El enemigo interior.
Michelle (Mary Elizabeth Winstead) sale a la ruta decidida a dejar su mundo atrás, e ignorar los llamados de su novio. En un momento, sorpresivamente, algo golpea a su auto y se sale de la ruta estrepitosamente. Cuando Michelle despierta se encuentra en una habitación sin ventanas, con suero conectado a sus venas y encadenada a la pared; no tarda en conocer a su anfitrión, quien a su vez se presenta como su salvador. Howard (John Goodman) es intimidante al tiempo que se muestra paternal y protector; solo espera algo de gratitud y respeto por haber salvado la vida de la joven, pero ella no comprende por qué es prisionera de ese sujeto.
Howard le explica que toda vida conocida ha desaparecido en el exterior, algo para lo cual él se había preparado al construir el bunker en el que están. ¿Bomba nuclear? ¿Ataque extraterrestre? No hay respuesta a eso. Mientras los días pasan, con la aparente aceptación de que lo dicho por Howard es cierto, un evento pone otra sospecha sobre el hombre; lo que decide a Michelle a iniciar un plan para escapar.
El relato funciona en tanto se mantiene la relación psicópata-víctima, con una gran actuación de John Goodman y la muy eficaz Mary Elizabeth Winstead, impecable para el género. El tono está alejado de lo sórdido, y se sostiene en base a la labor actoral sin que el suspenso se imponga. Es tal la tensión entre los personajes que poco importa lo que suceda afuera, por eso cuando el último acto se presenta parece parte de otra película, una más burda y menos interesante. Una pena, porque los que se nos presentó durante una hora y media merecía un mejor cierre.