Los primeros cinco minutos de “Avenida Cloverfield 10” no tienen diálogo alguno. Michelle (Mary Elizabeth Winstead) contempla pensativa la ventana; un shock de electricidad genera un corte de luz. Tiene unas cajas en la mano, mira el departamento y se va, dejando sobre la mesa las llaves y un anillo. Sube al auto, para en una estación de servicio, nota algo sospechoso y sigue viaje. Mientras el coche voltea luego de un choque, vemos los créditos iniciales. Luego, aparece Michelle lastimada y atada en una suerte de sótano. Es una apertura magistral, y todo lo que necesita el director Dan Trachtenberg para instalar un estado de ánimo global y establecer el conflicto y la urgencia del personaje principal.
Es importante el balanceo entre lo personal y lo global en una ‘disaster movie’. Si todo se está por terminar pero no nos importa lo que le pueda pasar a nadie, estamos en problemas. Aquí nos conectamos instantáneamente con la protagonista y esa empatía se acrecienta con el transcurso del relato al punto de que los dos últimos planos, que la ponen a ella en un lugar muy diferente al del comienzo, no nos generan la más mínima duda.
La escasez de diálogo es clave en una película que tuerce algunas bases de género y juega sus cartas de otra manera. En primer lugar, hay un revés en el centro de tensión. Afuera la amenaza parece enorme, pero la batalla por la supervivencia se desarrolla puertas adentro. Trachtenberg confía en la capacidad de las imágenes y, con inteligencia y sin prisa, nos presenta un micromundo de patrones que, por universales, comprendemos al instante. Conocemos, además de Michelle, a Howard (John Goodman) y a Emmett (John Gallagher Jr.); y, a partir de las miradas, la disposición de los cuerpos y las acciones, nos permitimos dilucidar. Sospechamos, confiamos, creemos y dudamos. Todo a la vez para el espectador. Todo bien administrado y dosificado en el guión para que no perdamos el interés, con la excepción de una escena en la que el diálogo sobrepasa lo explicativo.
Rara vez aparece un producto tan pintoresco y a la vez tan certero. No hay en “Avenida Cloverfield 10” atractivos fuertes que busquen tapar falencias menores. No hay ruidos a nivel lógico en los eventos de la trama, ni tampoco puntos de giro inesperados o abruptos. Por otro lado, el tono casi intimista del film no choca con sus abismales interpretaciones. Es un buen momento para registrar a Winstead. Ella -y su nariz de chanchito preciosa- se ubica un escalón más arriba de la mera efectividad. Todavía es una actriz subestimada y que no todos registran. Goodman, por supuesto, está genial, y sí: está convocado para hacer lo que suponemos que hará. Más no hay nada malo en lo esperable; el ‘género’ tiene que ver, en su definición, con lo esperable.
Sabemos que estamos ante una propuesta superior cuando el género rige ese cúmulo de expectativas que en pantalla vemos hacerse y deshacerse. “Avenida Cloverfield 10”, con su desastre puertas adentro y su John Goodman de remate, juega con nuestro prejuicio y bagaje previo todo el tiempo. Nos sirve algo en bandeja y luego nos toma por sorpresa, amaga con decepcionarnos para luego maravillarnos. Es tan lúcida en su seriedad como en su humor (leve y autoconsciente, desplegado en los momentos justos), y no poco tiene esto que ver con la gente que está detrás. Productores y escritores con pocos créditos en su haber, siempre de calidad y cuidado; siempre de género revisado y potenciado. Algunos más masivos, como J. J. Abrams. Otros, creadores de perlas como “Cabin in the Woods” (Drew Goddard, aquí productor) y “Whiplash” (Damien Chazelle, aquí guionista).
Que quede claro que todo lo que esta pieza propone, lo cumple. Especialmente en sus últimos cinco minutos donde, también sin diálogo alguno, desata una furia contenida que por su espectacularidad parece de otra película. Pero no. Es de esta, que es de lo mejor del año. Y estamos en abril.