INOCENCIA INTERRUMPIDA
Varios planos detalle de diversas partes de un cuerpo joven semidesnudo se presentan junto a los créditos iniciales: un muslo, un pie, un hombro, un pecho, un abdomen, una entrepierna…; pero no se trata de una escena sensual, sino de la revisación médica de Martín, un joven de 16 años que está por entrar a la clase de natación. En rueda de compañeros, antes de entrar a la piscina, parece escuchar lo que dicen los demás, pero en realidad, mira a su profesor de educación física que, sentado en un banco y con la cabeza apoyada contra la pared, parece ausente, ido…
Con la excusa de haberse lastimado el ojo, el jovencito acepta que su “profe” lo lleve al hospital, para luego, por cuestiones de la trama, terminar en la casa de éste para quedarse a dormir. A partir de allí, el mundo de ambos personajes tambaleará (aunque módicamente, al menos por lo que se mostrará).
El protagonista adulto parece estar ausente en prácticamente toda la narración. Si bien puede ser una marcación actoral, lo que más vemos del personaje es su estado letárgico, adormilado. Poco conocemos de su vida, a pesar de verlo mucho en pantalla: con su novia (Antonella Costa) habla poco (habla ella sola); con sus alumnos, lo vemos pasar lista y nada más; en la intimidad de su hogar sólo parece leer un libro o acostarse boca arriba a pensar…. ¿Le pasa algo o es así?
En cambio, la vida del adolescente parece ser más natural, ya sea estudiando en su habitación con una compañera “que le tiene ganas”, o jugando y charlando con un amigo (eso sí, la relación con sus padres no se muestra, sólo se los nombra).
En su ópera prima, “Plan B”, Marco Berger había logrado un mejor trabajo de los actores, más natural y fluido. Aquí las escenas dialogadas entre los dos protagonistas parecen más artificiales, con largos silencios algo antinaturales, incómodos (¿la idea era que pareciera a propósito para mostrar la incomodidad entre ambos?).
Al estar proyectada en DVD, poco puede apreciarse de la fotografía de Tomás Pérez Silva, que luce descolorida, oscura, sin brillo; a lo sumo se perciben buscados fueras de foco o el uso del foco selectivo.
La historia planteada es interesante, da para el debate, resulta original porque un adolescente se aprovecha de un adulto y no al revés, y evidencia cierto “peligro” en las aulas (sólo por el hecho de que, en este caso, el alumno es un menor de edad; no porque no pueda existir una relación consensuada, pasional o amorosa, entre un alumno y un profesor). Pero lamentablemente, tal vez, la elección de Carlos Echevarría como el docente no haya sido la más feliz, porque si bien podemos pensar que el personaje debe tener un tono gris o apagado, cierta inexpresividad de la actuación de éste no suma para resultar creíble o querible, no permitiendo una identificación con él. No es el caso del joven Javier De Pietro, que aporta una inocente (?) sensualidad y cierta desenvoltura en su rol.
Al margen, es buena la intención del director y guionista de contar esta historia que genera suspenso (mención especial para los tonos graves de la música de Pedro Irusta) y cierto desconsuelo en el drama vivido por el protagonista, pero, a pesar de haberse hecho con el premio a la mejor película de temática gay de la Berlinale, esta vez no alcanza para crear una obra de lo más acabada.