La verdad está afuera
Cloverfield: Monstruo (2008) tuvo la particularidad de ser uno de los primeros estrenos masivos de ese subgénero aturdidor que es el found footage, es decir, las películas de tono documental -falso- que se reconstruyen a partir de material en video que las víctimas de una catástrofe han dejado como legado. El fenómeno se había iniciado (más allá de viejos fenómenos de culto) con El proyecto Blair Witch (1999), y no paró hasta tener subproductos por lo general en el ramo de la fantasía, el terror o la ciencia ficción hasta saturar de manera tal que la gente ya no las elige como antes. En Cloverfield: Monstruo en específico se narraba cómo, en medio de una fiesta de boda, un muchacho vivía una historia de amor frustrada y paralela a la celebración que intentaba retratar en video, hasta que un símil Godzilla irrumpía en la ciudad -más precisamente en la calle Cloverfield pero sin ser estricto en los límites urbanísticos- arrasando todo a su paso en un caos de destrucción.
Ocho años después, J.J. Abrams decide, junto al director de la misma, producir una secuela con otra premisa, diferente pero no tan original como la anterior, contando la historia desde un bunker cerrado en el que se intuye que el mundo está siendo arrasado por una suerte de ataque químico o invasión, manteniendo al espectador tan a oscuras como a los protagonistas pero sin apelar al recurso de que las imágenes sean el registro tembloroso de sus cámaras. Se destaca que a pesar de todos los detalles y guiños que marcan que la historia es una secuela directa de Cloverfield, ni siquiera los mismos actores sabían que se trataba de eso mientras cumplían su trabajo ya que el proyecto fue mutando desde el guión original -de ahí que tantos nombres figuren como creadores y adaptadores de la historia- y todo se decidiera cuando la pequeña productora que encaró el proyecto fuese absorbida por la Bad Robot de Abrams y le diera los giros necesarios para establecer la conexión. Detalles comerciales que no hacen a la calidad final del film pero que en cierta medida justifican otras cosas, como la intención inicial del director sobre el destino de sus personajes.
La historia comienza cuando Michelle (Winstead) tiene un accidente con su vehículo mientras discute por celular con su novio -la voz de Bradley Cooper- y al recobrar la conciencia aparece inmovilizada en un cuarto con aspecto de celda de confinamiento. Su auxiliador -y presunto captor al mismo tiempo-, de nombre Howard (Goodman), le explica que estará a salvo siempre que se mantenga allí porque afuera es todo caos y destrucción. Claro que su credibilidad se pone en juego mientras le impide comprobarlo por sí misma. Y como es de esperarse, la chica se resiste a creer en la historia aunque luego la irá corroborando en parte por el testimonio del tercer integrante del bunker (Gallagher) que coincide con el de Howard. A partir de allí todo será un tema de descubrir verdades y mentiras de lo que realmente sucede, tanto dentro como afuera y en la cabeza de Howard, que no parece una persona demasiado equilibrada. No se puede escapar en ningún momento de comparar esta películas con muchas otras situaciones en películas de género, circunstanciales o intencionales, como disparador del comportamiento de sus personajes hasta desnudar su naturaleza, y por eso mismo es que resulta una suerte de ensayo o reversión -y hasta una especie de puesta teatral- de cualquier historia de encierros al servicio del lucimiento de sus intérpretes. El ejemplo más reciente que se me ocurre para ilustrar la comparación es la agobiante Retreat (2011), con Jamie Bell en el papel de un soldado que asalta a una pareja y la recluye en su cabaña en una isla denunciando una plaga que amenaza con exterminar a toda la población, sin que sus prisioneros puedan comprobarlo hasta el final. En Avenida Cloverfield 10 John Goodman se destaca como el patriarca protector que de tan estricto puede terminar siendo un peligro, Winstead juega con su habitual naturalidad a la víctima que no se resigna a terminar de serlo y Gallagher a ser el balance que a pesar de eso también puede constituirse como un motivo más para el conflicto.
Avenida Cloverfield 10 se convierte entonces en un juego de tensiones en un lugar claustrofóbico, un drama que se basa en la relación entre esas dos personas que siguen las reglas de Howard con mayor o menor desgano pero sabiendo que ese hombre en sí mismo es alguien de quien deben cuidarse, quizás con el mismo esmero que lo hacen de lo que los acecha afuera. La película se sostiene pero también abusa de este cuadro de situación, tiene actores sólidos para construir esa realidad pero no logra innovar, no es más que una de esas tantas historias que ya hemos visto y que son más logro de las interpretaciones y climas generados por el encierro mismo que de los giros de un guión que juega con el engaño, la trampa y el peligro de lo que no se ve.
Por eso mismo sorprende en su final, que se juega en los últimos minutos a compensar en contenido visual y mostrar lo que no se vio pero se imaginaba acechante. Podría denunciarse algo de exceso en los detalles luego de tanto silencio en la información, pero es lo que se espera en una historia de ciencia ficción y no es cuestión de defraudar, ni siquiera con ese enfrentamiento exagerado tan al estilo de David contra Goliat. Y luego llega el desenlace, que se debate en una gran decisión -que hasta tiene un final alternativo que probablemente se vea en sus versiones en Bluray y DVD-, y que en definitiva nos ayuda a terminar de definir el carácter de nuestra protagonista por si no quedaba claro en los cien minutos de película en que la cámara no se le despegó de encima.
La pregunta es ¿tendría la misma aceptación esta película si no llevara “Cloverfield” en el título? ¿Hubiese tenido el mismo peso a la hora de recaudar si nos hubiésemos enterado de ese detalle sólo con el guiño del cartel de la calle que nos señala en dónde estamos parados? En la respuesta -puramente especulativa- se intuye que ese lazo al film con el que comparte pocos elementos fue fundamental en su valoración. En definitiva, en la era del aprovechamiento ilimitado de ideas viejas y recicladas, Avenida Cloverfield 10 no es una secuela convencional: puede tomarse como un spinoff o como pieza de un universo expandido al estilo a que nos están acostumbrando las ediciones cinemáticas de cómics. En todo caso, no importa porque funciona como unidad, aunque deje la duda de si hubiese tenido la misma aceptación sin ese nombre al que evidentemente ya han convertido en una marca registrada y emblema de una nueva religión: los Cloverfield believers.
La verdad está ahí afuera, esta vez a pasitos de una franquicia a la que ya se le empezó a tener fe.