Sin fe en el cine
Desde un comienzo resultaba poco probable que una biografía cinematográfica de Jorge Bergoglio fuera hoy un film complejo y plagado de matices. Pero siempre existe la posibilidad de que aparezca algo distinto e inesperado. Pierdan ya las esperanzas, por supuesto, porque lo más esperable fue finalmente lo que pasó. Las biografías cinematográficas pueden ser muy distintas, eso se sabe. Desde las más tibias a las más arriesgadas, desde la completas, como La vie en rose, a las que solo eligen un fragmento pequeño de una vida, como Capote. A veces la película se vuelve más famosa que la vida del personaje elegido, como puede ser el caso de La lista de Schindler, a veces puede dejar una imagen más poderosa que la que el propio personaje ha legado, como ocurrió con Lawrence de Arabia. Incluso las puede haber sutiles y con el personaje solo como excusa para contar otra cosas, como Cazador blanco, corazón negro . Puede parecer un género fácil, pero no lo es. El peor de los pecados que suelen cometer esas películas es hacer una versión acartonada, indulgente, no solo con el personaje sino también con todo lo que ha rodeado su vida. Si Francisco El padre Jorge fuera una película sofisticada, se la podría leer incluso desde un lado político, pero tal vez sea un esfuerzo excesivo para una película con objetivos y herramientas tan pobres. Elegir como personaje principal de un biopic al Papa Francisco limita las posibilidades de complejidad o polémica, aunque tampoco las impide, claro. No hay excusa para hacer una mala película. Basado en el libro de Elibabetta Piqué, la película cuenta el trabajo de Bergoglio adulto, repasa diferentes momentos de su infancia y juventud y finalmente los días previos al comienzo de su papado. Esteticamente, la película parece filmada hace treinta años y algo parecido a eso se ven en un elenco no demasiado motivado por la historia. Dario Grandinetti tarda casi todo el film tan solo en hacernos creer que es Bergoglio, cosa que no logra en ningún momento. Nos puede hacer creer que es un religioso, pero no Francisco. Parece una mala película filmada hace treinta años, algo resulta insólito desde todo punto de vista. Las actuaciones, las situaciones, todo es antiguo, fuera del cine actual. No era obligatorio hacer un film tan básico para retratar al Papá. Cuánto mejor es una película, más fácil es sumarse con ganas al proyecto, más allá de su ideología. Acá hay un número alto de actores/personajes secundarios que son también una sombra de los clichés del cine argentino de los ochenta. Los actores y personajes secundarios merecerían un capítulo aparte. Hayan existido o no, sean reales o no, igualmente sin patéticos para el mundo del cine. La historia parecía estar servida. Pero cuando no hay vocación o herramientas para hacer una película, lo más probable que se termine en un raro híbrido como este. En su afán indulgente, la película pierde su alma. En su terror a ofender a alguien, simplifica todo hasta límites insospechados. Solo deja un puñado de villanos tan mal retratados que son un puntapié en el buen gusto y la sutileza cinematográfica. Por querer reverenciar a un personaje lo termina transformando en algo que no es. Lo convierte en un cartón pintado, le quita gracia, le escatima las mejores cualidades de un personaje cinematográfico. Algunas escenas van a provocar risas no buscadas y en más de un momento el espectador se preguntará seriamente acerca de las razones por las cuales se hicieron ciertas escenas.