Para qué copiar lo que estaba bien.
Luego de un buen comienzo, la historia hace agua pese a que transcurre gran parte en un desierto.
Al cine español no se le puede criticar que salga a pelearle el espacio al hollywoodense. En los últimos años ha producido géneros que en el país del Norte salen “con fritas”, como el de terror y la animación. Los resultados, si bien dispares, hablan dentro de todo de una pujanza -sobre todo en animación- y de afrontar los riesgos.
Con Autómata, Gabe Ibáñez -que viene del sector de los efectos especiales- es más ambicioso que coherente, y entrega un relato con mucho olor a Blade Runner y a Inteligencia artificial.
Un empleado de seguros de la compañía robótica ROC (Antonio Banderas rapado) debe investigar, en 2044, en una Tierra devastada, que sólo habitan 20 millones de personas, por qué un robot fue liquidado por un hombre, cuando éste lo descubrió arreglándose a sí mismo, algo que por un protocolo los androides tienen terminantemente prohibido.
A partir de allí, Jacq Vaucan se encontrará con más rarezas, antes y después de que se adentre en el desierto que las explosiones nucleares han dejado.
Entre ellas, y una no menor, es Dupré, que encarna la ex mujer de banderas, Melanie Griffith, en un papel fundamental, pero que termina siendo episódico.
La película no empieza precisamente mal. Hay tensión, sorpresa, clima. Pero después se vuelve todo rutinario y se advierte que faltan euros. Hoy, el género de la ciencia ficción necesita de lo que otros pueden prescindir: una fuerte producción, porque no basta con alguna proyección y mucho desierto. No ayuda.
Con una pretensión clara, la de llegar al mercado global, porque está hablada en inglés, a Autómata le faltan drama, trama, tragedia. Banderas, al que acompañan Robert Forster y Dylan McDermott, pone muchas caras y sufre porque se alejó de su esposa embarazada. Es que el que busca, encuentra.