Poca inteligencia artificial.
En la historia del cine iberoamericano, la ciencia ficción no ha sido fructífera y tampoco muy feliz. En tal sentido, Autómata observa un mérito inicial por abordar con pericia técnica ese género esquivo, entregando una producción española que nada tiene que envidiarle a una de factura estadounidense. Así, su gran marco visual tributa al imaginario que interroga sobre la evolución humana y la tecnología. En el planeta Tierra que plantea Autómata, se sucede un proceso evolutivo en el cual los robots dejan de ser simples máquinas a disposición humana y adquieren gradualmente conciencia. Desde luego este argumento no es nuevo, ya en la primera obra en utilizar la palabra robot, R.U.R. escrita por el checo Karel Capek, se detallaba esta concepción a mitad de camino entre el servicio al hombre y el pensamiento autónomo, que asimismo sería clave en la literatura de Isaac Asimov.
La acción se sitúa en 2044, en un planeta diezmado por la radiactividad. Jacq Vaucan (Antonio Banderas) trabaja para R.O.C. (Robot Organic Century), una firma que fabrica robots y que lo envía a investigar cuando se detecta alguna anomalía en el funcionamiento de esas máquinas. Pero su trabajo rutinario como agente de seguros se ve alterado cuando comienza a descubrir que, cotidianamente, se suceden situaciones inexplicables con los androides.
Con inagotables referencias literarias (como Yo, robot) y cinematográficas (Blade Runner y Mad Max a la cabeza), Autómata construye un universo visual digno de mérito, pero no logra entretener en la segunda mitad del relato, cuando el protagonista abandona la ciudad y comienza un inagotable periplo por el desierto en compañía de algunos autómatas que buscan la libertad. Ante la falta de una historia siquiera atendible, los personajes intercambian sentencias filosóficas absurdas en un devenir incomprensible que no permite disfrutar tampoco de los aciertos que la habían acercado a referentes del género.