Robo para mi corona Trazando un paralelismo entre la conquista al desierto que se realizó en 1879 y la última dictadura militar argentina, Awka Liwen (2010) formula una hipótesis de cómo esos dos momentos históricos se relacionan con la apropiación de tierras al pueblo argentino por parte de la Sociedad Rural para beneficio económico de unos pocos, y usando las peores herramientas para lograr su cometido. Awka Liwen es un documental de Osvaldo Bayer, Mariano Aiello y Kristina Hille que no se queda en la simple denuncia sino que aporta una solución para terminar con el problema. Durante el primer tramo del film vemos cómo a través del exterminio de los pueblos originarios un grupo de integrantes de la Sociedad Rural, comandados por el bisabuelo del ex ministro de economía José Martínez de Hoz, se quedan con la Patagonia acabando con los indígenas o “esclavizándolos” para usarlos como mano de obra barata. Luego vemos imágenes del periodo dictatorial de la década del 70 con la celebración del aniversario de una conquista que cien años después vuelve a repetirse. Con otros métodos, con otras lecturas, pero con una misma intención: la económica. En la segunda mitad del film entra en juego un tercer paralelismo y es el rol que jugó el sector agropecuario cuando se amotinó en 1998, a raíz de las retenciones a la soja, y de cómo una vez más se manipuló la información y los medios de comunicación a su favor para salir ganando, siendo ellos los únicos beneficiados dentro de una Argentina que buscaba repartir sus riquezas. A través de testimonios de historiadores, sociólogos, antropólogos y teniendo como hilo conductor el fin de los pueblos originarios es como el trio logra armar un documental que seguramente para algunos tiene un tinte político. Bayer, que funciona como un narrador, va más allá exediendo lo teórico y buscando soluciones claras y concisas, aunque seguramente molestas para algunos. Desde lo cinematográfico Awka Liwen se construye con voces pero también con imágenes de archivo, animaciones, recreaciones de momentos históricos y los silencios de aquellos que fueron víctimas de un exterminio sistematizado. Para entender, discernir, debatir y aportar ideas a la construcción de la Nación, Awka Liwen es una opción para interiorizarse sobre lo que algunos nunca van a contar, simplemente porque así es el juego que ellos mismos idearon y que pretenden ganar.
Un país teñido por la sangre indígena Documental sobre el extermino de los pueblos originarios. Dos apreciaciones surgen claras al ver Awka Liwen (Rebelde amanecer): que se trata del análisis histórico de un tema que Osvaldo Bayer maneja a la perfección –las causas y consecuencias del genocidio a los pueblos originarios de la Argentina- y que el tono del filme es absolutamente didáctico, con abundantes lugares comunes, explicados e hilvanados con gran claridad. Una verdadera lección: más histórica que cinematográfica. A través de la conducción de Bayer, tan certero como solemne; de imágenes de archivo; de dibujos animados –que suplantan la carencia de imágenes violentas en un país violento-; y de cabezas parlantes de especialistas en ciencias sociales, empezando por el historiador Felipe Pigna; el documental se centra en el despojo a los dueños originales de las tierras durante la Campaña al desierto (“Que no era una zona desértica ni una zona despoblada”, aclara Bayer). Desde allí el análisis tiende lazos con el pasado, el presente y el futuro: desde la colonización española, hasta la puja por el llamado “conflicto del campo”, que aún no ha terminado. Quiénes son los dueños actuales de la tierra, cómo la han conseguido, qué modelo les permite aplicar sus privilegios, de qué modo han logrado mantener inequidades –a veces de un modo brutal; a veces, sutil-: son la especialidad de Bayer, autor de La Patagonia Rebelde . En el caso de Awka Liwen ha trabajado el guión con el argentino Mariano Aiello, -cineasta, especialista en derechos humanos y en Derechos de los pueblos indígenas- y con la alemana Kristina Hille, realizadora y politóloga, especializada en economía social, pueblos indígenas y movimientos sociales. El filme hace un interesante pivote en el racismo feroz –un tema que en la Argentina no suele ser tan reconocido-, a partir de los lineamientos de país de la generación del 80. Bayer nos recuerda que el 63,1 por ciento de los argentinos tenemos sangre indígena y nos habla del fenotipo social del delincuente, de piel cobriza. El desmonte y otros temas de importancia ecológica y social son también tratados, en un relato que, por momentos no sale de su acartonamiento (algunos testimonios suenan casi recitados). De todas formas, hablamos de un trabajo valioso, que para algunos será obvio y para otros no tanto. Una forma de analizar el presente con mejor perspectiva. La Historia.
Un relato revisionista y sumamente polémico Awka Liwen narra la lucha del pueblo mapuche El historiador Osvaldo Bayer se asoció con el realizador y abogado especializado en derechos indígenas Mariano Aiello y con la cineasta y politóloga alemana Kristina Hille para este cuidado, contundente y seguramente polémico documental sobre el exterminio de los pueblos originarios de la Argentina y la apropiación de sus tierras. El eje de este ensayo revisionista -que cuestiona duramente la historia oficial- pasa, por supuesto, por la denuncia de los abusos de la Campaña del Desierto liderada por Julio Argentino Roca, aunque el autor de La Patagonia rebelde -impulsor del proyecto, coguionista, principal figura en pantalla y único narrador-se remonta a iniciativas previas de Juan Manuel de Rosas y Bernardino Rivadavia que también tuvieron como objetivo la aniquilación de mapuches, ranqueles y tehuelches para apoderarse de sus posesiones. Bayer y los dos realizadores se apoyan en una exhaustiva investigación previa, en los testimonios de -entre varios otros- los historiadores Arturo Emilio Sala, Felipe Pigna, Norberto Galasso y Marcelo Valko; del biólogo Alberto Kornblihtt, de la antropóloga Diana Lenton y del periodista económico Maximiliano Montenegro, así como en las duras experiencias de vida de los descendientes directos de las víctimas (Bayer pone especial énfasis en que el 63 por ciento de los argentinos tiene algún antepasado ligado con los pueblos originarios). El recorrido histórico que traza Awka Liwen ("Rebelde amanecer" en mapuche) no sólo aborda las políticas de Estado en la materia o el racismo estructural de la sociedad argentina sino que llega hasta la actualidad, ya que se ocupa de las consecuencias de los desmontes en Salta, de los latifundios extranjeros como el del grupo Benetton y -en un aspecto que generará más de una controversia- la reciente batalla por las retenciones al agro. Más allá de la propuesta de Bayer (tan radical que provocará una inmediata adhesión o un fuerte rechazo según las posturas ideológicas de cada espectador), Awka Liwen es un relato sencillo (en términos puramente cinematográficos es bastante elemental) y honesto. Dice las cosas por su nombre, denuncia los atropellos sufridos (y que en algunos casos siguen sufriendo) por los indígenas, y defiende los derechos y las reivindicaciones de los pueblos originarios. Quien quiera oír, que oiga.
Con la narracion, el protagonismo y asimismo la colaboración en la realización del escritor e historiador Osvaldo Bayer, Awka Liwen es un revelador documental que se ocupa de una investigación que abarcó más de tres años, Relevamiento que fundamentalmente se ocupa de los más aberrantes actos de genocidio, discriminación, humillación, exclusión y despojo que se han llevado a cabo en suelo argentino en toda su historia; aquellos que tuvieron como víctimas predilectas a los pueblos aborígenes originarios. Una historia trágica que básicamente estuvo sustentada por la pugna en la apropiación de riqueza en nuestro país del grupo económico dominante, o sea corporaciones agropecuarias que precisaban terrenos nuevos para no pagar impuestos. Con la precisión discursiva de Bayer, que se suma a conceptos claros de personalidades como Felipe Pigna y testimonios de otros especialistas en ciencia, educación, periodismo e historia, Awka Liwen, que significa Rebelde amanecer, ofrece una contundente mirada de esta porción esencial de nuestro pasado y también nuestro presente. Redondeando un trabajo de edición que recopila valiosas imágenes de distintas épocas, el documental apela a variados recursos visuales que incluyen animaciones y gráficos. Declarado de Interés Nacional por la Presidencia de la Nación, esta pieza testimonial de Mariano Aiello, Kristina Hille y Bayer resulta insoslayable.
Osvaldo Bayer, periodista y escritor argentino que ha escrito alrededor de diez guiones cinematográficos de los que seguramente el más recordado es el de “La Patagonia rebelde” (1974), también creó la Fundación Awka Liwen, que propicia el traslado del monumento en homenaje al Gral. Roca y su emplazamiento en el mismo lugar de otro en conmemorativo de la madre indígena y la madre inmigrante. Bayer junto al cineasta argentino Mariano Aiello y a la realizadora alemana Kristina Hille, directores de la productora Macanudo Films, efectuaron un trabajo de investigación que les insumió tres años para escribir el guión del documental que se comenta y al que titularon con el mismo nombre de la Fundación con los vocablos mapuches “Awa Liwen”, que significan “rebelde amanecer”, y que fuera rodado en Chubut, Salta, Buenos Aires, Río Negro y también en Alemania. Dentro de una estructura didáctica y en la que puede apreciarse una solemnidad pasada, pedagógicamente, de moda Osvaldo Bayer como narrador, da cuenta sobre el tratamiento que se le ha dado a través de 200 años de historia nacional a los pueblos originarios del territorio argentino. De esa manera, al comienzo informa al espectador que a pesar de haberse abolido la esclavitud en 1813, cincuenta años después, Campaña al Desierto mediante, los indígenas sobrevivientes a ese genocidio eran regalados; los hombres a los terratenientes de la recién creada Sociedad Rural, que había financiado la campaña del Gral. Roca, para que trabajasen en las cosechas, y las mujeres y niños eran obsequiados a las Damas de Beneficencia (esposas de dichos terratenientes) para trabajar como sirvientas y mandaderos en sus estancias y mansiones. Pueden verse en pantalla algunas escenas ficcionadas de las matanzas y también fotos de los indígenas esclavizados y hasta una filmación de uno de los fundadores de la Sociedad Rural, José Martínez de Hoz, retozando (de manera cómica) feliz por los campos (2 millones y medio de hectáreas) obtenidos como beneficio de su inversión en la campaña. Esos fotogramas hacen que el documental comience a reflejar un paralelismo con lo sucedido en años cercanos, cuando los bisnietos de esos terratenientes se negaron a pagar impuestos por el monocultivo de soja. El narrador también se ocupa de las embestidas de los sucesivos golpes militares financiados por las corporaciones agropecuarias para aplastar los intentos del populismo que propiciaba un reparto más equitativo de la riqueza. Se ven, reforzando la narración, fotos del Gral. Mitre y su comitiva en épocas del Proceso de Organización Nacional y también de los comandantes militares del Proceso de Reorganización Nacional. En esta realización se ha desplegado tanto el lenguaje didáctico basado en investigaciones científicas que ha quedado poco lugar para lo cinematográfico, aunque dentro de la trama audiovisual tienen su espacio para dar su visión de los temas tratados personajes tales como los historiadores Felipe Pigna y Norberto Galasso, el antropólogo Marcelo Valko y testimonios de una familia indígena que trata de resistir los avances de una empresa multinacional que pretende apoderarse de las 300 hectáreas de campo patagónico en las que viven y en las que siempre vivieron sus ancestros. Además se ven, de manera testimonial, algunos pasajes del legendario informativo cinematográfico Sucesos Argentinos. Las narraciones, tanto la de Bayer como las de los profesionales que participan, no dejan lugar a que el espectador forme opinión sino para que elabore las conclusiones a las que los guionistas e investigadores han llegado.
Cuando terminó la función el público aplaudió. O mejor dicho, el público se aplaudió. Más allá de lo difícil que es encontrarle un sentido unívoco al aplauso en el cine cuando no están presentes los realizadores, en la función de Awka Liwen del sábado a la tarde en el Gaumont se hizo más patente que nunca la increíble fuerza que todavía conservan algunos lugares comunes de la cultura. Brevemente, lo que dice Awka Liwen es más o menos esto: primero los conquistadores españoles y después los políticos, caudillos y militares argentinos de turno, todos usurparon sistemáticamente el territorio de los pueblos originarios locales que, en muchos casos, fueron marginados y esclavizados cuando no directamente masacrados. Pero eso ya lo sabíamos de antes por medio de la escuela, el cine, el periodismo, la Historia o la televisión. O sea, la película de Aiello y Hille no dice nada nuevo. Si se va a hablar de algo que no es nuevo y que, para colmo, goza de un acuerdo social altísimo (no creo que haya mucha gente que ponga en duda los atropellos y las atrocidades que sufrieron los pueblos aborígenes), entonces los realizadores tienen que asumir la responsabilidad que ese decir implica, tomar los recaudos necesarios para no caer en la complacencia o en la mera repetición de consignas. Salvo por unos pocos datos e imágenes de archivo pocas veces exhibidos, lo que hace constantemente Awka Liwen es repetir hasta el hartazgo hechos ya conocidos por todos. Se podría pensar que el relato más bien precario y repetitivo se justifica desde el carácter didáctico de la película, un proyecto pensado para ser difundido en escuelas. Pero el didactismo no debería implicar pobreza de ideas (sino vean las películas de Enrique Piñeyro): Awka Liwen entiende al cine como simple vehículo para un mensaje, y eso se nota en la falta de cuidado puesto en la imagen. Concedido, muchas películas “con mensaje” tropiezan con la misma piedra. Porotos de soja es un caso reciente, pero allí había un trabajo de argumentación elaboradísimo que balanceaba desde el discurso político la precariedad visual de la película. En Awka Liwen eso no pasa, porque el guión se refiere a períodos extensísimos de tiempo sin hacer diferencias o, cosa todavía más grave, se confunden momentos históricos que no tienen absolutamente nada en común, como ocurre con el paralelismo forzadísimo que se traza entre el exterminio llevado adelante por la Conquista del Desierto y el terrorismo de estado del Proceso. También se toman como evidencias históricas hechos que se narran en Martín Fierro, ¿nadie le contó a los entrevistados (entre ellos, Felipe Pigna) que la visión del gaucho de José Hernández es una construcción romántica y edulcorada que prefiere la poesía por sobre la Historia? En un momento hasta se habla del conflicto entre el campo y el gobierno y se explica el estado de cosas de la distribución de la tierra: cómo unos pocos propietarios concentran una enorme parte del suelo. De nuevo, estoy de acuerdo con lo que se dice, ¡pero eso no guarda ninguna relación con el tema de los pueblos originarios! De todos los testimonios (la mayoría, incluido el de Pigna, resultan poco o nada interesantes) el más sólido y mejor articulado es el del periodista Maximiliano Montenegro cuando se refiere al conflicto del campo, pero frente a esa entrevista experimenté algo así como un déjà vu: por un momento creí que estaba en una función de Porotos de soja, donde ese testimonio sí habría sido pertinente. Gran parte del prestigio y la fuerza argumentativa de Awka Liwen parece jugarse en la presencia de Osvaldo Bayer, voz moral de la película que puntúa el relato y que se encarga de reflexionar sobre el tema. El problema es que a Bayer (al menos en esta aparición cinematográfica) le falta agudizar un poco su discurso, ajustarlo con datos más precisos y dejar de sostenerlo con frases hechas y solemnes. La gravedad y la indignación pueden ser recursos muy válidos para matizar un discurso pero nunca verdaderos argumentos , por eso es que, la mayoría de las veces, la denuncia de Bayer no pasa de ser una mera queja achacosa, sin ideas, que aspira a erigirse en verdad moral solamente echando mano a la seriedad en el gesto y las palabras (con los primeros planos los directores pretenden hacer de la cara rígida de Bayer un argumento en sí mismo). Entonces Awka Liwen no dice nada nuevo y lo hace de manera solemne, como si lo que se buscara fuera una simple confirmación de un tema y su correspondiente valoración social: los aborígenes fueron y son marginados y explotados, y eso es algo repudiable. Sí, una vez más, coincidimos. ¿Será eso lo que aplaudió la gente al final de la función? ¿El establecimiento de un acuerdo entre la opinión de los que estábamos en la sala y el discurso de la película? ¿La comprobación de que uno es una persona sensible y con grandes preocupaciones si su pensamiento coincide (difícil que esto no ocurra, ya lo dije) con la tesis de la película? ¿Alcanza con que una película lance esa caricia al ego de cierto público para ganarse el aplauso? De nuevo, el aplauso en el cine es un tema bastante más oscuro de lo que parece y no tengo más que preguntas al respecto. Pero algo sé con seguridad: que en la función del sábado la gente no aplaudió una película pobre, desprolija y con pocas ideas como Awka Liwen. Lo que se aplaudió fue otra cosa: la causa aborigen, la sensibilidad del público, o la confirmación de un discurso ya masticado y deglutido de manera comprensible como para ser entendido por cualquier alumno de primaria.