No abundan, por no decir que prácticamente no hay, películas rioplatenses que aborden los tiempos de la dictadura en Uruguay y el gobierno peronista en el ’74. Salvo El secreto de sus ojos, es un período en la práctica omitido o desdeñado por el cine. Así habló el cambista no es que haga centro en ellos, pero se nutre y le sirven los acontecimientos en el Uruguay, donde mayormente transcurre la trama, y la Argentina, para poner de fondo, no explicar, el comportamiento de Humberto Brause.
Brause (un Daniel Hendler que demuestra un crecimiento contundente) es el hombre del título, el tipo de pocas palabras que no sólo se dedica a cambiar dólares sino que, a escondidas de su jefe, del que se convierte su yerno, lava dinero de políticos y congresistas uruguayos.
La película de Federico Veiroj, que fue preseleccionada por Uruguay para competir por el Oscar al que también aspira La odisea de los giles, se detiene en la moral del protagonista. El ambiente en el que se mueve Humberto no es llano, tiene subidas y bajadas, y a medida de que se vaya internando en negocios ilegales -y saltando de comisiones de 25% a 35%- tendrá interlocutores, cómo decirlo, más y más pesados. Sean políticos, empresarios o terroristas, el dinero que lava está manchado. Con o sin sangre.
Así habló el cambista marca un cambio, si no rotundo, visible en la filmografía del uruguayo Veiroj. La parsimonia o parquedad que tenían sus personajes en, por ejemplo, El apóstata, no es que haya desaparecido en Brause, el protagonista. Pero es en el único. Ni Schweinsteiger (Luis Machín), su jefe, ni Gudrun (Dolores Fonzi, muy precisa como la espontánea, sincera, directa y manipuladora esposa del protagonista), ni Bonpland ( un militar argentino que interpreta el chileno Benjamin Vicuña) lo son.
Veiroj ha contado con más presupuesto y hasta podríamos decir que Así habló el cambista es su película “mainstream”, sin dejar de lado su costado independiente. Es un relato más tradicional, en cuanto a su narración, con la voz en off de Brause, hay una reconstrucción de época importante, por más que Montevideo ayude, y tiene un crescendo como no habían tenido sus cuatro películas anteriores.
Pero a contramano de Brause, Veiroj no es codicioso y eso beneficia al filme, porque elige mantener el relato en su tono, y en ese camino sinuoso de Brause, el director sabe bien cómo llegar al destino. Mejor, inclusive, que su protagonista.