Así Habló el Cambista: aciertos de humor negro, pero con desventajas sentimentales.
La Fiebre del Oro, esa búsqueda desesperada que al día de hoy sacude a los Estados Unidos, tuvo cuantiosas representaciones cinematográficas a lo largo de la historia del cine. Para nosotros, algunos de los primeros acercamientos a cómo eran las vivencias de esa época (y no a través de films clásicos), los encontramos en los famosos Looney Tunes, donde observábamos a un personaje mover un plato metálico de aquí para ella en busca de una pepita, por minúscula que fuera, que se abriera camino entre el montón de tierra.
Esa búsqueda, o al menos aquellas instancias que más veces fueron retratadas cinematográficamente, no estaban exentas de violencia. No pocas veces hacían hincapié en la codicia y el egoísmo de sus protagonistas.
Los tiempos y el objeto de deseo habrán cambiado, pero los temas siguen firmes: la fiebre del oro verde que nos aqueja hasta el día de hoy, es donde se enmarca la premisa de Así Habló el Cambista.
Oro Verde
Desde el vamos, una detallada voz en over empieza a poblar el relato. Voz en over de un narrador omnisciente cuyo nivel de detalle, en cuanto a pensamiento y contexto histórico, ponen en evidencia los claros orígenes literarios de la película. Una voz austera y no pocas veces con ironía, una pizca introductoria en la banda de sonido del humor negro que permea a Así Habló el Cambista.
Ningún personaje es un santo, sin ir más lejos es una enorme galería de amorales, egoístas e hipócritas; lo que tiene sentido con el clima ácido de “sálvese quien pueda” que propone el contexto histórico del film. Por ejemplo, hay una memorable escena donde el protagonista y su esposa andan por Buenos Aires en un taxi y se produce un atentado en plena calle. Ante esto, el protagonista sale disparado del auto para cubrirse, abandonando a su mujer. Cuando ve que el blanco no es él, vuelve al auto y -de una manera muy poco convincente- le recrimina a su mujer su falta de reflejos. Un momento de risas, pero esas risas que hacen sentir mal al espectador por experimentarlas.
Una película tranquilamente puede tener un personaje que no sea querible. Sobran los ejemplos en el cine de personajes de esta naturaleza que se han ganado al espectador. La clave es cómo sortean la humanidad, los breves momentos de bondad que evitan los absolutos que conviertan a la “maldad” en una caricatura.
La naturaleza humana es mucho más complicada, y es allí donde esta crítica tiene sentimientos encontrados con la película. Por un lado, esos breves momentos de afecto parecen forzados y le restan peso al recorrido. Pero por otro lado, bien podríamos hablar de un patetismo buscado, donde el personaje en sí mismo sabe estar dando gala de una sensibilidad que es más puesta en escena que sincera bondad.
En el aspecto técnico, la fotografía, el diseño de arte y vestuario consiguen exitósamente sumergirnos en esa época, pero también aportándole una paleta de color más personal, cercana a los grises o los colores desaturados. Visualmente hablando, el realizador aprovechó sobremanera todas las ventajas que un presupuesto cuantioso puede ofrecer.