En 1988, Giuseppe Tornatore estrenó la obra maestra "Nuovo Cinema Paradiso", por la que recibió reconocimiento internacional y fue galardonado con el premio Oscar a Mejor Película Extranjera. El problema es que este reconocimiento le llegó muy temprano en su carrera ("Paradiso" fue su segundo largometraje) y todos sus siguientes trabajos han sido comparados con ese gran film. Por esto, ninguna de sus otras películas ha logrado un reconocimiento internacional similar (a pesar que "La sconosciuta" es tan buena como "Paradiso"), quedando siempre opacadas por el recuerdo de "Cinema Paradiso". Esta nueva super-producción (una de las más caras del cine italiano), nominada al Globo de Oro a Mejor Película Extranjera y al León de Oro en Venecia, es un film épico de larga duración (150 minutos) que abarca tres generaciones a lo largo de más de 5o años. Según comentó el director, éste es un tributo al pueblo de Bagheria en Palermo (al que los habitantes llaman Baarìa), lugar donde Tornatore nació y creció. La historia, que contiene algunos puntos autobiográficos, relata la vida de tres integrantes de una familia (Cicco, Peppino y Pietro; padre, hijo y nieto) a lo largo de varias décadas. Combinando el drama y la comedia, "Baarìa" se centra principalmente en la vida de Peppino, desde su niñez, pasando por la adolescencia, hasta llegar a su adultez. El director aprovecha este largo período para explorar temas como las costumbres del pueblo, los problemas sociales, la pobreza, la guerra, la política, el amor, la familia y los hijos. Y es éste el principal problema de "Baarìa", Tornatore intenta reflejar demasiados temas alrededor de una familia y obtiene como resultado una película muy cargada y extensa. Algo similar a lo ocurrido con "Australia", el último trabajo de Baz Luhrmann, en donde el director realizó un film épico cargado de acontecimientos y se le fue la mano. Creo que aquí faltó un mejor trabajo de edición, recortando algo de material como para lograr una cinta más corta y llevadera. Al final, el que mucho abarca... poco aprieta.
Los recuerdos de Tornatore Baarìa, las puertas del viento (Baarìa: La porta del vento, 2009) es muchas cosas. Es la película más cara del cine italiano -costó 35 millones de dólares- es la candidata al Oscar extranjero representando a Italia, es el film de apertura del pasado festival de Venecia y una autobiografía de Giuseppe Tornatore -su director- en un colorido retazo de la historia italiana a través de los recuerdos sobre su pueblo natal (Baarìa) cargados de sueños, fantasías e ideales comunistas. La película es una sucesión de recuerdos transformados en curiosas y pintorescas anécdotas que Giuseppe Tornatore ordena cronológicamente a partir de reconstruir su infancia en el siciliano pueblo de Palermo Baguería, apodado Baarìa. La historia cuenta la vida de la familia de Peppino Torrenuova (Francesco Scianna, álter ego del director) desde la Segunda Guerra Mundial hasta la década del setenta, aunque no haya un anclaje temporal específico en el filme. Baarìa comienza con una serie de “anécdotas” que describen el costumbrismo del pueblo y los habitantes del mismo, que para el caso son la misma cosa, partes de un tiempo y un espacio fantástico que viven dentro de la memoria. Anécdotas separadas por fundidos a negro, marcando su valor intrínseco, independientes de los sucesos que las encadenan. Sin embargo Baarìa no desestima jamás su intención narrativa en su estructura general. Tornatore utiliza una serie de recursos para expresar el carácter alegórico de lo descripto. Uno es la representación como elemento ideal que construye las imágenes “memorables”: el cine, la cámara de fotos, la pintura en la iglesia. Otro son las miradas que marcan elipsis temporales que permiten el pasaje de la infancia a la adultez de los personajes. Pero, y quizás el elemento más destacado, son los ideales como motor de la vida. No sólo los ideales comunistas que el personaje de Peppino defiende a raja tabla, sino los ideales entendidos también como las creencias, ya sean místicas, religiosas, políticas, o populares. Son el motor de los protagonistas y la pulsión de sus vidas. En su autobiografía el director empapa los sucesos de ese realismo mágico, de esas ilusiones sin las cuales todo carecería de sentido. Por eso, parece decirnos, sería un sin sentido contarnos la historia como realmente fue, perdería “la ilusión” de recordarla. Y la representación, en este caso la película como dispositivo cinematográfico, no es más que una fábrica de ilusiones. A ella asistimos en todo su esplendor con Baarìa.
Pintura del siglo XX en el sur de Italia Giussepe Tornatore recorre setenta años de la Historia, desde su pueblo. Baaria , de Giussepe Tornatore, es un fresco de gran parte del siglo XX en Italia, centrado en las transformaciones de un personaje llamado Peppino Torrenuova (Francesco Scianna) y las de su pueblo siciliano, que es también el del realizador (Bagheria). Los elementos básicos son los de todo el cine del autor de Cinema Paradiso , como su recargada emotividad, que cuenta con fanáticos seguidores y fanáticos detractores. Pero, en este caso, la inmensa búsqueda abarcativa le quita profundidad a la narración: por momentos, una sucesión de viñetas simplificadoras y esquemáticas. Por Baaria , que a fuerza de elipsis hace saltar de etapas a su personaje central, pasan todos los vaivenes políticos/sociales que hubo entre 1910 y 1980, tamizados por el prisma de un comunista: Peppino. La estética es ampulosa, con grandes movimientos de cámara (muchos de ellos con grúas) y la omnipresente música de Ennio Morricone. El tono, simpático, algo ingenuo, combina costumbrismo, comedia alla italiana, drama y hasta toques de realismo mágico. Pero la nostalgia, sello de Tornatore, predomina en su largo metraje. Como en Cinema... hay personajes humildes, simpáticos y dignos: pasionales y profundamente melancólicos. Hay, también, partidas definitivas del pueblo de origen, padres muertos, efidicios derrumbados por un discutible progreso, homenajes al cine, tristeza ante el devorador paso del tiempo. La patria de Tornatore. Que acá funciona por instantes y por otros se pierde en una pintura general naif y estereotipada. El filme, realizado a gran escala, se debilita en estos trazos gruesos de la Historia y recobra fuerzas cuando apela a un íntimo lirismo (a veces demasiado edulcorado) matizado con humor. La reconstrucción de época y costumbres, y los rubros técnicos, son impecables. En el cúmulo de personajes, el espectador verá a Angela Molina y a Mónica Bellucci. Baaria , en síntesis, no es Novecento ni La mejor juventud . Sí una película sensible y, por momentos, conmovedora, al menos para que aficionados a la melancolía marca Tornatore.
El viejo truco de la infancia en Sicilia Si el cine es tierra de sueños, nada hay más cercano a su espíritu lúdico que la potencia fantástica de la infancia. De hecho, el cine sólo es posible desde la niñez, porque allí está su motor: qué es su ritual sino un juego, cuya regla principal exige suspender durante una hora y media toda filiación con la realidad, para aceptar lo ilógico y creer que lo inconcebible puede ocurrir. Cuando desde el fondo de la sala oscura la luz se derrama sobre la sábana blanca, cada espectador (aun el más maduro y cerebral) no es otra cosa que un chico dispuesto a creer, aun sin 3D, que ese tren que viene directo hacia él definitivamente va a pasarle por encima. Ese es el secreto del cine en general y también el de Cinema Paradiso, aquella épica del celuloide por la que el italiano Giuseppe Tornatore ganó su Oscar a la Mejor Película Extranjera de 1989. Desde entonces, Tornatore suele volver a la infancia, la suya, en busca de material e inspiración. Es el caso de Baarìa, su nueva película, que conjuga muchos elementos y herramientas que ya había usado en Cinema Paradiso, y en alguna otra como Malena (2000). Como en los filmes citados, la acción transcurre en un pueblito de Sicilia. En este caso Baghería, tierra natal del director (Baarìa es el nombre del pueblo en el dialecto autóctono), lugar exacto en donde infancia, cine y memoria se cruzan en el imaginario de Tornatore. Como en esas películas, el relato comienza en un período que va desde algunos años antes de la Segunda Guerra Mundial a los primeros de la posguerra, con la sombra del fascismo siempre presente. Como en ellas, los protagonistas son niños y adolescentes que eventualmente crecen, y es a partir de sus miradas que Tornatore desea mostrar el mundo. Baarìa es una épica familiar centrada en la figura de Peppino Torrenuova: su vida será la línea de tiempo sobre la que se desplegará la historia de la Italia al sur. Así, del mismo modo en que el Peppino niño se irá cruzando con el Peppino adolescente y el adulto, pero también con Pietro, su hijo pequeño, la narración avanzará a través de pequeñas escenas que funcionan como viñetas sueltas que la van encauzando. Aunque tal vez sería más correcto decir que la van sacudiendo, haciéndola saltar de momento histórico en momento histórico y de un niño a otro. Se hablará de guerra; de leyendas montañesas; de fascismo; de la censura y el aplastamiento de la oposición; de la lucha del Partido Comunista y del poder que ya empezaba a tener la Mafia en el sur. Todo contado en clave menor, con un marcado tono de novelón televisivo. Se ha dicho que Sicilia representa para Tornatore el centro donde se trenzan infancia, cine y memoria. Tres ficciones posibles que, en el caso de Baarìa, acaban por abrumar, confundir y hasta traicionar a ese espectador que va al cine como un chico, a dejarse sorprender. Las viñetas señaladas van agregando personajes que extienden al infinito las pinceladas de color, pero no profundizan más allá de lo anecdótico. Con idéntica superficialidad, las escenas suelen caer en los extremos del costumbrismo o el melodrama (y los extremos se tocan), que Ennio Morricone se encarga de sobrecargar con música al tono. A todo esto, al ir y venir en el tiempo hay que sumarle un toque de realismo mágico, que quiere dar al relato un aire de mandala cerrado sobre sí mismo, pero convierte a la película en una suerte de sueño barroco de dos horas y media. Todo con un presupuesto que le permitió al director una puesta lujosa y hasta una agradable fotografía, aunque cabe preguntarse: ¿al servicio de qué? Parafraseando a Groucho, se puede decir que Tornatore ha hecho una gran película. Pero sin dudas no ha sido ésta.
El film de Giuseppe Tornatore recorre parte de la historia italiana La nostalgia, cierta melancólica alegría, la niñez y la familia son los elementos usuales en todos los films de Giuseppe Tornatore, un realizador que sabe, sin duda, emocionar con sus temas al espectador. En esta nueva entrega, el cineasta italiano añade a esos tópicos algunos aspectos de la guerra y la política, que no son tan habituales en su filmografía. Aquí el escenario es Baaria, una provincia de Palermo, Sicilia, donde Tornatore nació y vivió hasta muy entrada su juventud. Allí retrata a tres generaciones de una familia y a través de ella recorre parte de la historia italiana -desde 1930 hasta 1980- y radiografía la manera de ser de los hombres, mujeres y niños de ese país. La historia comienza en plena época del fascismo, donde Cicco, un humilde pastor, descubre un universo maravilloso y muy lejano a la cruda realidad a través de poemas y novelas. Más tarde, el relato aborda algunos aspectos de la Segunda Guerra Mundial vistos desde la perspectiva de Peppino, el hijo de Cicco, que es testigo de innumerables injusticias cometidas durante ese conflicto bélico. Después de la guerra ocurre el encuentro con la mujer de su vida, una relación a la que todos se oponen porque Pepino se ha convertido en comunista. Sin embargo ambos lucharán por permanecer juntos y así llegarán los hijos que seguirán ese derrotero de sinsabores y felicidad que fueron los emblemas de la existencia de sus padres. Historia simple en su primera lectura, Baaria. Las puertas del viento no tarda en convertirse en un fresco pleno de ternura y de emociones. Tornatore sabe, sin caer en el melodramatismo, retratar a esos seres que luchan por sobrevivir en una cotidianeidad que los abruma y que, al mismo tiempo, les va marcando su presente y su futuro. El mundo del séptimo arte, elemento central de Cinema Paradiso , está también en este entramado al discurrir en paralelo a esos niños que ven en la pantalla grande un micromundo que los aleja de sus diarios problemas y que los maravilla con las historias más fantásticas. Podrá decirse que la ideología de Tornatore es más de derecha, pero lo cierto es que únicamente se vuelve crítica con las traiciones y decepciones de una izquierda italiana (el comunismo) y cómo lo vive el protagonista. Todo en esta historia recala, finalmente, en la poesía cotidiana, en la necesidad de ser mejor en un mundo poblado de certezas y de incertidumbres, en hallar un lugar en el mundo que descrea de la maldad y de la traición.
El niño, el trompo y la mosca Hay muchas formas de repasar la historia de un país y estilos cinematográficos para evitar el recuento sumario de situaciones o acontecimientos específicos. En primer lugar elegir el punto de vista condiciona determinados resultados que no siempre son los más interesantes para el público. Pero si a eso se le suma una fuerte presencia de la autobiografía del autor, el peso de la nostalgia es mayor que el de la historia en sí misma y la significancia entonces empieza a tener menos fuerza. Baaria, las puertas del viento es quizá la película más ambiciosa de Giuseppe Tornatore y por ese motivo la más irregular. En primer término, el director apela a un relato demasiado digresivo que busca resumir un periodo importante de historia italiana que va desde 1930 a 1980 a partir de la presentación de una familia siciliana (oriunda de Baaria su pueblo natal) a lo largo de tres generaciones. Así, padre, hijo y nieto serán los principales referentes y protagonistas de una trama que acumula viñetas para hablar de la infancia dura en una comunidad rural; de las primeras incursiones del fascismo y su contrapartida con el comunismo y el paulatino proceso de deterioro de un pueblo atravesado por una crisis económica luego de las guerras y su progresiva pérdida de identidad hacia el futuro. A esa primera capa narrativa se le yuxtapone una historia de amor; una atmósfera semionírica ‘alla Fellini’ sin tanto vuelo poético y con alegorías obvias y otra prácticamente lírica y operística, sumándole la carga cinéfila desde el cine mudo, pasando por el neorrealismo, en complicidad constante con el espectador. La grandilocuencia en determinados segmentos con escenas de movimiento de masas propone un espectáculo visual atractivo donde el director de Cinema Paradiso realmente se luce. No así cuando busca insuflarle dosis de humor a ciertas situaciones dramáticas y mucho menos aún cuando recurre desde el guión a la galería de personajes variopintos sin verdadero peso en la trama, como por ejemplo caer en el facilismo del ciego que es director de urbanización para remarcar la corrupción política o aquel que pretende comprar dólares en la plaza del pueblo cada vez que aparece un político con un discurso. La tibia crítica política a la izquierda y sus contradicciones permanentes es uno de los aspectos más débiles de un guión irregular y reiterativo. Por otro lado, la omnipresencia de la banda sonora del genial Ennio Morricone (colaborador incondicional de Tornatore) por momentos desentona con las imágenes y no guarda una relación directa con los 150 minutos que dura la película. Las frías cifras del presupuesto indican 25 millones de euros para 25 semanas de rodaje y 122 locaciones en las que interactúan 215 personajes. La pregunta incómoda al ver el resultado final es: ¿valía la pena?
Italiani supertar… La ciudad de Bagheria, dentro de Palermo, Sicilia, es donde nació Giuseppe Tornatore (54), director del film, quien vivió allí hasta sus 28 años de edad. Es por ello que, Baarìa, como se denomina a la ciudad en lunfardo, es donde este útlimo trabajo del director, con tinte autobiográfico tiene lugar. Aquellas callesitas llenas de personajes agradables, rústicos, satirizados, mostrados como en otros films del director, buscando esta comicidad impuesta que liga acontecimientos del relato a partir de las actitudes de una sociedad reaccionaria. De carácter epico (tres generaciones), Baarìa se centra principalmente en la vida de Peppino, un niño que supo captar desde su lugar, los acontecimientos característicos, comportamientos y actitudes de una sociedad en vigencia de una guerra mundial. El resurgimiento del partido socialista, las burlas al régimen del Ducce. Peppino encuentra en la vida su vocación en la política, tiene facilidad para arrastrar adeptos, tiene principios y éstos lo alejan de determinadas vivencias, conoce a Mannina, a quien sus padres quieren alejar de él. Existen muchas cuestiones a tener en cuenta con éste nuevo film de Tornatore, considerando que es uno de los primeros donde aplica revivir escenas de la política italiana y mundial. No falta su constante costumbrismo a cuestiones sentimentales, alguna que otra referencia sexual, su nueva participación junto a Ennio Morricone, aunque dispar, y como destacaba previamente, la comicidad reinante. Muchos temas abarcados, muchos personajes, muchas historias, un compendio que termina diluyéndose a medida que los extensos 150 minutos de duración corren. Baarìa no es de lo mejor de Tornatore, podría entenderse como una conjunción entre su Cinema Paradiso (aunque bien lejos) y el Fabricante de Estrellas, algo así como lo que Tatí realizaba con su Sr.Hulot, a partir de un único personaje ir deambulando por todo un entorno, un pueblo, una ciudad, un país.
Amor de mis amores A menudo el cine de Giuseppe Tornatore me recuerda al cine de Leonardo Favio. Sus cosmovisiones, sus poéticas no me atrevería a decir que son diametralmente opuestas, pero si muy diferentes. Sin embargo, ambos son directores de la desmesura. Desmesura tanto para lo bueno como para lo malo. La sutileza no parece entrar en sus mundos barrocos. Baaría, es casi sin dudas, la apuesta más arriesgada de Tornatore: contar a través del devenir de una típica familia del sur de Italia, la historia política, cultural y social de un pueblo entero (y por ende del propio país) a lo largo de 50 años. Son muchos los que ven en esta obra una autobiografía, y si bien creo que hay elementos autobiográficos, lo que abundan en los casi 150 minutos de duración, son citas cinematográficas y autoreferenciales. Ver Baaría es atravesar (y volver a disfrutar) los momentos más importantes de su filmografía. Y no sería extraño que en más de un momento, recordáramos La Meglio Gioventù de Marco Tullio Giordana o Competencia Desleal de Ettore Scola. La película recorre los amores, sueños, decepciones y altibajos de una pequeña comunidad de Palermo, desde 1930 a 1980, enmarcado en el período fascista. Además de la propia ciudad, los protagonistas del film son Cicco, su hijo Peppino y su nieto Pietro. El primero, es un humilde pastor, que no pierde ocasión para leer poemas épicos y novelas. El segundo, descubre desde temprana edad su afición por la política, y el más pequeño, prontamente se enamora del cine. Tres personajes entrañables traspasados por sus respectivas pasiones. La pareja protagónica son dos ignotos actores sicilianos: Francesco Scianna y Margaret Madé. Respetar la identidad cultural y lograr así, una mayor sensación de autenticidad era fundamental para Tornatore. De allí, la decisión de contratar para muchos de los personajes, a los mismos habitantes de Baaría, y mezclarlos con actores sicilianos. Sin embargo, las figuras de renombre no faltan para interpretar personajes secundarios o realizar pequeñas participaciones: Ángela Molina, Michele Placido, Luigi Lo Cascio, Lina Sastri y Monica Belucci, entre otros. Al comienzo decíamos que se trataba de una propuesta narrativamente hablando arriesgada, pero Baaría es además una producción ambiciosa. Con un costo de 25 millones de euros, tuvo una preproducción de 9 meses y 25 semanas de filmación. Además, contó con 210 personajes (63 actores profesionales y 147 no actores), 35.000 extras y 1.500 animales. Como si todo esto fuera poco para graficar el alcance de esta mega producción, vale aclarar que la ciudad entera fue reconstruida en Túnez, y llevó un año de preparación. Creo que en Baaría nos encontramos con dos grandes logros de Giuseppe Tornatore: por un lado, su capacidad y talento para realizar los castings; especialmente a lo que refiere a la elección de los niños de sus películas. Construye personajes simpáticos, queribles y luminosos que necesitan de un rostro y de unos gestos que en pocos planos sepan trasmitir las más variadas emociones. Entonces ahí entra en juego el arte de Peppuccio, que con sus primeros planos a esos niños sabiamente elegidos, nos trasporta a una auténtica experiencia cinematográfica, donde las coordenadas espacio- temporales no tienen ya sentido. Por otro lado, el segundo logro del director italiano en este film, radica en el humor y la alegría que le imprime a la historia y a sus protagonistas. Tornatore suele tener una mirada nostálgica y emocionada hacia el pasado, casi todas sus películas se sustentan en esa mirada. Aquí las risas, las travesuras y el buen humor- hasta en los momentos más dramáticos- traspasan toda la historia y hacen que nosotros podamos disfrutar del sentimentalismo tornatoreano sin culpas, ni agobios de ningún tipo. Baaría no es solamente el homenaje que el cineasta siciliano, hace a su pueblo y a la memoria de los suyos, sino un homenaje al cine mismo, para resaltar la contribución que este arte puede tener para con los hechos históricos. Se me vienen a la mente muchísimas escenas para ejemplificar porque se trata de una película imperdible, pero prefiero dejar a quienes la vean el deleite de constatarlo o no. Aunque puedo asegurar, que ya sólo por el final- cuando hay un cruce entre los personajes y más que nada un cruce temporal y espacial, que resignifica y revitaliza la historia- vale la pena tenerla muy en cuenta.
Este jueves el acontecimiento es el estreno de la última película de Giuseppe Tornatore. La más reciente película de Giuseppe Tornatore es un viaje. Un periplo por los recuerdos de su tierra natal, la misma que da nombre al film. En este sentido es que se juega permanentemente con cierto realismo mágico, con una realidad transformada por el paso de los años, y luego representada en la gran pantalla. Baaría nos lleva por la vida de Peppino Torrenuova (Francesco Scianna), desde finales de la Segunda Guerra mundial hasta los ’70 y un poco más. Pero lejos de armar una narración clásica sobre un personaje, Peppino sería el catalizador de los recuerdos de Tornatore, la excusa para encarnar los ritos de pasaje. Así, lo vemos crecer y enamorarse, casarse, ganar hijos y perder padres, luchar desde las filas del comunismo por su ideal de sociedad. Pero es una excusa en tanto que lo que articula todas las historias-recuerdos es la ciudad siciliana. Cuando apoyado por el Partido viaja por el mundo, el relato se queda en el pueblo, en su familia. Baarìa está cargada de metáforas: los huevos que se rompen a lo largo de la película son batallas perdidas, son desilusiones en este mundo cuasi onírico; las serpientes son augurios de muerte; una mujer adivina que es igual a la abuela de Mannina (Margareth Madé), la esposa de Peppino; una mansión plagada de estatuas de hombres que parecen monstruos y monstruos que parecen hombres… Son esas metáforas, esa suerte de surrealismo tornatoriano la mejor apuesta del film. No es una película que conmueva hasta las lágrimas como la aclamada Cinema Paradiso, pero aún así hay una nostalgia implícita sobre aquello que fue, o que creíamos que iba a ser y resultó de otro modo. Baarìa nos dice en lenguaje cinematográfico lo que John Lennon le dijo a su hijo a través de la música: “la vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes”. Parece casi una obligación de los grandes hacer en algún momento de sus vidas una autobiografía donde nos muestran a través de sus films que mientras el hombre trata de cambiar el mundo, el mundo cambia solo.
Impecable técnicamente y con un excelente reparto. Baaria está estructurada en escenas sueltas que terminan siendo un anecdotario vacuo, que solo se sostiene más por sus referencias a la tradición del cine que por su largo, muy largo, metraje. Tornatore recurre para esta gran reconstrucción de escenarios históricos que es Baaria a tópicos del melodrama clásico, a referencias del cine italiano de los últimos 40 años y a un presupuesto muy abultado. Con ello hace una película larga, pretenciosa y, finalmente, poco interesante. (Auto)biográfica o no, Baaria (nombre con el que se conoce popularmente a Bagheria, la ciudad natal del realizador), es una gran saga familiar (Ciccio, Peppino – protagonista central - y Pietro Torrenuova), que recorre 50 años de la vida política y social italiana. El pasado casi feudal de la región de Sicilia, el advenimiento de fascismo, la guerra y la modernidad anterior a Berlusconi. La película se asienta en un registro melancólico afectivo, la imagen cuidada, la música tradicional de Ennio Morriconne (con toda la carga emotiva que su sonido implica) y un trabajo actoral típico de la comedia italiana anterior a los años ochenta. Con estos elementos, desde su primer escena Baaria remite a un conjunto de códigos del cine italiano que ubican, y condicionan, rápidamente al espectador. Impecable técnicamente y con un elenco muy bien seleccionado, el relato está basado en escenas sueltas, en anécdotas, en situaciones cerradas que, como si en cualquier caso la parte pudiera contar al todo, pretenden dar cuenta de la transformación y las luchas del pueblo italiano, especialmente en el sur, por entonces, tan alejado de la capital italiana. Así pasarán, la explotación extrema en el trabajo agrario de las primeras décadas, los prejuicios, la edad del romance, la guerra, la militancia política de izquierda de Peppino – cuyo motor vital serán su pasión comunista y el amor incondicional por Mannina - y finalmente el cine, a través del tercer hombre en la línea sucesoria. El problema central es que las escenas, aun cuando puedan ser consistentes, no son capaces de dar cuenta de los procesos históricos que intentan contar. De modo que Baaria es un anecdotario vacuo, que solo se sostiene más por sus referencias a la tradición del cine (incluso del propio Tornatore) que por su largo, muy largo, desarrollo. Lamentablemente Tornatore no supo, o no quiso, hacer una película inteligente. Lejos, extremadamente lejos de Novecento, o incluso de la más cercana La mejor juventud de Marco Tulio Giordana, Baaria parece pura especulación, puro proyecto de realización de un producto comercial exportable a los mercados mundiales. Y se le nota en cada uno de los planos contenidos en los largos 150 minutos de duración.
“Baaría es una obra maestra y quien diga lo contrario no tiene ni idea de cine”. Silvio Berlusconi Con la cita de El Caimán bien podría evitarme escribir estas líneas, pero hagamos un esfuerzo y digamos que la última película del director de Cinema Paradiso es una superproducción que sigue la línea de los grandes frescos históricos cruzados por sagas familiares. Baaría es una suerte de epopeya autobiográfica que se concentra en el microcosmos del pueblo siciliano que le da nombre a la película. Tornatore pretende contar la gran Historia de Italia a través de una pequeña historia familiar que se extiende sobre tres generaciones, desde los años treinta a los años ochenta, y de Cicco a su hijo Peppino y a su nieto Pietro. Pero en verdad, los cincuenta años de historia italiana sirven sólo como telón de fondo consensual y bien pensante para los pequeños dramas personales. El fascismo, la guerra, el comunismo, los años de plomo, la mafia, todo pasa de manera anecdótica. Los personajes cruzan la Historia de la misma manera que atraviesan los decorados, sin tomar contacto con la realidad. Baaría celebra una unidad nacional simplista, reduciendo sus asperezas, sus dilemas y sus luchas fratricidas a meros clichés. En el clima contestatario de fines de los años sesenta, la reivindicación de la hija de Peppino pasa por una minifalda que escandaliza a su padre. El conflicto generacional se reduce al largo de la pollera. El director prefiere afirmarse en un sentimentalismo ramplón para conquistar a los espectadores, antes que correr el riesgo de hacerlos reflexionar. El padre y la hija finalmente se ponen de acuerdo en un corte intermedio para su falda y así triunfa la política del justo centro. En su juventud, Peppino es un comunista pleno de ilusiones, apasionado y un poco loco. Tornatone nos cuenta cómo la juventud disculpa al idealista y la edad lo vuelve sabio. Es la clase de sabiduría que entusiasmó al famoso espectador que calificó la película como una obra maestra y que está resumida en una sentencia del padre, una vez superado el conflicto de la minifalda: “Cuando golpeamos la cabeza contra la pared, no se rompe la pared sino la cabeza”. La puesta en escena se recuesta sobre una sucesión de imágenes que se conectan por rimas visuales y unifican un color general conciliador. Porque Sicilia también está reducida al chiché: grandes pastizales, pobreza noble, supersticiones, solidaridad y un dialecto pintoresco. Tornatore manipula la fibra sentimental del espectador para forzar la idea de que Baaría es una película que divierte y emociona. La tragedia sucede a la comedia, y de la violencia inútilmente voyeurista pasamos al amor más convencional. El director consigue que hasta la música de Ennio Morricone se pierda como una frutilla redundante sobre esta gran torta indigesta de dos horas y media.
Recordado director de “Cinema Paradiso”, Giuseppe Tornatore encara aquí un ambicioso fresco de tono épico que recorre 50 años de la historia de Italia, siguiendo los pasos a una familia siciliana a lo largo de tres generaciones, desde 1930 a 1980. El relato arranca en los alrededores de Palermo, en plena consolidación del régimen fascista, y culmina con los avatares políticos de la Italia de nuestros días, cuando la política se da la mano con la corrupción y el desencanto. Tornatore toma una Italia rural, casi incontaminada, en la figura de un pastor y la va cargando con luchas sociales y políticas que marcarán a fuego a los personajes. Así, de pronto, el fascismo exige sumisión y complicidades o claro enfrentamiento y pagar las consecuencias. Padres e hijos ya no piensan de la misma manera. Algo se ha quebrado y esas heridas no cierran fácilmente. En ese contexto, también se inscribe la Segunda Guerra Mundial y la inmediata posguerra.
Tornatore se dio el gusto de filmar una película con un costo de 25 millones de euros y un despliegue monstruoso. Al igual que en Cinema Paradiso, vuelve a retratar la infancia, la juventud y la adultez desde una óptica muy particular; donde son constantes los recuerdos de su propia vida en Baaría, donde residió hasta casi sus 30 años. Giuseppe Tornatore es un cineasta del pasado. Sus películas cumplen también el lugar de memorias, de testamento. Es autobiográfico, lo vimos hace 20 años con Cinema Paradiso, y lo volvemos a ver ahora con su última película. Su infancia en Sicilia, su lugar de nacimiento, marca su filmografía de principio a fin; se nutre de su propia historia. Toma lo que necesita y después moldea como un artesano del guion y la cámara. Guiseppe Tornatore es también un cineasta de la nostalgia. Anhela ese pasado que no va a volver y para satisfacerse lo recrea una y otra vez. Desde distintos puntos de vista, distintas partes de la misma historia; repitiéndose en su mente camino a un loop infinito. Baaría es una película que separa personas como capítulos, y capítulos como historia de la bella Italia. Primero esta Cicco el padre de la familia Torrenuova en los años anteriores al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, lo sucede Peppino, su hijo menor. Con Peppino se desarrolla la mayoría de la historia, desde el inicio de la guerra hasta los ’80, atravesando el periodo fascista con una particularidad; tanto Peppino como su padre y su hermano son comunistas, pero él en particular destaca dentro del partido y constantemente busca abrirse paso y salir adelante. En paralelo a esto, vemos otra marca de Tornatore, una historia de amor entre Peppino y Mannina. Constantemente se cruzan en la pantalla la política, con el amor, la pobreza y la enfermedad; son parte de un todo en la vida del protagonista y también del director. Esta película es un autorretrato, por momentos pesa su duración, lo que en una película de más de dos horas no sorprende. Sin embargo los colores, la calidez y la frescura que recrea Tornatore son algo que hace que valga la pena sentarse en la butaca.