¿Blanchett o Blanche?
Normalmente, la caída en desgracia de un semidiós es un tema particularmente atractivo para los escritores, narradores, dramaturgos y cineastas que buscan emular las proporciones épicas de las tragedias clásicas.
Este es el caso de Woody Allen y su última película, la exquisita, cautivante Blue Jasmine, una historia dramática devenida comedia en las hábiles manos del guionista y director.
El film de Allen, cuya acción transcurre sin solución de continuidad entre Nueva York y San Francisco, nos presenta a Jasmine (Cate Blanchett), millonaria dama de sociedad sometida a la pobreza y el oprobio cuando arrestan a su marido, Hal (Alec Baldwin) por fraudulentas operaciones financieras. Obligada a mudarse de su mansión de Manhattan a un mísero departamento en Brooklyn y a trabajar de vendedora en una zapatería de lujo que solía frecuentar como clienta, Jasmine cae en un pozo depresivo y vive el día a día a fuerza de alcohol y pastillas. De todo esto nos enteramos no al comienzo del film, sino a medida que el habilidoso Allen, mediante un montaje estilo “jump-cut”, nos sumerge en la alienada mente de Jasmine, quien habla sola en un vuelo de Nueva York a San Francisco, donde reside su hermana Ginger (Sally Hawkins).
Al igual que Blanche DuBois en Un tranvía llamado deseo, Jasmine llama a la puerta de su hermana en busca de consuelo, tal vez de salvación física y moral. Hay muchos puntos más en común entre la obra de Tennessee Williams y este delicioso homenaje de Allen en tono de comedia. La contracara del inolvidable Stanley Kowalski es Chili (Bobby Cannavale), toda una masa de músculos en camiseta blanca pero en definitiva un ser tierno y digno de compasión, siempre al borde de las lágrimas, como un niño al que le han quitado el chupetín. Los paralelismos continúan con el personaje de Dwight (Peter Sarsgaard), evidente contraparte de Mitch, la tabla de salvación de Blanche en Un tranvía…
Las referencias explícitas y alusiones veladas continúan y se extienden a lo visual en el departamento de Ginger, donde una partición de madera nos trae a la mente la harapienta cortina de la casa de los Kowalski. Este es el mundo (hasta entonces desconocido) al que llega Jasmine en el peor momento de su vida: en bancarrota, moral y mentalmente destruida, pero eso sí, vestida de Dior y con accesorios de Luis Vuitton. Esplendores y oropeles pasados, y negación, muchísima negación del lamentable presente.
Al frente de un elenco sólido y uniforme, Cate Blanchett (apelativo curiosamente parecido a Blanche, no?) entrega una actuación compleja, cómicamente conmovedora y llena de matices, algo que sólo una actriz de su talla podría lograr con un simple parpadeo, un mohín, una mueca de angustia, una sonrisa de pasajera esperanza, o un rictus de demoledora desolación. Blue Jasmine, realizada con muchísimos menos recursos económicos que Medianoche en París y A Roma con Amor (las dos películas “de ciudades” anteriores de Allen), redobla la apuesta con otro homenaje, también a cargo de Blanchett.
En los peores momentos de desvarío mental, Jasmine, en más de un sentido, se acerca a la desquiciada pero adorable Gena Rowlands de Una mujer bajo la influencia o Torrentes de amor, de John Cassavetes. Hace falta algo más para lograr una verdadera obra maestra? Sí. El inigualable talento de Woody Allen y de Cate Blanchett, conjunción celestial si las hay.