Volvió el mejor Woody Allen
Bienvenido regreso del mejor Woody Allen. Un filme inteligente, hondo, intenso, pero a la vez risueño, cuya aparente liviandad deja ver en primer plano el lado oscuro de una mujer devastada, Jeannete, y allá lejos la desolación que siembra su ex, un estafador como el maldito Madoff. En esa casa millonaria todo era lujo. El tipo (magnifico Alec Baldwin, cada vez más sinuoso) tomaba plata y pagaba enormes intereses, hasta que la burbuja explotó. Woody se sirve de ese derrumbe y de los personajes de “Un tranvía llamado deseo”, de Tennessee Williams, para redondear un filme luminoso y terrible, pesimista y chispeante. Tiene agudeza, talento en el armado de la historia, diálogos perfectos. Allen demuestra otra vez capacidad para ir al fondo de los personajes sin rodeos y su mano maestra para hacer convivir el pintoresquismo, la risa amarga y la desolación en medio de una crónica que nunca decae, que se disfruta, pese a los claroscuros de su tema. Nos deja el retrato de una mujer (sobrecogedor trabajo de una soberbia Cate Blanchet) que existía solo desde la mirada de los otros, que estuvo en la vida como parte del mobiliario decorativo de un hogar sólo sostenido en el engaño y el dinero. Porque Jasmine no quiere ver. No ve la infidelidad de su esposo, no ve sus turbios negocios, no ve la desazón de su hijo ni ve venir la bancarrota. Su vida se ha derrumbado y se va a vivir con su hermana a San Francisco, una mujer sencilla, vital y modesta. Nada le queda, salvo su ropa de marca, su estilo, su fina estampa y esa otra vida construida con evocaciones, alcohol y ansiolíticos. El estafador le ha dejado su marca y ella vive en medio de una gran mentira, sin poder distinguir entre lo que tiene y lo que perdió. Habla sola, dialoga con la que no está y no tiene otra aspiración que rehacerse como mujer exquisita, refugiarse en otra burbuja. Empieza relatando su demoledor presente a una compañera de viaje. Y seguirá hablando. Es fenomenal cómo el tono de comedia del comienzo va dejando su lugar a la tragedia, cómo Jasmine va entreabriendo las puertas de su infierno en medio de un ambiente donde la sonrisa y la desilusión enseñan a este par de mujeres que sólo queda la aceptación o el delirio. Al final de “Crímenes y pecados” (obra maestra absoluta) un personaje, que cargaba con un crimen, decía que la culpa dura un poco, porque al final todo se olvida. Pero ahora Jasmine le explica a su cuñado que “no es tan fácil huir de lo que hemos dejado atrás”. Ella quiere olvidarse de todo y guardar en su conciencia sólo aquella canción que es parte de su propio delirio: Blue Moon. Pero Woody le dice que no es tan fácil huir del pasado. ¿Añoranzas o autoinculpación? Gran filme, otra muestra de uno de los más grandes autores de esta época.