono la elección para director de fotografía sigue siendo Vittorio Storaro, por tercera película consecutiva. El agua cubre las calles de la gran ciudad, las paletas jazzeras tiñen los bares neoyorkinos que podrían confundirse con los años ´30, y los relojes cantan en un Central Park triste, mojado. El destacado DF, que comenzó a trabajar junto a Woody en el 2016 con Café Society y continúa a su lado, brinda un clima asincrónico, distinguido, lleno de una melancolía cómica, característica de la firma Allen. Por último, muchas cosas pueden decirse de este nuevo título y de su director (por ejemplo la diferencia de lugares que se les otorga a hombres y mujeres y su evidente relación con las acusaciones) acerca del poco arriesgue, o de la falta de interés en las explicaciones y concordancias o el hecho de no tener la cantidad suficiente de chistes ni de introspección, y quedarse a medio camino de ser una película de humor o drama. Lo cierto es que Woody nunca necesitó ningún extremo más que el de neurótico para crear un patrimonio de películas con producción continua e ininterrumpida. Películas que incluso en sus versiones menos destacadas mantienen una calidad mayor al promedio de cualquier industria cinematográfica. La máquina Allen continúa cayendo de pie.
Una sorpresa llega con esta segunda parte de una película poco recordada. Se trata de la secuela de Zombieland que aparece 10 años después de su primera entrega en las salas para demostrar por qué las películas de zombies nos gustan tanto. Si bien es bastante improbable que trascienda en la historia del cine (o siquiera en la de su género), la película sí nos deja con la grata sensación de habernos reído un rato. Y esto es para destacar, con lo que les gusta exagerar a las producción hollywoodenses: ¡dura apenas una hora y media! El gran mejor punto a favor de esta entrega es el casting que lleva adelante un mundo en donde los zombies evolucionaron al punto de volverse extremadamente difíciles de matar. Y no sólo porque ver al equipo matando zombies sea estéticamente bello y artístico (elemento con el que continúan el juego, en “el asesinato zombie de la semana”), sino también por el contraste que generan las nuevas incorporaciones actorales. Mención aparte para Zoey Deutch, que salvando contadas veces donde su papel parece un poco demasiado, nos hace soltar varias risas. Las caras de Emma Stone, las frases de Woody Harrelson, la torpeza de Jesse Eisenberg y la sorprendentemente crecida Abigail Breslin componen una familia extraña en este mundo apocalíptico que nos sorprende con gags en su mayoría buenos (como la hermosa referencia a The Walking Dead). Y, si de sorpresas hablamos, el épico Bill Murray nos acerca uno de los momentos más épicos de todo el film. No hay que dejar de destacar los fx, que evolucionaron positivamente de una entrega a otra, al igual que las gráficas de “las reglas”. En cuanto a la trama, vemos un mundo ya establecido donde se permitieron desarrollar aún más los aspectos interesantes de ver, como la creación de comunidades libres y pacíficas. La historia en sí misma no nos aporta nada nuevo, ni conflictos, ni resoluciones, ni procesos. Sin embargo no hay que olvidarse que se trata de una película de género y eso lo lleva con elegancia aceptable. Una película innecesaria pero que divierte y otorga un buen rato del entretenimiento más industrial que el mismísimo Hollywood nos puede brindar. Esperemos que empiecen a crear nuevas historias y dejen de reutilizar todo lo ya hecho. Pero mientras tanto, dense un rato para reirse mientras ven volar zombies en mil pedazos.
¿Es posible que utilicen la misma historia una y otra y otra vez? El niño que probablemente sufrió una pérdida familiar, se encuentra una criatura probablemente mágica o ajena a nuestro mundo y debe devolverla a su hogar mientras son perseguidos por una abominable corporación. La fórmula mágica. Jill Culton, directora, no parece olvidar su pasado en Pixar. La co-producción de Dreamworks (EEUU) con Pearl Studios (China) nos trae un film que, sin inventar nada nuevo, entretiene. Y no mucho más. Sí tratan temas como la familia, la naturaleza, la coexistencia y la amistad, pero ¿qué película infantil no lo hace? Imaginemos un ET oriental pero mucho más adorable (tan adorable como Chimuelo que, recordemos, es de los mismos creadores) y añadamos su cuota de contemporaneidad. Yi es una adolescente que vive en Shangai con su madre y abuela. Se pasa todas sus vacaciones trabajando para cumplir su sueño de viajar por el país. Quiere hacer el recorrido que su padre deseó para ella. Un día encuentra en la terraza a un yeti herido y perseguido, por lo que decide esconderlo y no tarda mucho en resolver ayudarlo. Para ello cuenta con la ayuda de Peng, un nene simpaticón y fanático del básquet, y Jin, un adolescente superficial obsesionado con su imagen. Juntos recorrerán paisajes soñados, hasta llegar al Himalaya, más precisamente al monte Everest, de donde el yeti proviene y por el cual recibe su apodo. Lo mejor que nos provee la película es el reconocimiento a la naturaleza. Si algo esperamos de producciones como estas es que sus animaciones estén a la altura de la circunstancia. Y en Un amigo abominable lo están. No sólo nos deleitamos con paisajes de texturas y colores envidiables, sino que somos testigos de la magia que sólo le permitimos al cine infantil. El yeti es, efectivamente, un ser con el poder de comunicarse con la naturaleza mediante la música. Gracias a él y a Yi, que toca el violín, nos metemos de lleno en un mundo donde el cruce del arte y la naturaleza son esenciales y transformadores. Sin embargo, ese es su único mejor punto. Estamos ante una película infantil, más no familiar. El espectador adulto difícilmente reirá (más que alguna mueca ocasional), ni se conmoverá, ni sufrirá emoción alguna que amerite a este film como uno memorable. Una película decente y correcta para entretener a los más chiquitos. 97 minutos de actividad compartida sin agotamiento para los más grandes. Ah, un lindo dato. No se vayan hasta terminados los títulos. Hay bonus track.
Con su quinto largometraje, Federico Veiroj adapta la novela homónima de Juan Gruber (junto a Arauco Hernández y Martín Mauregui) acerca de un financista en el Uruguay de la década de 1970. El escenario es perfecto para que países latinoamericanos como Argentina, Chile o Brasil hagan desaparecer dinero sucio, y para esta maratónica tarea eligen a Humberto Brause: el cambista. Un en principio irreconocible Daniel Hendler es el encargado de guiar esta historia junto a Dolores Fonzi y Luis Machín. El personaje de Hendler se debate entre genio y gil, ayudado en esta segunda terna por una prótesis dental que nos descoloca tanto como refuerza la molestia que nos genera verlo en pantalla. Con diálogos que parecieran algo forzados, lo vemos interactuar con Fonzi, quien encarna el papel frío y despiadado de su mujer. También cuenta con la participación de Benjamín Vicuña, actuación a la que sí debemos prestar nuestra atención. Entre lo más destacable de la película se encuentra el cuidado de época que logran arte y fotografía, manejando ritmos, música y cierto tinte elegante que baña todo el film. Así también deben ser entendidas las formas de trato y las canciones. Clásicas, cordiales. Las locaciones apenas se distinguen en su totalidad, y siendo los espacios pequeños y cerrados motivo de una tensión claustrofóbica que acompaña el recorrido de nuestro anti-héroe, nos preguntamos ¿hasta dónde es capaz de llegar uno por ver en marcha sus ambiciones? Si dios es el dinero, el capitalismo es su profeta. Con un prólogo por demás extraño que ancla algunos puntos en común con la Jersusalém de Jesús y sus mercaderes, el relato no da mucho para hablar al finalizar la función y encenderse las luces de la sala. Lo más trascendente que se le puede adjudicar a Veiroj es la difícil tarea de realizar cine uruguayo de forma continua y contundente, y es probablemente un gran punto a tener en cuenta a la hora de premiar. No por nada el film de coproducción uruguaya, argentina y alemana distribuido por Buena Vista Internacional se encuentra representando a su país en la lucha por el Oscar a Mejor Película Internacional, se estrenó mundialmente en la sección competitiva de Toronto y está camino al Festival de Nueva York y San Sebastián (Horizontes Latinos). Más a mi gusto se queda a medio camino.