Rebeldes con pausa
Corre el año 2044 y la Tierra está invivible. Las zonas desérticas avanzan y a la humanidad le queda poca esperanza, sólo sobrevivir. Jacq Vaucan (Antonio Banderas, también coproductor) es un asegurador de accidentes con robots domésticos. Las máquinas evolucionaron a ciborgs pero dos cláusulas les impiden lastimar a humanos y tener conciencia. Vaucan descubre el extraño caso de un ciborg manipulado, y posteriores investigaciones demuestran que un kernel o núcleo alterado (en la jerga de la película, un “biokernel”) actúa como bypass para el segundo protocolo. Las máquinas planean sublevarse, pero no en una lucha de rebelión (los autómatas son torpes como el último modelo Toshiba, y este es un notorio error), sino en un secreto éxodo. El director español Gabe Ibáñez tiene la interesante idea de mostrar cómo los autómatas podrían ser el próximo, digamos, “estadio evolutivo” de la Tierra habitada, y lo hace esquivando magnas explosiones y presupuestos desorbitantes. Su gran problema es cómo lleva esas ideas a la práctica. Descontando alguna maravillosa foto en CGI, la construcción del relato es morosa, artrítica, más emparentada con olvidables artefactos clase B de Albert Pyun que con los grandes clásicos de los cuales Autómata pretende abrevar.