Según de qué lado esté una persona, puede opinar de un modo u otro sobre la delincuencia en nuestro país. Los hay quienes aconsejan construir varias cárceles más, para alojar un mayor número de presos allí. y por muchos años. Del sector opuesto, piden clemencia y comprensión para los reos.
Dentro de esa tónica se desarrolla este documental fomentado por un nutrido grupo de personas y dirigido por Lucas García Melo y Juan Mascvaró, quienes toman como referente a un bandido rural tucumano, Andrés Bazán Frías, cuyo raid delictivo ocurrió en las primeras décadas del siglo XX. Los encarcelados y los que no lo quieren estar, lo veneran y le rezan. Van hacia la tumba y le dejan ofrendas, tanto ellos, como sus familiares.
Realizado en la unidad penitenciaria de Villa Urquiza, provincia de Tucumán, la producción organizó y planificó, con un reducido plantel de detenidos, un taller de actuación y filmación de situaciones ficcionadas sobre la vida y los sucesos que lo llevaron a ser considerado una suerte de Robin Hood a Bazán Frías.
Detrás de las rejas vemos los ensayos, charlas sobre qué significa ser un marginal de la ley, compromiso con los compañeros, y con el objetivo dispuesto para hacerlos sentir útiles y activos, etc.
Con voces en off, femeninas y masculinas, cuentan quién fue el personaje en cuestión, del que se sabe bastante poco y entró en la categoría de mito o leyenda. Para apoyar un poco la narración se valen de viejos diarios, prolijamente encuadernados, donde las crónicas de la época relatan las andanzas del bandolero. Además, para explicar en qué momento de la historia argentina apareció, muestran archivos fílmicos en blanco y negro, como así también, unas pocas fotografías en sepia.
En pantalla se muestra el backstage de la filmación, y luego el resultado, ambientado con ropa de ese entonces. En unos pocos momentos álgidos suena alguna música para acentuar un poco más el dramatismo imperante, pero en el resto de la película se utiliza el sonido ambiente.
La historia es irregular porque alteran el relato de tal manera que no se sabe bien cuál es el objetivo final del film. Si descubrir para el público que no sea tucumano un nuevo bandido rural, que les robaba a los ricos para darle el botín a los pobres, como ellos mismos lo consideraban, u otorgarles a los presos una inyección anímica importante, o tal vez justificar su accionar, como lo hace un sector de la justicia nacional, acusándolos de rebeldes por ser unas víctimas del sistema que maneja la sociedad capitalista cómo única excusa valedera.