El Dios dinero.
Desde el inicio queda muy clarito con una reinterpretación de la escena en el mercado cuando Jesús terminó con el negocio de los mercaderes y más aún cuando la voz en off del protagonista de este indescifrable opus de Federico Veiroj comienza a introducirnos en su derrotero, atravesado por una amoralidad sugestivamente perturbadora. Si a eso se le agrega el manifiesto trabajo sobre los colores de la imagen y la puesta en escena para generar una atmósfera noir, símil policial negro, entre opaca y angustiante, entonces las condiciones para el desarrollo de un relato anti redención, anti segundas oportunidades y pro inescrupulosidad humana se encuentran exacerbadas al nivel de caricatura.
Esa es una posible lectura para adentrarse en el universo y contexto político de Así habló el cambista, una película tal vez sobre la usura, o al menos focalizada en las estrategias cuestionables para aprovechar las crisis y sacar ventaja con la miseria ajena. Las dictaduras de Argentina y Uruguay en un segundo plano generan por un lado un anclaje histórico, más no ideológico porque tanto la Marina como una pareja de guerrilleros buscan fugar capitales a través de los servicios del inescrupuloso Humberto Brause (admirable composición de Daniel Hendler), quien rápidamente entiende que es más inteligente especular que trabajar, entre otras lecciones que nadie le ha enseñado más que su experiencia como empleaducho de la financiera de su suegro y jefe (Luis Machín), padre de Gudrum (impecable Dolores Fonzi), esposa decorativa si las hay, fiel a los paradigmas de la época, pues todo transcurre entre los 50 y mediados de los 70.
Pero afortunadamente Federico Veiroj se desentiende de los convencionalismos de películas que retraten una época o clima social para concentrarse en los avatares y tribulaciones de un anti héroe, que no logra alcanzar el grado primario de la empatía pero tampoco ganarse desde su condición de “ventajero” un repudio mayúsculo. Desde esa endeble coordenada moral, el relato suma elementos y subtramas que lo ubican por el ritmo a veces en zonas de thriller y por el uso extemporáneo de la música -que a veces refleja alguna condición lírica- en un retrato liso y llano de un hombre cuya ambición lo lleva a perder la brújula entre lo que está bien y lo que no.
La traición, tanto del otro como del ser amado, puede ser uno de los elementos de mayor peso en la trama, aunque la necesidad de sobrevivir en la caza de cualquier oportunidad donde la ganancia y los activos se multipliquen por mucho más que dos son el contrapeso ideal para que la balanza de valores apunte a desacralizar todo intento de juicio moral sobre Humberto y sus acciones.
Como suele ocurrir en las propuestas del director uruguayo, la importancia de los conflictos internos potencian las acciones y no al revés. Para que ese reloj no adelante ni tampoco atrase es fundamental el apoyo en un sólido elenco y desde ese espacio haber confiado el rol de Humberto a Daniel Hendler es un verdadero acierto; así como el detalle no menor de una dentadura prominente que lo afea desde todo punto de vista y alude sin lugar a dudas al retrato malicioso que por ejemplo los alemanes reservaban a los judíos y su avaricia para justificar la injustificable idea de su aniquilación. Algo parecido a lo que cimentaba el monolítico discurso de las dictaduras y su contracara, las guerillas: ambos rendían en definitiva culto al Dios dinero.