A lo largo de un año, el director Thomas Balmes siguió a cuatro bebés de distintas partes del mundo desde su nacimiento hasta que dieron sus primeros pasos. El resultado de este trabajo es "Babies", un hermoso film que refleja el primer año de vida de cuatro bebés criados en diferentes ámbitos sociales, económicos y culturales. Bayar de Mongolia, Hattie de San Francisco, Mari de Tokio y Ponijao de Namibia son los cuatro protagonistas de este documental poco tradicional que no incluye narración, diálogos, testimonios, ni subtítulos. Sólo se recurre a las imágenes filmadas con sonido ambiente, las cuales ocasionalmente son acompañadas por música. Algo así como videos caseros familiares, pero filmados en calidad HD. El director clava la cámara y capta diferentes situaciones cotidianas de los bebés (jugando, comiendo, investigando, riendo, llorando, etc.), limitando la participación de los padres y dejando que ellos interactúen y descubran naturalmente el mundo que los rodea. Así se logra capturar infinidad de momentos tiernos y dulces (de esos que uno dice: "Awwwww!!!!!"), por ej. cuando uno de los bebés no puede dominar un juego de encaje y se frustra, o cuando otro come una banana y no le gusta una parte fea. Los momentos que comparten los hermanitos africanos son los más simpáticos. Lo más interesante son las diferencias que se distinguen en la crianza de estos bebés, ya sea por cuestiones económicas o de costumbres. En San Francisco y Tokio se ven dos familias con vida urbana, mientras que en Mongolia se ve una familia que vive en el campo y en Namibia, una familia que vive en una aldea. En varios países, "Babies" se estrenó con fecha cercana al Día de la Madre, lo cual no resulta una casualidad. Las madres (y quizás padres) son el público ideal para esta propuesta que seguro las emocionará. Las que ya hayan pasado por esa etapa recordarán muchas situaciones y las embarazadas podrán descubrir lo que les espera.
Esta película es a los bebés lo que Mircrocosmos fue a los insectos. Sé que suena raro el concepto pero ese fue el enfoque que le dio a este excelente documental el director Thomas Balmès. El film presenta un fantástico retrato del mundo de los bebés que nos inspira a conectarnos con las cosas simples de la vida, que cuando recién llegamos al mundo solían ser mágicas. Me refiero a cosas sencilla como poder caminar, oler, ver, los pequeños milagros que por lo general se dan por descontados. La película narra la historia de cuatro bebés de distintas partes del mundo desde el día que nacen hasta que cumplen el primer año de vida. Son dos nenas de Estados Unidos y Tokio y dos varones de Namibia y Mongolia. La cámara de Bàlmes no fuerza situaciones sino que se dedica a contemplar la adaptación de los niños en el mundo durante sus primeros meses. No hay narraciones explicativas ni siquiera se traducen las conversaciones que tienen los adultos ya que el foco principal del documental son los chicos. Uno de los aspectos más interesantes del film es el retrato de las culturas tan diferentes que presenta esta propuesta. En la actualidad existe una industria multimillonaria dedicada a los productos para recién nacidos que facturan millones de dólares por año donde no dejan nada librado al azar. Tenés productos de todo tipo. En ese contexto es loco ver como los bebés de Namibia que se crían en una tribu indígena que no tienen accesos a todas esas cosas, se crían félices y sanos en la naturaleza, donde crecen literalmente a través del contacto con la tierra que se convierte en su segunda madre. No tienen sonajeros ni juegos sofisticados sino que juegan con huesos de animales muertos y no son chicos que tengan problemas de salud. La película lo muestra claramente. Es interesante también que en esta primera etapa de los bebés los padres de Namibia no participan de la crianza de sus hijos, ya que esa tarea está a cargo de las mujeres. El caso de Estados Unidos es bastante loco también las personas que eligió el director no representan precisamente a la clásica familia norteamericana que se desayunan con huevos fritos a las ocho de la mañana. Los padres de Hattie son una pareja de hippies de San Francisco con una fuerte conciencia ecológica que no siguen los principios de la clásica familia del Tío Sam. Algo que es importante destacar si vas a ver este film es que con tu entrada vas a ver en realidad dos películas! Una es el documental central y otra aparte es la que protagoniza Bayar, el bebé de Mongolia que tranquilamente se podría titular Cuidado, bebé suelto 2. Bayar es lo más cercano que vi en mi vida a Mogly, el personaje principal de El Libro de la Selva. Este nene se roba el film con momentos impresionantes. Desde que nace y sus papás lo trasladan a la granja donde viven en moto, hasta que su hermanito lo saca a pasear en cochecito y lo deja a la intemperie rodeado de animales, su vida es una aventura. Es loco porque de los cuatro niños es el que menos dependencia tiene de sus padres. Para la película fue fantástico porque el director pudo retratar como Bayar va descubriendo el mundo como si se tratara de una gran aventura, donde vuelve loco a los animales de la granja y anda por las suyas en los paisajes rurales de Mongolia. La reacción de los animales es mortal también porque vemos prácticamente como lo integran a la vida de la granja y la cámara muestra claramente que ellos no son una amenaza para el bebé. La escena final es totalmente épica. Si no te emocionás con ese momento estás muerto y no te distes cuenta. Un estreno totalmente positivo que nos alienta conectarnos con las cosas realmente importantes en la vida. Bebés es una de mis películas favoritas del 2010 y definitivamente la recomiendo.
Una ternura excesiva El seguimiento de cuatro criaturas de culturas diversas, aún con momentos deliciosos, es reiterativo. Bebés es un documental paradójico: ¿hay algo más encantador que ver a niños en su primer año de vida aprendiendo a gatear, a caminar, sonreír, dormirse y jugar? No hay duda de que cualquier padre atesora esos videos de sus niños dándose un golpe al intentar pararse, con algún berrinche incontenible, ese momento en el que (ingrese aquí el nombre que corresponda) se queda, lentamente, dormido en su cochecito. De ahí a ver una película sobre cuatro bebés que, en distintas partes del mundo, hacen, reiteradamente, estas mismas cosas, hay una distancia insalvable. La idea del actor francés Alain Chabat, productor del filme, y del director Thomas Balmes, es la de mostrar el primer año de vida de cuatro bebés de distintos lugares del mundo, y con hábitos y costumbres completamente diferentes. Y probar, en un punto, cómo más allá de las evidentes diferencias económicas, sociales y culturales, en el fondo son todos muy parecidos. Es decir: lloran, se ríen, patalean, comen, se duermen y así todo. Pese a la reputación previa del director de tocar temas sociales en sus filmes, Bebés más bien parece un producto por encargo, una especie de simpático y largo aviso de Benetton donde criaturas de Japón, Namibia, Mongolia y los Estados Unidos (San Francisco, para ser más preciso) son capturados por la cámara en esos momentos que, imaginamos, serán maravillosos de ser repasados por familiares, amigos y, llegado el caso, por un turista que se haga pasar por antropólogo. Pero no tiene ninguna profundidad ni densidad ni interesa más allá de eso. Aclaremos: el filme tiene momentos deliciosos. La niña de Namibia peleándose con su hermano o jugando con animales salvajes; la japonesa enredada con un rollo de papel higiénico; los paisajes que recorre el niño de Mongolia y la cara de la pequeña californiana durmiéndose o pelando una banana con una delicadeza que no tendría un adulto. Y así, por 80 minutos seguidos, algunos más tiernos que otros. Para que el asunto se transforme en una película debería haber algo más que una “cámara sorpresa” siguiendo a bebés durante meses. Y si lo hay -Balmes deja ver las diferencias sociales, por un lado, y a la vez parece decir que la vida de la niña de Namibia es mucho más pura y libre que la cuidada y controlada existencia de la rubiecita californiana, por ejemplo-, no salen de la obviedad y el lugar común de una larga tanda publicitaria o un videoclip de las viejas épocas de Michael Jackson. Es innegable que la película será disfrutada por muchos. Para otros, será algo parecido a sentarse en la casa de algún pariente muy lejano a ver un video de todo lo que grabaron de su seguramente hermoso y divino bebé seguido por un: “¿Y qué tal si ahora les mostramos el de nuestro viaje a Africa?”.
Las nuevas vidas bajo la lupa El director Thomas Balmès filmó en Namibia, Mongolia, Estados Unidos y Japón Primero una advertencia: más allá de los méritos formales de Bebés ,lo cierto es que para aquel espectador que se sienta intimidado, aburrido o molesto por esos padres que se ven en la obligación de relatar al prójimo cada "hazaña" de sus retoños este documental será más suplicio que entretenimiento. Para todos aquellos que no tengan esos pruritos frente a las aventuras de los recién nacidos, este film ofrece una mirada compleja que no recurre a golpes bajos para conseguir provocar ternura, aunque lo logra sin siquiera intentarlo sencillamente dejando que sus protagonistas sean. Sin molestas voces en off que expliquen lo que se ve y sin siquiera utilizar subtítulos en las pocas escenas en la que madres y padres comparten el plano con sus niños, el documental muestra cuatro culturas diferentes a través de sus bebés. Dulces, tiernos, abrazables y asombrosos. Demandantes, llorones e incomprensibles. Toda esta crítica se podría completar apilando adjetivos calificativos tanto positivos como negativos en relación con los bebés. Que es exactamente lo que hace el documental realizado por el director Thomas Balmès, que puso su cámara a filmar el primero año de cuatro recién nacidos de partes muy distintas del mundo. En un extremo del planeta está Ponijao, el nuevo bebé de una tribu del desierto de Namibia, y en el otro está Hattie, nacida de padres modernos en la ciudad de San Francisco, en los Estados Unidos. Entre ellos, Bayar, el hijo de una pareja de pastores de Mongolia, y Mari, la beba nacida bajo las luces de neón de la futurista Tokio, en Japón. Tan distintos en sus orígenes como similares en sus capacidades como seres humanos recién estrenados, los cuatro protagonistas hacen ni más ni menos que lo que hacen sus pares más allá de la pantalla aunque gracias a la atenta mirada de los realizadores es posible descubrir sus personalidades desde el principio. Un hallazgo que también es la mayor debilidad del film, que por momentos se parece demasiado a la exhibición de videos caseros de desconocidos. Con una fotografía impecable, claro, que saca el mayor provecho de los paisajes que rodean a los cuatro protagonistas. Aunque se trate de las cuatro paredes de un pequeño departamento japonés. A pesar de que Bebés no subraya lo obvio por momentos recurre a un trazo más grueso en la edición para marcar las distancias entre sus objetos de estudio. Así, mientras las nenas de San Francisco y Tokio juegan con sus gatitos, el niño africano intenta atrapar unas moscas y el mongol es arrullado por un gallo que se sube a su camastro. Y, más cerca del primer cumpleaños del cuarteto, el director francés se detiene para mostrar el exceso de estímulos -juguetes, clases de yoga y música-, a los que son expuestos los bebés de los Estados Unidos y Japón. A la abundancia material de unos, la película enfrenta las experiencias más naturales y cercanas a la naturaleza de los otros en Mongolia y Namibia.
Cuando la diversidad cultural la deciden ellos... Bebés es un documental con pocas pretensiones pero realizado con la suficiente corrección como para ser preciso y eficiente en los efectos buscados. El relato está organizado a partir de una exposición alternada de cuatro niños de diversos lugares del mundo: la sabana de Namibia, la estepa de Mongolia, una ciudad japonesa (quizás Tokio) y luego San Francisco en California. Se trata de un registro en campo de escenas espontáneas de la vida cotidiana de los niños y sus madres y padres en los contextos de socialización. El relato comienza desde la preparación del parto, hasta los primeros pasos que dan los niños por sus propios medios. A pesar de lo accesible del documental y la belleza de las imágenes, llama poderosamente la atención la ausencia de algunas geografías significativas; el centro y el sur del continente americano, y el continente europeo en su totalidad no están representados en el film. Esto último es llamativo teniendo en cuenta que se trata de una producción francesa. Suponemos que en esta decisión influyó el criterio de hacer del documental un relato amigable y no demasiado extenso, pero lo obtenido en brevedad, lamentablemente se pierde en profundidad, sobre todo cuando el objetivo es documentar la diversidad de los contextos en que los niños se van conformando como seres de la cultura. ¿O acaso los realizadores consideran que el niño californiano representa a todo el mundo occidental? Rescato del documental, no obstante, lo que considero más valioso: el registro de escenas de socialización de cada niño, y las formas en que los adultos los llevan a protagonizar diversos tipos de experiencias. Pero también aquí, creo que es débil en algunos aspectos cruciales que tienen que ver con los ejes seleccionados en el documental. En efecto, la secuencia de imágenes se parece más una acumulación arbitraria que a una organización común para comparar los contextos. El documental es innegablemente comparativo, aún cuando su único objeto sea conocer las divergencias. Pero nadie desconoce que para comparar es necesario considerar ejes comunes. Esto no atenta contra el conocimiento de lo divergente; pueden compararse ejes comunes para evaluar cómo varían en un contexto u otro. El film escoge muy pocos criterios comunes, entre ellos la preparación del parto, y las escenas finales de los primeros pasos. Pero el resto de las imágenes de cada contexto parecieran seguir una lógica propia. Por ejemplo, se enfatiza mucho en la educación musical, tanto en el contexto de la ciudad japonesa como en el de California. Los niñitos mongoles y africanos parecen, en cambio, no tener contacto alguno con la música. Esto podría llevar a la errónea presunción –por parte del espectador- de que allí la expresión musical no tiene una importancia cultural significativa, lo que se refuta en cualquier estudio etnográfico serio.
Nada muy distinto de lo que ya está en YouTube Tal vez como herencia de Jacques Yves Cousteau, a fines de los años ’90 el cine fran-cés redescubrió, con Microcosmos, que –siempre y cuando se presentaran en formato de superespectáculo– los documentales de la naturaleza podían rendir muy bien en boletería. Así, en lo que va del siglo, el cine de ese origen produjo ya un documental sobre aves migratorias (Tocando el cielo, 2001), uno sobre grandes pingüinos (La marcha del emperador, 2005), uno sobre la vida bajo el agua (Océanos, 2009) y ahora uno sobre... bebés. Versión súper-lujo de un documental de observación, Bebés se limita a registrar a sus criaturas, evitando toda clase de comentarios. Pero la falta de estructura y la escasa sorpresa del tema limita su target a una legión de fanáticas de la maternidad. Que no van a faltar, desde ya. Cuatro son las crías sometidas a la exploración de cuatro cámaras. Tres niñas, una de la planicie africana (la namibia Ponijao) y las otras dos, urbanas (Mari, nacida en Tokio, y Hattie, rubia de San Francisco). El varoncito es Bayar, hijo de una familia nómade de la estepa mongola. Producida por Alain Chabat (actor cómico sumamente popular en Francia), el círculo que la película describe va del nacimiento al momento en que los cachorros alcanzan la posición erecta. Los chicos balbucean y sus papás también, hasta el punto de que la película no requiere de subtítulos. Loable como es, la ausencia de relato en off puede convertirse en arma de doble filo, habida cuenta de que lo que hay para observar no difiere demasiado de lo que cualquier espectador puede haber visto en casa, en filmaciones familiares o en YouTube, donde el rubro “bloopers de bebés” es todo un clásico. Pero no hay aquí ninguno de esos bebés de YouTube, desaforadas versiones mini de Los Tres Chiflados. Lo más parecido a eso es Bayar regando su cunita de pis, Ponijao cayéndose de sueño en medio de la pradera, el hermanito mayor de Mari dándole duro a la querida hermana con un trapo enrollado o Bayar, otra vez, devorando concienzudamente un rollo de papel higiénico. Ninguno come caca, ni siquiera tierra de alguna maceta, y parecen haber sido vacunados contra la caída de mocos. Como todos estos documentales de luxe, la manía por la limpieza de Bebés se extiende a lo visual. Lo más chancho del documental dirigido por Thomas Balmès es el momento en que Ponijao intercambia lambetazos con el perro de la familia. Unas imágenes finales muestran a los cuatro protagonistas unos añitos más tarde. Pero nada se sabe sobre cómo terminó la historia de amor entre la niña namibia y el can piel-y-hueso que un día la amó.
“Bebés” es un filme que comienza siendo simpático, pero que termina aburriendo debido a las escenas reiterativas que se suceden a lo largo de los 79 minutos. Los bebés protagonistas son de la sabana de Namibia, de la estepa de Mongolia, hay otro de una ciudad japonesa y por último un bebé de San Francisco, California. Lo que muestra el documental es lo mismo que ya habían hecho los hermanos Lumiére con sus cortos, sobre todo aquél en que le dan de comer al bebé en la boca. Han pasado 115 años y lo que se narra son situaciones de bebés visualizando muy bien cómo es un parto, los primeros contactos tocando todo lo que ven descubriendo su entorno, el gateo y los primeros pasos vacilantes sobre el planeta. Si bien la producción es francesa no se muestran bebés europeos, ni latinoamericanos, lo que es una lástima porque si lo que se pretendía develar cómo se desarrollaban los bebés en distintas latitudes del mundo y cuáles son sus comportamientos, falta la otra parte. Queda como un trabajo bien concebido pero que quedó a mitad de camino. “Bebés” es una realización inocente, por momentos bello, por momentos se torna hasta empalagosa.