Un Tranvía llamado Blue Jasmine
Arranca la película sobre fondo negro, los créditos tienen tipografía Windsor, se pasa lista alfabéticamente a los actores, la música es ópera (significa que viene un drama) o blues (significa que viene una comedia) y siempre, siempre, siempre está escrita y dirigida por Woody Allen. Es casi cábala reiterar con cada crítica cuántos años tiene (77), cuántas películas lleva hechas (ésta es la N° 48) y que no ha perdido su toque mágico (lo cual es verdad). Lo cierto es que Woody Allen es tan hombre como marca registrada, y probablemente ya saben si les va a gustar esta película o no por el mero hecho de que “es la nueva película de Woody Allen”.
En cierto sentido, todas las películas de Allen son tragedias. Sus personajes están condenados a un final más allá del bien y el mal, un final que es inexorable y particular para cada uno de ellos, porque jamás logran reconocer ni mucho menos cambiarse a sí mismos. En el mejor de los casos les espera un final agridulce, una puesta en abismo donde puedan llegar a encontrar consuelo en retrospectiva antes de pasar a otra cosa. Incluso en sus películas más banales, como A Roma con amor (To Rome with Love, 2012), rige un determinismo naturalista para cada historia.
No se verá una mala performance en ninguna película de Woody Allen ™. Los intérpretes siempre trabajan con soltura, confiados en el propósito de sus personajes dentro de la estructura dramática de la historia. No hay espacio para egos ni frivolidades: los actores entran y salen de escena con precisión teatral. Lo cual es más que apropiado en Blue Jasmine (2013), que está extraoficialmente basada en Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams. No habría lugar para la duda, ni aunque Woody no se hubiera pasado su filmografía entera citando la obra más o menos explícitamente.
Cate Blanchett es Jasmine, una dama de alta sociedad neoyorquina caída en desgracia luego del escrache público que ha recibo su marido Hal (Alec Baldwin), acusado de malversación de fondos (Baldwin morirá interpretando desfalcadores). Quebrada material y espiritualmente, Jasmine huye a San Francisco, a refugiarse en la casa de su hermana Ginger (Sally Hawkins) y su novio Chili (Bobby Cannavale). Ginger tolera a su hermana con sus pretensiones de clase alta y sus neurosis medicadas con cocteles de drogas. Chili, un mecánico que sólo quiere mirar televisión al final del día, no tanto. Jasmine necesita quedarse un tiempo, ¿pero por cuánto, para qué, qué quiere hacer de su vida y cómo planea lograrlo?
La película es lisa y llanamente de Cate Blanchett, que se pierde completamente en su libre versión de Blanche DuBois, la damisela de alta sociedad devenida en esperpento anacrónico y lastimoso cuyas fantasías dementes de pompa y glamour se ven destrozadas por la contingencia de la realidad. Blanchett es un manojo de tics nerviosos, miradas vacías y quijadas retorcidas, y su acelerado descenso hacia la insania es casi palpable. Comienza como un detalle casi cómico, y crece tan sigilosamente que su demencia pasa desapercibida hasta demasiado tarde, tanto para los personajes como para el espectador.
Hay algo de Match Point (2005) en esta película. La cito porque, de los films de Woody hechos en el pasado inmediato, posiblemente sea su obra más célebre y lograda, el film de culto instantáneo en el cual ninguna de sus otras películas se ha convertido. Puede que Blue Jasmine no esté exactamente a su altura, si bien se le asemeja en tono (marcadamente pesimista) y elenco (no hay un solo personaje sin algún defecto fatal). Pero posee el poder de un guión férreamente construido entorno a un conflicto claramente definido, tiene comentarios agudos para hacer acerca de los seres humanos y las pulsiones enfermas de poder y conveniencia que motivan sus relaciones, el reparto está excelentemente dirigido y Blanchett da una interpretación magistral. Es sin duda una de las películas de Woody Allen más comprometidas, honestas y memorables de los últimos tiempos.