Blue Jasmine

Crítica de Fredy Friedlander - Leedor.com

Woody Allen y una inspiración que no se agota

La increíble carrera de Woody Allen no tiene parangón en la historia del cine y su notable regularidad a lo largo de más de cuatro décadas, con un estreno por año, ya es un hito que difícilmente se vuelva a repetir. En el pasado hubo, dentro de la cinematografía norteamericana, casos similares pero lo que diferencia a Allen del resto es su resistencia a una declinación artística que títulos como “Blue Jasmine” desmienten categóricamente.
Ya hace tiempo que cierta fracción no despreciable de la crítica internacional viene pronunciando expresiones agoreras sobre el agotamiento inspirativo del realizador de obras tan memorables como “Manhattan”, “La Rosa púrpura del Cairo” y “Hannah y sus hermanas”.
Desde esta columna hemos sostenido lo contrario y no hay duda de que obras relativamente recientes como “Match Point” y “Medianoche en Paris” corroboran esta posición. La singularidad de este artista múltiple, nacido en Brooklyn hace casi ochenta años, es un fenómeno que trasciende las fronteras del continente americano y que explican que parte de su más reciente filmografía haya elegido a varios países de Europa como sitios donde transcurren sus películas.
Lo impar de “Blue Jasmine” no es únicamente su regreso a los Estados Unidos sino que haya elegido a Nueva York y San Francisco, dos de sus ciudades más glamorosas, como escenario de la acción. Que la historia esté centrada en personajes femeninos como el que da nombre al film o al de su hermana por adopción refiere a una tradición de su cine donde tienen preponderancia las mujeres. Esto en parte puede haber sido producto de sus largas relaciones tanto con Diane Keaton como Mia Farrow, aunque no exclusivamente por esa única razón.
Lo que parece a menudo atrapar al genial director es su (logrado) intento de disección de la psicología femenino. El comienzo del film nos muestra a Cate Blanchett (Jasmine) monologando con su ocasional compañera de asiento en su vuelo de Nueva York a California. Bastan unos pocos minutos para tener una clara percepción de que se trata de un personaje que arrastra diversos conflictos que a lo largo de la historia se irán develando. Pronto se sabrá que su ex marido (Alec Baldwin) era lo opuesto de lo que aparentaba ser, tanto en su profesión como en su vida privada. La actuación de la actriz de “Elizabeth” es tan superlativa que no se puede imaginar a otra ganando el próximo Oscar femenino.
Lo notable es como un relato salpicado de tantos flashbacks hacen que a uno le parezca estar viendo simultáneamente dos películas separadas en la localización y el tiempo. En la más antigua el personaje de Blanchett vive con el mayor lujo (Vuittons, limousines) y parece la más feliz en contraste con Ginger, su hermanastra. En otro acierto de casting, quien interpreta a esta última es la gran Sally Hawkins (la inolvidable Poppy en “La felicidad trae suerte” de Mike Leigh).
La versión más moderna (podríamos decir la actual) tiene continuidad cuando desde el aeropuerto se dirige a la casa de Ginger, donde piensa quedarse a vivir algunos días. Uno no termina de sorprenderse con la siempre acertada elección de actores, en su mayoría poco conocidos, para interpretar personajes en su mayoría secundarios en los films de Woody. Nombres del reparto como Andrew Dice Clay (Augie), Louis C.K. (Al) y Bobby Cannavale (Chili) resultan ilustres desconocidos, siendo sus roles relevantes en la historia al ser respectivamente el ex marido, el amante ocasional y el novio actual de Ginger. Es sobre todo el último de los tres quien más impacta al tener profundos roces con Jasmine, a quien sólo desea ver partir. A propósito, se cita a menudo a “Un tranvía llamado deseo”, donde también había un trío similar conviviendo, como posible influencia en la trama pero es poco probable que haya sido la principal fuente de inspiración. Aquí se enfatiza el contraste entre dos hermanas muy diferentes y donde no siempre la que más tiene es la más feliz.
La riqueza de los personajes se extiende a los que rodean a Jasmine con acertadas actuaciones de los más conocidos Michael Stuhlbarg, como el dentista que la contrata (escenas cómicas y dramáticas a la vez) o Peter Sarsgaard (Dwight), el millonario californiano con ambiciones políticas.
Woody Allen vuelve a demostrar que su inspiración es inagotable y hace desear que continúe puntualmente deleitándonos con su nueva producción anual. Sin duda no decepcionará a sus seguidores en su carrera futura.