Maridos y esposas
Constantemente se puede leer y escuchar, y en esta ocasión con más estruendo, del retorno de Woody Allen a lo mejor de su producción. ¿Cuándo se había retirado definitivamente?
Es verdad que el tour realizado en el viejo continente, en el cual constituyo lo más heterodoxo y fluctuante de su producción, nunca pareció haberse tomado vacaciones ni presentificaba un destierro, saltando de obras maravillosas como “Match point” (2005) a olvidables como “Vicky Cristina Barcelona” (2008), pasando por la genial, sin ser obra maestra, como “Medianoche en Paris” (2011), una de las pocas donde pone en juego su querer decir también desde la luz, el color, la escenografía, los movimientos de cámara, elementos agregados a la siempre buena pluma, demostrando que no es sólo un gran catalizador de personajes e historias, llegando, a mi entender, a lo peor que realizo en su larga trayectoria, como fue “A Roma con amor” (2012), sin olvidarnos de esa muy buena película en la que demuestra su amor casi incondicional por los clásicos, sobre todos los griegos, “El sueño de Cassandra” (2007), pasión que ya había legalizado con “Poderosa Afrodita” (1995), y demostrado con la nombrada ”Medianoche en Paris”
Esta relación de afecto incondicional se pone de manifiesto una vez más en esta última producción del genio neoyorquino, en el que parece ser si su retorno, ahora algo más prolongado, a su país natal.
Claramente y a simple vista se puede entender este texto como una versión muy libre de la obra de teatro “Un tranvía llamado deseo”, escrita por Tennesse Williams, con la que el autor obtuvo el premio Pulitzer en 1948. En 1951 Elia Kazan dirige la adaptación cuya traslación al lenguaje cinematográfico fue consumado por el mismo Tennessee Williams, producción que finalmente obtuvo 12 nominaciones a los premios Oscar de los que gano 4, al mismo tiempo que representó una de las mejores actuaciones de Marlon Brando en el papel de Stanley Kowalski.
Pero Woody Allen no se queda allí, durante toda la construcción va proponiendo al espectador que circule de un género a otro fusionándolos, de la tragedia a la comedia, y por momentos parece querer “engañarnos”, no mentirnos, y hacernos creer que estamos viendo una comedia dramática. Pero no, estamos frente a un clasicismo casi imperativo. La tragedia se instala y circula en esta realización en los personajes de la clase alta, a la que siempre Allen vilipendio, comparable si se quiere a las tragedias griegas o shakesperianas en las que los hechos de esta naturaleza le ocurrían a las grandes personalidades, dioses, semidioses, reyes, etc.
Mientras que la comedia, el grotesco, la parodia, históricamente fue trabajada con personajes menos heroicos. En el caso de ésta obra se instala y desarrolla en la clase media, trabajadora, ellos pueden, y de hecho lo son, casi ridiculizados.
También se da tiempo para referenciar estas diferencias entre los espacios físicos que utiliza, su amada Nueva York, meca de la cultura para Allen, en contraposición de San Francisco, la costa oeste que sólo puede ofrecer algún que otro paisaje natural. Así lo percibe, así lo muestra.
¿De qué va la historia? La misma se centra en Jazmine (Cate Blanchet), equiparable a la Blanche Dubois, no es en este caso una sureña rica sino una habitante del Nuevo Olimpo, léase clase alta neoyorquina, que caída en desgracia debe descender al quinto infierno, mudarse a la casa de su también adoptiva hermana Ginger, (Sally Hawkins).
Luego de que todo en su castillo de vida opulenta se verifico como construido con naipes, incluida la destrucción de su matrimonio con el adinerado empresario Hal (Alec Baldwin), otro gran actor demostrando sus capacidades, Jazmine se muda al modesto apartamento del único pariente que le queda. Para intentar recobrarse de esa profunda crisis, de la que no sabemos, los espectadores realmente su génesis.
El filme abre con el personaje principal en pleno vuelo, con una catarata de palabras, casi podría verse como la presentación femenina del personaje al que Woody Allen siempre nos enfrenta. Pero no, el personaje hace un giro y eso modifica todo, incluido el tono en que nos la presentan.
Este será no sólo el modo de construcción y desarrollo de la obra sino principalmente del personaje, pasando de una situación anímica a otra de manera instantánea, sin mediar absolutamente nada, como también de un estado mental a otro, recuerdos o vivencias actuales, esto sólo es posible de ser aceptado a partir de la increíble composición que realiza Cate Blanchet. Algunos ya hablan del premio de la Academia de Hollywood como mejor actriz, y no parece exagerado.
No obstante todo lo pasado, nuestra “heroína” todavía es hábil en proyectar su aspecto distinguido, sin embargo intentara reestablecerse, comienza a estudiar computación, consigue un trabajo de secretaria. Mientras convive con Ginger y sus hijos, se las ingenia para despreciar las relaciones afectivas de su hermana, su mal gusto con los hombres, su ex marido y el actual novio Augie (Andrew Dice Clay) y Chili (Bobby Canavale) equiparables o dos versiones del personaje polaco y bruto que inmortalizara Marlon Brando.
En ese deambular, Jazmine acierta al encontrar un nuevo príncipe, Dwight (Peter Sarsgaard), que roba a nivel actoral, aunque tenga pocos minutos en pantalla, con su performance como un empresario viudo con una incipiente carrera diplomática que se enamora casi a primera vista de la ninfa rubia.
Una de las principales dificultades de Jasmine, además de su ceguera de no querer ver lo evidente, es que su autoestima esta sólo sustentada a partir de la forma en que es percibida por los demás,
En este nuevo opus, Woody Allen hace uso magistral de muchos recursos narrativos, tanto de manera tangencial, como clara y directa de los elementos del lenguaje, sobre todo un increíble diseño de montaje, utilizando innumerables, necesarios flashbacks, mayormente trabajados desde la memoria del personaje, lo que le sirve no sólo para que el relato vaya justificando el presente, sino para que el mismo posea una progresión armónica, sin extrañezas.
Al mismo tiempo que lo utiliza para confrontar los dos mundos que intenta y logra describir, la clase alta y la clase media trabajadora, con sus cualidades y defectos. Sin perder de vista que los orígenes del texto están en el clásico del siglo XX, se las ingenia para mostrarnos la vigencia de los griegos adaptados al siglo XXI, al punto tal que algo del orden de la obra de Eurípides, “Medea”, puede leerse.
También es loable destacar el muy buen uso del diseño de vestuario en la conformación de los personajes, como la dirección de arte en general, la puesta en escena en particular, haciendo pausas claras en los espacios y objetos que demuestran una importancia superior al resto, apoyados en la muy buena fotografía.
Claro que la mayor responsabilidad para que “Blue Jazmine” sea lo que es parece estar apoyada en la espalda de Cate Blanchett Su actuación es descomunal, mostrando paralelamente sin solución de continuidad esos estados antes mencionados como pasar de la genialidad a la idiotez, de la soberbia más insoportable a la chatura más recalcitrante. Empatiza con el espectador al mismo tiempo que produce rechazo, puede ser seductora o repugnante, sensual o distante, bondadosa y calida, fría e hipócrita, de la alegría injustificada a tristeza del título, todo junto y en un mismo plano.
Woody nunca se había ido, sólo que a los 77 años se reencontró con formas de decir las cosas que parecían olvidadas, o su pareja actual lo hizo rejuvenecer, referencia casi obligada en muchos de sus últimos trabajos, aquí no podía ser menos.