¿Cómo se puede, en la urgencia de apurarse para ganarle de mano a la decena de producciones que se están realizando sobre la figura del Papa Francisco, crear una película honesta, narrativamente clara y con buenas actuaciones? La respuesta está en “Francisco: El padre Jorge” (Argentina/España, 2015) que el otrora prolífico Beda Docampo Feijóo dirigió en varias ciudades del mundo y que toma la figura del
Basandose en el libro “Francisco: Vida y Revolución” sobre el Papa de la periodista argentina, corresponsal del diario La Nación, Elisabetta Piqué, el director decide tomar algunos puntos de ese relato, que se centra en un Jorge Bergoglio “revolucionario”, que tomó de San Francisco de Asís algunas máximas, principalmente las relacionadas a la humildad, pobreza y el entender el lugar de la religión en el mundo como movilizadora de esperanza y posibilidad de transformación.
A través del flashback Docampo Feijóo nos lleva a la casa de su juventud, con una madre (Laura Novoa) que desea profundamente que su hijo sea médico y al enterarse de la decisión de entrar al seminario de éste, se desespera “Te estás escapando de la vida, no vas a conocer el amor, no voy a tener nietos, te vas a quedar solo”, le dice entre lágrimas y el consuelo de un joven Bergoglio que ante la pregunta en tono de inquisición de “vos me dijiste que ibas a estudiar medicina” responde serenamente “medicina del alma”.
El reparo y la fuerza para seguir adelante en su decisión lo encontrará en su abuela (Leonor Manso) quien alienta fervientemente las ganas de ayudar al otro de su nieto, y a quien cree capaz de superar la tentación de la carne y las miradas desafiantes de los que no pueden comprender su sorpresiva muestra de cambio de rumbo en su vida.
Es que hasta ese momento de revelación Jorge Bergoglio era un joven común, con gustos y costumbres similares a la de muchos jóvenes de su edad, y mientras deja a su novia (Justina Bustos) siempre la mujer (lo mejor de la creación, según sentencia en algún pasaje) será el objeto a relegar por sobre la fe.
El director destella algunos pasajes de la juventud para luego avanzar en el relato con los conclaves en los que se decidió el destino del sumo pontífice, uno en el que casi es nombrado y el final en el que, muy a su pesar, el resto de las eminencias deciden que es el adecuado para aggiornar a la institución y dirigir los destinos de una institución cuestionada.
Darío Grandinetti compone a Jorge Bergoglio con una economía de recursos actorales que sorprenden, y pese a no lograr emular completamente al Papa, hay alguna evocación que permite ver el filme y acercarlo a la máxima figura eclesiástica, aún cuando se lo contrasta con imágenes de archivo del propio Bergoglio.
Ana (Silvia Abascal) el alter ego de Piqué, será quien guíe el relato, que a su vez es introducido por una imperceptible y medida Leticia Brédice, como la guía turística de un recorrido hacia algunos espacios que el anteriormente padre recorrió.
En esos momentos, el filme se transforma en una enorme publicidad de la ciudad, alejando a Francisco de la pantalla, y trayendo a la periodista que debe asumir su rol como especialista en el Vaticano y se acerca, antes que sea Papa, a Jorge Bergoglio por temas personales.
Justamente cuando “Francisco: El padre Jorge” profundiza en la periodista, el filme habla más de una mujer que debe tomar decisiones personales difíciles para poder continuar con su vida que de continuar con el relato fragmentado del Papa y aún así, cuando “Francisco, el Padre Jorge” supera su tono televisivo y su plan de “evangelizar” sobre el Papa, a aquellos que no conocen (raro) la figura y la manera de accionar de él, y se acerca e intenta mostrar el costado más “humano” del hombre, el filme puede cumplir con su cometido, más allá que muchos de los cuestionamientos sobre algunos dichos y temas del pasado se traten someramente y terminen erigiendo una figura de bronce impoluta sin un ápice de fisura y se empareje con el biopic televisivo que sólo busca realzar figuras intachables.